Un problema de toda la izquierda europea
K. S. KAROLEl autor analiza las causas por las que los laboristas no han logrado mayoría en las recientes elecciones en el Reino Unido, y llega a la conclusión de que trascienden de ese país para convertirse en un problema de toda la izquierda europea
Los laboristas británicos no fueron los únicos que sufrieron un terrible impacto en la mañana del ,viernes 10 de abril al enterarse de que los conservadores, con un 42% de los votos en el ámbito nacional, seguían siendo mayoría en la Cámara de los Comunes. Los sondeos de la BBC a la salida de los colegios electorales no dejaban presagiar una victoria de semejante magnitud. Sólo con el transcurso de las horas, a medida que las previsiones se iban completando con resultados reales, la balanza, lenta pero regularmente, empezó a inclinarse hacia la derecha, en favor de los conservadores. Se diría que un perverso director de escena había creado deliberadamente ese suspense para minar mejor la moral del Partido Laborista y sus partidarios. Se suponía que esa noche el Reino Unido debía pasar una página de su historia, la de los 13 años de thatcherismo, con o sin Margaret Thatcher. Al alba, no había más remedio que reconocer que no lo había hecho.El suspense que siguió al cierre de las urnas no fue artificial, y la BBC hizo su trabajo con honestidad. El error de sus pronósticos era resultado del cambio de la geografía sociopolítica de Gran Bretaña. Hubo un tiempo en que bastaba con conocer el primer resultado de una circunscripción cualquiera para poder descifrar hacia ,qué partido se inclinaría la balanza nacional. En efecto, en aquella época, la tendencia era uniforme en el país. Desde hace dos o tres elecciones esto ya no es así. La restructuración industrial thatcheriana ha favorecido sobre todo al sureste y al este de Inglaterra, en perjuicio del norte y del noreste. Las regiones de las nuevas industrias informatizadas en su mayoría, permitieron que Margaret Thatcher venciera en 1987. En la actualidad, el miniboom de hace cinco años ya pertenece al pasado, pero el electorado de esas regiones ha permanecido fiel a los conservadores. Bastan algunas cifras para ilustrar este fenómeno: en el Sureste, los conservadores obtienen 106 escaños, frente a los sólo tres del Partido Laborista; en el Surgeste se llevan 38, y los laboristas, partido que aumenta en un 4% los votos y obtiene 42 escaños más no debería sentirse humillado. No obstante, en la práctica, estas palabras de consuelo no producen ningún efecto en la base laborista, que ha salido traumatizada de esta prueba. Por dos razones.
En primer lugar, porque la gran masa de electores del Norte y del Noroeste esperaba la victoria de los laboristas como una tabla de salvación antes del naufragio definitivo. "Si los conservadores vuelven a ganar, en Liverpool viviremos como en un gulag ", decía en televisión un obrero nordista la víspera de las elecciones. Su exagerada comparación reflejaba la desesperación de toda un región que no hace mucho era primordial, pero que en la actualidad se siente sacrificada, condenada a la miseria. Su voto no tiene el mismo peso que el del Sur, y tras el próximo establecimiento de las circunscripciones electorales pesará todavía menos. De donde se deriva el segundo problema, que ha sido señalado por la prensa británica: en un país tan dual, ¿sigue siendo posible la alternancia en el poder? ¿No corre el Reino Unido el riesgo de asemejarse a Japón, donde el Partido Conservador, comprometido por continuos escándalos, se mantiene solo en el poder desde hace 45 años? Es una perspectiva que inquieta no sólo a los laboristas. Son pocos los británicos que no reconocen que la famosa consigna de Margaret Thatcher en 1979, "prosperidad primero, justicia social después", no ha dado los resultados esperados. Hoy en día hablar de prosperidad en Gran Bretaña sonaría como una broma de mal gusto. Desde hace 23 meses, ese país padece la recesión más larga y más grave desde la crisis de los años treinta. Echarle toda la culpa de este balance a la coyuntura mundial no sería serio: la responsabilidad incumbe sobre todo a la política de los conservadores, que consiste en favorecer a una minoría acaudalada con la esperanza de que invierta en la economía. Incluso un periódico del mundo de los negocios, el Financial Times, ha llegado a la conclusión de que los conservadores no son quienes están en mejores condiciones para sacar al país de su miseria. No obstante, el 42% de los electores les ha encargado el cometido de continuar.
Pacto
Algunos han llegado a la conclusión de que para corregir la flagrante injusticia del sistema electoral británico, uninominal a una vuelta, los laboristas y los liberales deberían sellar un pacto y presentar un solo candidato frente al Partido Conservador. Juntos tendrían puntos suficientes para superar ampliamente a los conservadores, y entonces serían mayoría en Westminster. Pero estas recomendaciones no tienen en cuenta el carácter específico de los dos partidos implicados ni el talante de sus electores. En las últimas elecciones, entre un 3% y un 5% de los liberales prefirió asegurar la victoria de un conservador antes que votar, por razones tácticas, a un laborista. Esta decisión ha sido precisamente lo que ha desbaratado los pronósticos de los sondeos. Por otra parte, la derrota de los laboristas no puede atribuirse a un solo hombre, Neil Kinnock, cualesquiera que fueran sus defectos y sus méritos.
El verdadero problema radica en el programa de los laboristas, y es muy complejo. Al contrario que los socialistas del continente, los laboristas nunca han elaborado grandes teorías acerca de la transición hacia el socialismo. Siempre se han remitido al welfare state, al Estado de bienestar, y esta vez también lo han puesto en el centro de su campaña. Si el resultado es decepcionante es porque ahora el espacio para una reforma parcial de la sociedad es más reducido que el pasado y, por tanto, no resulta convincente. En toda Europa la izquierda se ha visto afectada por esta evolución, como se ha visto en las elecciones celebradas recientemente en Francia, en Italia y en Alemania. Es cada vez más evidente que un partido político que quiere cambiar las prácticas sociales por medio de una intervención del Gobierno no puede conformarse con proposiciones sectoriales, ni siquiera las más pertinentes. Debe hacer frente al marco general de la sociedad y proponer una alternativa a su desarrollo global. Es una tarea que concierne a toda la izquierda europea que quiere poner fin al reinado de la oligarquía económica en el poder para establecer una democracia más avanzada. Después de su derrota del 9 de abril los laboristas deberían ser los primeros en solicitar esa nueva investigación sobre el socialismo. Ésta es también más necesaria que nunca para los países del Este, que siguen corriendo detrás de las quimeras del tatcherismo y corren el peligro de pagar por ello un precio demasiado elevado por sus recursos, mucho más escasos que los de Gran Bretaña.
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