La dictadura del castoreño
El nuevo reglamento taurino limita el peso máximo de los caballos de picar, y éste es el motivo de que los picadores se hayan declarado en huelga. El reglamento anterior, que nunca debió ser derogado -pues establecía un desarrollo equilibrado de cuantos elementos convergen en la lidia-, tenía escasas lagunas y una de ellas era no limitar el peso de los caballos. Por ahí se llegó a un abuso generalizado por parte de los picadores, quienes establecieron una verdadera dictadura del castoreño, reivindicando y consiguiendo la máxima seguridad en el ejercicio de su trabajo.Entre cuantos toreros salen al ruedo, ninguno hay más protegido que los picadores. Jinetes de unos percherones gigantescos, que a su vez van enfundados en petos desmedidos, constituyen una fortaleza inexpugnable contra la que se estrella el toro; e incapaz de moverla, aturdido por el topetazo, allí claudica, mientras el picador mete puya sin arte ni tino, rectifica si le conviene, y de la desigual refriega salen caballo y picador incólumes, en tanto el toro queda prácticamente para el arrastre.
Antiguamente eran los picadores quienes más riesgos corrían, pues montaban el caballo español, protegido con un ligero peto, y habían de defenderlo, con habilidad de jinetes y destreza torera, de la acometida brutal del toro. El cambio más radical producido en la fiesta fue, precisamente, la humanización de la suerte de varas, con la implantación de los petos. Sin embargo, las crecientes exigencias de los picadores y la tolerancia con que las contempló la autoridad, han convertido este tercio en un trámite repulsivo.
Hay ahora un pulso echado entre la autoridad y los picadores, con la Feria de Sevilla paralizada y la de San Isidro en amenaza de suspensión. Los perjuicios que se derivan de la huelga son grandes. Pero resignarse a que el tercio de varas continúe siendo como hasta ahora, supondría aceptar la degradación del espectáculo, poniendo en cuestión la propia legitimidad de la fiesta de toros.
Babelia
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