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Tribuna
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Malan

Rian Malan es un hombre de mirada penetrante que parece llegar al fondo de las cosas. Así le veo en la foto de la contraportada de su libro Mi corazón de traidor (Anagrama), cuya lectura he completado coincidiendo con el referéndum celebrado en Suráfrica, del que ignoro el resultado al escribir esta columna. Tal vez es tarde para restañar tantas heridas como el apartheid ha causado a la sociedad surafricana entera, a los negros que han sido sojuzgados, y a los blancos que, sojuzgando, se han envilecido.Malan es un blanco, y pertenece a la capa social que más sufre después de los negros, a los blancos decentes que reniegan de lo que los suyos hacen. En esta parte de África, si eres un blanco decente puedes adherirte a las opciones liberales que luchan contra el racismo. Puedes asistir regularmente a los funerales que se celebran en Soweto, puedes tener amigos negros y defenderlo con orgullo. Puedes hacer todo eso y, además, destrozarte a conciencia el corazón, porque serás para siempre un traidor para los tuyos sin que nada impida que te odien, por el color de tu piel, aquellos a cuyo lado estás.

Del denso e intenso relato de Malan les hablo hoy porque me gustaría que lo leyeran quienes desean saber qué es Suráfrica y qué tipo de sangre se derrama todos los días en los guetos de los suburbios, por qué los negros se matan entre sí mientras los blancos se lo permiten y hasta les instigan. Y qué puede ocurrir si alguien no insufla un poco de amor en ese lugar olvidado por la misericordia.

En su libro, Rian Malan me ha recordado a ciertos blancos que encontré en Suráfrica. Pero nadie como él ha ido tan lejos en el desenmascaramiento de las propias coartadas, en la pasión desesperada, el sufrimiento por el horror de África y sus criaturas, negras o blancas.

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