La ira de los indigentes
RESULTA REVELADOR que el Primero de Mayo más combativo, con mayor carga de ira y desesperación social se produzca en la costa Oeste de Estados Unidos, antaño mitificada por la concentración de empresas de tecnología punta y en la actualidad muestrario de violencia, descontrol y desórdenes. Es evidente que el origen del caos se sitúa en la absolución, por un jurado, de los cuatro agentes de la policía angelina acusados de haber propinado una brutal paliza a un negro que se había saltado un semáforo, con la evidencia de haber sido televisada por todo el mundo. Como también está claro que la explosión de las capas sociales más indigentes -negros y blancos- trasciende el hecho originario.El presidente Bush, el fiscal general del Estado, senadores y congresistas, autoridades locales y estatales han criticado la sentencia absolutoria -un inútil ejercicio de legalización del absurdo-, han prometido que estudiarán la viabilidad de un juicio federal contra los ahora absueltos y han sustituido al jefe de policía de Los Ángeles, sin que por ello la revuelta callejera disminuyera su agresividad. El presidente francés, François Mitterrand, mucho más lúcido para lo ajeno que para lo propio, ha señalado que los hechos dramáticos que vive Estados Unidos se deben al conservadurismo de su sociedad, a la ausencia de una legislación social y al aspecto escandaloso de una decisión de la justicia. En todo caso, no es un fenómeno inédito en EE UU, aunque sí debe vincularse a unas serias y prolongadas dificultades económicas, y a una política que considera inútil todo aquello que no es directa y tangiblemente productivo.
En 1965, en el distrito de Watts, también en Los Ángeles, se produjeron 34 muertos, más de 1.000 heridos y 40 millones de dólares en daños materiales tras seis días de violencia en la calle. Algo después, en 1968, el asesinato de Martin Luther King provocó una oleada de disturbios en todo el país, con un total de 48 muertos y más de 2.600 heridos. Se recurrió entonces, como ahora, a fuerzas de élite del Ejército ante la incapacidad de las policías locales para controlar la situación.
Al mismo tiempo que los hechos se empecinan en sugerir la posibilidad de coyunturas históricamente similares, la situación económica y social ilustra, al menos en parte, el caos actual: después de una ultraliberal política económica en la época de Reagan, coadyuvado por Margaret Thatcher desde Londres, y tras la desaparición prácticamente unánime de cualquier otro modelo económico alternativo -saludado probablemente con una excesiva autosatisfacción-, los dos países asisten a un rebrote esporádico de la violencia social en sus formas más primarias (en barrios de Liverpool y Londres, en la década de los ochenta). La implantación de una cruel ley de la jungla, como respuesta a la sublimación salvaje del individualismo sin matices, viene a demostrar que la desaparición de modelos alternativos no resuelve todos los problemas. Las llamas de Los Ángeles constituyen el símbolo más caliente de esta realidad.
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