Una cogida que puso los pelos de punta
El sexto toro cogió de forma dramática al peón Pedrín Sevilla. Fue a la salida del segundo par. El banderillero resbaló y cayó de espaldas a unos tres o cuatro metros del toro que, al verlo en el suelo, se le arrancó con fiereza. El primer derrote se perdió en el aire pero en el segundo prendió al torero por la pierna, lo levantó y se veía que lo tenía ensartado. Unos segundos interminables duró aquello: el torero colgado del asta, sin poderse desasir, mientras todas las cuadrillas revoloteaban capotes y Julio Aparicio, que ya tenía dispuestos los trastos de matar, arrojó la muleta a los lomos del toro. Cuando se llevaban las asistencias al zarandeado Pedrín Sevilla, a todo el público se nos habían puesto los pelos de punta y no es muy seguro que los propios lidiadores mantuvieran en su sitio la raya y el flequillo. Luego se supo que no había pasado nada; al menos, no tanto como pareció. Pero eso fue después, terminada la corrida. Antes quedaba en la plaza un tétrico ambiente de tragedia y eso debió colmar la aflicción con que Julio Aparicio llegó a la Maestranza. De manera que al toro corneador no lo quiso ni ver. Le pegaba trapazos, pinchó a paso de banderillas, volvió a meter el acero por donde cupiera, finalmente descabelló, y ya se dudaba de que pudiera hacerlo, porque estaba totalmente descompuesto. A su primer toro, que resultó noble, Julio Aparicio lo había toreado con mucha postura y poco fuste. Bueno, quizá eso de torear sea mucho decir. Pues poniéndose fuera de cacho, ahogando la embestida, metiendo el pico, sin templar y rematando el muletazo por alto, el toreo resulta prácticamente imposible.
Toril / Romero, Muñoz, Aparicio
Cinco toros de El Toril (uno, rechazado en el reconocimiento), discretamente presentados, flojos, de poca casta; 5º, noble. 2º de Diego Garrido, con trapío, áspero.Curro Romero: pinchazo bajísimo, pinchazo, otro bajo y estocada corta (silencio); dos pinchazos, media perpendicular delantera y cuatro descabellos (bronca); despedido a almohadillazos. Emilio Muñoz: bajonazo (palmas); estocada trasera caída (oreja con protestas). Julio Aparicio: media estocada baja, rueda insistente de peones y dos descabellos (silencio); pinchazo a paso de banderillas, pinchazo, otro hondo perdiendo la muleta y descabello (silencio). Enfermería: El banderillero Pedrín Sevilla, cogido por el 6º, fue asistido de fuerte contusión en hemitórax y varetazo corrido en pierna derecha; pronóstico leve. Plaza de la Maestranza, 24 de abril. Sexta corrida de feria. Lleno.
Quizá Julio Aparicio estaba siguiendo fielmente la escuela de Curro Romero, en las tardes malas, de cuya ciencia el viejo faraón había dado amplias lecciones. A lo mejor no tan fielmente. El viejo faraón intentó faena a su primer toro por los dos pitones y con inusitada insistencia, sólo que no le aguantaba las embestidas y tampoco es fácil torear así. Al cuarto, lo trasteó por la cara. La diferencia estaba en que mientras el alumno interpretaba el trasteo pegando telonazos, el maestro manejaba la muleta con diestros giros de muñeca, la pasaba de pitón a pitón, y no era tanto una refriega a la defensiva como una técnica para ahormar al toro.
Los toreros, si lo son de verdad, demuestran siempre su torería, incluso en las tardes malas. Ocurría con el maestro Antonio Bienvenida, que tuvo muchas broncas en su vida, se dejó ir de rositas bastantes toros nobles, mas antes de enviarlos al desolladero, los dominaba con aquellos ayudados por bajo rodilla en tierra que la afición antigua llamaba doblones, y el toreo hondo provocaba olés estruendosos. Luego, claro, venía la bronca pues, ahormado el toro, el maestro Bienvenida montaba la espada y mataba a la última.
Toreros maestros ya quedan pocos, y los que quedan suelen ser unos incomprendidos. Ocurre, en ocasiones, que sale un torero de estos, hace el toreo según mandan los cánones, y le llaman snob. Tiene guasa el asunto. Emilio Muñoz, que posee sentido lidiador y ejecuta el toreo clásico, es un torero chapado a la antigua. La única lidia verdadera que se vio ayer en los primeros tercios la dio Emilio Muñoz, y planteó sus faenas con criterios ortodoxos. Que luego le salieran como quería, esa es cuestión distinta. El segundo toro no se entregó nunca, embestía con la cara altita, derrotaba al finalizar el pase, y todos esos inconvenientes deslucían las suertes.
El quinto sí se entregó y Emilio Muñoz le hizo una faena desigual. Muy rápido en las primeras tandas de redondos, relajado y torerísimo en una serie de naturales, con temple desigual cuando volvió a manejar la derecha, el resultado final fue una faenita sin especiales brillos que, sin embargo, le premiaron con una oreja. Lo cual no tenía mucho sentido, francamente. La fortuna se mostraba ayer caprichosa: a uno le regaló una oreja, a otro le pegó un susto de muerte.
Babelia
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