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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Caos en Kabul

LA SITUACIÓN en la capital de Afganistán es absolutamente caótica. El presidente Najibulá huyó del país cuando su poder prácticamente no existía, y no tardó en ser oficialmente depuesto y relevado en el poder por un Consejo Constitucional con cuatro vicepresidentes. Poco antes se había dicho que era una junta de cuatro generales la que llevaba las riendas. Parecen contados los días (o las horas) del Partido de la Patria (ex comunista), que supo evitar su hundimiento en 1989, cuando la URSS retiró sus tropas de ocupación. Ni siquiera se sabe claramente la orientación de los nuevos dirigentes. En realidad, Najibulá seguía en el poder más por la incapacidad de los diversos grupos resistentes para coordinar sus esfuerzos que por la fortaleza del régimen.Desde inicios de este año, los cambios en la situación de Afganistán se han acelerado a un ritmo sorprendente. El primer factor fue, sin duda, el acuerdo de Washington y Moscú de cortar, a partir de enero de 1992, todos los envíos de armas. Ello ha contribuido poderosamente a impulsar el avance del plan de paz de la ONU, cuyo delegado, Benon Sevan, está actualmente en Kabul intentando evitar una guerra entre las diversas facciones enfrentadas. El plan prevé un proceso de reuniones de los diversos grupos para constituir un Gobierno provisional (y celebrar ulteriormente unas elecciones). Najibulá, sin apoyos en Moscú desde el fracaso del golpe comunista de agosto de 1991, se decidió el mes pasado a dejar vía libre a la propuesta de la ONU y anunció solemnemente que entregaría el poder a finales del presente mes de abril. No pudo aguantar tanto. El efecto del anuncio no fue calmar, sino agudizar las tensiones, tanto dentro del equipo gobernante como entre los grupos de la resistencia. Lo que está trastocando toda la situación es que a los enfrentamientos ideológicos se sobreponen ahora las contradicciones entre tribus y etnias. Las minorías nacionales -paslitunes, tayikos, uzbecos y hazares, entre otras-, que durante siglos han tenido un papel secundario, han creado en el curso de la guerra zonas liberadas de Kabul en las que se gobiernan ellas mismas. Los hazares, de religión shií, tienen un casi-Estado independiente en el centro del país. Pero el hecho de mayor trascendencia ocurrió el mes pasado en la importante ciudad de Mazar-i-Sharif. tropas y mandos tayikos y uzbekos del Ejército de Kabul se sublevaron y, en cooperación con los guerrilleros de sus mismas etnias, establecieron un "consejo militar" que gobierna cinco provincias, prácticamente todo el norte del país.

Las sacudidas provocadas por la descomposición del régimen sacaron a la luz una crisis de la estructura nacional que ha regido Afganistán durante siglos: el papel de los pashtunes, que representaban la mitad de la población y que han tenido siempre el poder en sus manos, disminuye. Y aumenta el protagonismo de los tayikos, uzbekos y otras etnias del norte. Las causas son profundas: además del papel desempeñado por las minorías en la guerra contra los soviéticos, hay otras razones, como una mutación demográfica: casi la mitad de la población paslitún (unos tres millones) ha emigrado a Pakistán. En el norte, en cambio, los desplazamientos de población se han operado dentro de Afganistán. Eni el plano económico, mientras las relaciones con Pakistán han disminuido con la guerra, se han intensificado los intercambios con las repúblicas ex soviéticas, como Tayikistán o Uzbekistán. En resumen, el peso económico y,político del norte ha crecido.

Pero estos cambios estructurales -que deberán ser tenidos en cuenta cuando se forme el nuevo Estado afgano, si no se quiere perpetuar la guerra civil- no son un obstáculo para que pueda progresar ahora un entendimiento para preparar un Gobierno provisional. El general Rashid Dopstam, uno de los jefes del "consejo militar" del norte, acaba de reiterar su voluntad de colaborar con los paslitunes y de apoyar el plan de la ONU.

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