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Unanúe y Galíndez

El periodista cubano-vasco Manuel de Dios Unanúe ha sido asesinado en el mesón Asturias, restaurante español de la sección Jackson Heights del barrio de Queens, Nueva York, donde habita una fuerte concentración de inmigración colombiana. Estaba escrito que la doble verdad de la ciudad más espectacular del mundo un día olvidaría el control de la llave de las cloacas, y del subsuelo subiría la muerte para clavarle un frío a Unanúe, el perseguidor de dobles verdades. Colaborador de la prensa hispanohablante de Nueva York, en el pasado director de El Diario, me enteré de su existencia al caer en mis manos su libro dedicado a Jesús Galíndez, el exiliado vasco secuestrado en Nueva York en 1956 por un comando de dominicanos y norteamericanos por encargo del dictador Trujillo. Trasladado a la República Dominicana, fue torturado, asesinado y su cuerpo arrojado al mar para que fuese alimento de los tiburones. De este hecho, yo extraje una novela. Para poder escribirla, entre otras muchas fuentes, utilicé el libro de Unanúe, desconocido en España, definitivo por los datos que aportaba sobre las relaciones entre el Departamento de Estado, la CIA y el FBI y parte del exilio español republicano.Dedicado al periodismo de investigación, su trabajo sobre Galíndez es una muestra de su disposición ante el oficio: ir más allá de la apariencia de verdad, no quedarse ante las fachadas de verdad y moral convencional con que la ciudad democrática enmascara sus patios interiores y sus subsuelos. La realidad y la historia son puntas de un iceberg y a finales del siglo XX tenemos definitivas constataciones de que, al menos desde 1945, los auténticos servicios de información han sido subterráneos, constatación ultimada ante el liderazgo universal de Bush y Gorbachov, ex jefe de la CIA el primero y criatura política de la KGB el segundo. Son los servicios de información estatales y los a veces más poderosos de las multinacionales los que acumulan saberes determinantes sobre las causas de lo que ocurre, y a nosotros nos llegan los hechos resultantes, escuchados por el lenguaje y la lógica convencionales. Unanúe era un excelente conocedor de las tramas públicas y secretas de todas las inmigraciones latinoamericanas y se duda si ha sido asesinado por sus audaces investigaciones sobre el narcotráfico colombiano o por sus denuncias de la "ejecución" de dos jóvenes activistas puertorriqueños metidos en una trampa urdida por la propia policía, una trama que los responsables políticos de la ciudad democrática suelen calificar de "... duro enfrentamiento". Unanúe sostuvo ante una comisión investigadora del Senado de Fluerto Rico que los dos activistas murieron a partir de una conjura en la que colaboraron escuadrones de la extrema derecha puertorriqueña, el FBI y oficiales del Ejército norteamericano.

Nada nuevo. Los black panthers fueron cazados hace unos 20 años por procedimientos similares y en torno al secuestro de Galíndez se urdió una conjura en la que participaba el lobby trujillista norteamericano (desde el presidente del Senado hasta un hijo de Roosevelt, pasando por militares asesores del presidente Eisenhower) y oficiales de ciega obediencia a Trujillo. La lista de implicados era espeluznante, algunos de los responsables del caso Galíndez aún pasean por Santo Domingo o Nueva York y uno hasta ejerce de presidente de una república. Especializado en este tipo de rastreos, tan molestos para el saber y la moral convencional de quienes necesitan creer que la única realidad posible es la apariencia, Unanúe ha jugado demasiadas veces con fuego y ha tenido que ser asesinado en un restaurante lleno de aromas expatriados, escenario simbólico para un hombre que de origen inmediato cubano, aunque de recientes raíces vascas, estudió en Valladolid y ejerció como colaborador de El Correo Español y El Diario Vasco. Indagué sobre Unanúe en Nueva York y me fue descrito como un periodista inquietante que demasiadas veces practicó la espeleología por las cloacas del sistema, para desagrado de los círculos homologados del periodismo establecido.

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