Un maestro de la vida

SI LA vida y la obra de alguien pudieran ser resumidas en un par de expresivas líneas, una de las mejores descripciones que se han hecho de Juan García Hortelano se publica en estas mismas páginas. Son unas palabras de otro espléndido escritor, su amigo Manuel Vicent: "La inteligencia unida a una gran bondad siempre produce ironía: ésta fue la primera arma de este escritor". La inteligencia de García Hortelano, fallecido ayer, se refleja abundantemente en sus novelas, relatos, artículos y poemas. Su bondad ha sido casi tan pública como el talento. Y la ironía le rebosaba de toda su manifestación vital; sobre todo, en las tertulias, en las cálidas, amplias y reconfortantes charlas con el maestro de la amistad y la calle que siempre fue Juan.Vinculado sentimental y profesionalmente a EL PAÍS, quienes tuvieron el placer de escuchar sus comentarios sobre lo divino y lo humano -si bien es verdad que mucho más sobre lo humano que sobre lo divino- aprendieron en vivo lo que significan cosas como el respeto al ser humano, la dignidad personal, la ausencia de dogmatismos y el enorme amor por la literatura... y por su club de fútbol de toda la vida, el Atlético de Madrid.

Si es cierto que un escritor nunca muere mientras se puedan leer sus obras, desde Nuevas amistades (1959) hasta Gramática parda (1982), en el caso de Juan García Hortelano habrá que añadir, a su permanente presencia literaria y humana, el recuerdo de todos y cada uno de los que le trataron, de los que pudieron oírle contar de forma magistral las mil y una anécdotas de la vida que le tocó vivir. No fue, probablemente, la que él se merecía -con una larga y mediocre noche franquista-, pero su inteligencia, su bondad y su ironía consiguieron convertirla en un placer para todos.