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'Etiopía' en Europa

Albania, antiguo paraíso de izquierdistas occidentales, es un país devastado por la pobreza, la represión y la ignorancia

Chorreando sangre de la vaca degollada y abierta en canal en la cuneta, el carnicero improvisado ofrece, blandiendo un largo cuchillo, pedazos de carne al bullicioso tráfico de viejos jeeps chinos y soviéticos, carros de mulas y bueyes, bicicletas y algún turismo occidental digno del desguace en la carretera de Kavaye, a una treintena de kilómetros de Tirana. Algún viajero se ve tentado por un bien tan escaso como la carne en esta nueva Albania ya democrática, pero mísera y anacrónica como una Etiopía en Europa.

"Es peligroso comprarles a estos vendedores. Nunca se sabe si la vaca es suya. Te arriesgas a que aparezca el dueño y se líe a tiros con el ladrón y sus clientes", advierte Bashkim Baraiktar, un joven policía que mejora su sueldo de 2.500 pesetas mensuales como chófer, intérprete y guardaespaldas, este último hoy quizá el más necesario de los servicios para un viajero extranjero por las carre- teras albanesas. Durante 45 años, tan sólo habían llegado a Albania visitantes oficiales. Primero eran comunistas yugoslavos, hasta que, en 1948, el Gran Timonel albanés, Enver Hoxha, rompió con Tito, después los soviéticos y finalmente los chinos.

Después, un largo perídodo sin nadie ni nada, hasta la caída del régimen, ahora oficializada, con una abrumadora victoria del Partido Democrático por más de dos tercios de los votos. Sólo llegaban aquellos fieles invitados de grupúsculos maoístas occidentales, que se dejaban celebrar como líderes de la clase obrera de sus países y anunciaban su "apoyo entusiasta a las grandes conquistas de la Albania popular".

"Espero que nuestros líderes comunistas paguen con la cárcel lo que han hecho, matamos, aterrorizarnos y destruir el país, hacemos vivir peor que perros en Occidente. Pero tampoco deberían escapar al castigo los que apoyaron a los criminales con el dinero que nos robaban a nosotros", dice Agim Ramadani, un obrero de la fábrica de maquinaria Traktorkombinat, de Tirana.

Vive en dos habitaciones con su mujer y sus dos hijos. Disponen de una letrina, que es un nicho con un agujero en el suelo, y un grifo. El grifo es inútil. Desde hace meses los cortes de agua cada vez son más frecuentes y las heces de la familia se atascan en el agujero. Muchos vecinos hacen sus necesidades fuera de casa, en los barrizales entre los tristes bloques o, cuando hace mucho frío o llueve, en los descansillos de las escaleras.

El ascenso al cuarto piso, en el que vive Agim, se convierte por ello en un fétido calvario. Su mujer intenta cocinar en una resistencia eléctrica montada sobre un ladrillo junto a la cama en la que duermen los dos niños. Cuando, como casi siempre, no hay corriente, comparte con la vecina un hornillo de petróleo, si tienen combustible. Agim gana unas 1.000 lekas (1.200 pesetas) al mes. Su mujer 700 (850 pesetas), lo que alcanza para comprar cinco kilos de patatas.

"Esta vida les deseo a Raúl Marco [dirigente marxista-leninista español] y a todos los que venían a ayudar a Enver y a Ramiz Alia", dice con una sonrisa amarga. Agim no vive peor que la mayoría de sus compatriotas. Las elegantes villas del barrio cerrado de Tirana y de la costa en VIora, en donde el buró político pasaba los veranos, son casi las únicas viviendas dignas del país. Por lo demás, 700.000 búnkers en una extensión territorial similar a la provincia de Valencia, construidos para "defender la patria socialista", y postes que sujetan las viñas junto al Adriático, dotadas de un pincho en su extremo superior "para matar a paracaidistas invasores", son los símbolos de la majadería criminal del régimen de Hoxha.

En Elbasán, una antigua fortaleza otomana, ha reabierto sus puertas la "gran mezquita del rey", convertida en taller para escultores del realismo socialista tras la "campaña por el ateísmo" de 1967. Albania es un país devastado, sin embargo, hoy hay esperanza. "Estamos destrozados, pero no tenemos miedo. Ustedes no pueden valorarlo, pero es un gran tesoro", dice Bashkim.

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