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TESOROS DE AL ANDALUS[PU] La Alhambra de Granada abre hoy sus puertas a la esencia del arte islámico español con una exposición cuyo marco y contenidos entran en el plano de la leyenda. La muestra de arte hispano musulmán, organizada por el Patronato de la Alhambra y el Museo Metropolitano de Nueva York, será inaugurada esta tarde en los palacios nazaríes por la reina Sofia. Las 130 piezas seleccionadas para ilustrar la riqueza del arte desarrollado durante los ocho siglos de dominio árabe en España permanecerán expuestas al público desde el 19 de marzo al 7 de junio.

Una sucesión de maravillas

Al AndalusAl Andalus. Las artes islámicas en España. Alhambra de Granada. Desde el 19 de marzo al 7 de junio.

Con un presupuesto global cifrado en dos millones de dólares, la mitad del cual ha sido sufragado por el Banco Bilbao Vizcaya, y no menos de cuatro años de paciente, esforzado y muy cualificado trabajo bajo la dirección de Mahrukh Tarapor, directora adjunta del Museo Metropolitano de Nueva York, he aquí, por fin, el magnífico resultado de esta exposición, que, con el título de Al Andalus. Las artes islámicas en España, será recordada como un acontecimiento legendario.

No es para menos, pues, para la ocasión se han reunido más de 130 piezas, procedentes de 15 países diferentes, lo que, dada su acotación cronológica, fundamentalmente los cuatro primeros siglos de dominación islámica en la península Ibérica, ha supuesto un mérito adicional.

Antes, en cualquier caso, de comentar el contenido de la exposición, se impone decir algo no sólo sobre el excepcional, casi increíble, marco que la acoge -las dependencias de la Alhambra de Granada-, sino también, dadas estas singulares circunstancias, el extraordinario alarde técnico y la belleza del montaje. Respecto a lo primero, que ha supuesto tanto la intervención de los mejores especialistas del Metropolitan, probablemente el museo mejor dotado del mundo, como la colaboración de los expertos locales y la labor de la firma española Macarrón, sólo se puede decir que es un ejemplo práctico simpar de la museología más avanzada; respecto a lo segundo, la sutil belleza con que todo está dispuesto se aprecia, sí, en el esmero con que se le ha sacado un óptimo rendimiento a cada una de las piezas exhibidas, pero asimismo en la forma con que se ha aprovechado mil pequeños detalles para dar lustre al marco arquitectónico que las acoge.

En este sentido, no quiero ahora aburrir al lector con la descripción detallada de cómo se han salvado técnicamente las dificultades para no dañar en lo más mínimo uno de los monumentos histórico-artísticos más relevantes de la humanidad, pero me parece imprescindible resaltar la sensibilidad con que toda la escenografía de la exposición, bien indirectamente subraya aspectos normalmente no muy visibles del recinto, bien trata de respetuosamente ocultarse cuando su presencia se hace por fuerza más agresiva.

Afinadas sutilezas

Quizá todo este juego de afinadas sutilezas es el que permita la casi perfecta acomodación en el recinto de la Alhambra de un conjunto soberbio de piezas islámicas, la mayor parte de las cuales se corresponden a una etapa histórica anterior, y, quizá, asimismo, esta sabía discreción voluntaria rebaje, ante las miradas de quienes, no siendo conocedores de la materia, se guíen sólo por la vistosidad espectacular, la real importancia de la exposición, cuya riqueza no se mide exclusivamente por el número de obras traídas de fuera, siendo muchas, sino por su calidad.

Desde esta perspectiva, es difícil enumerar, ni siquiera de forma abreviada, lo que, desde distintos puntos de vista, resulta más notable, ya que el catálogo de objetos que muestra es variado y complejo.

Así, desde primeros ejemplos de cerámica, las arquetas y botes de marfil -algunos ejemplares tan maravillosos como el de Al Mugira, procedente del Louvre; la diminuta arqueta de la hija de Abderramán III, que viene del Victoria and Albert Museum de Londres, o, en fin, la célebre Arqueta de Leyre, del Museo de Navarra-, el amplísimo muestrario de lámparas -las pequeñas de platillo, las monumentales que colgaban del techo (como las que ahora proceden de Fez, ejemplo de transformación de las campanas cristianas) o las de labrado virtuosístico del periodo nazarí-, las espadas, ballestas, celadas, adargas y otras armas, el alargado capítulo de los bronces -que comprende incensarios, braseros y, sobre todo, deslumbrantes ejemplares de escultura animalística, como el enorme y escalofriantemente hermoso Grifón, de Turín-, los enormes jarrones (están los bellísimos nazaríes de Palermo y el Ermitage, que sirven de compañía al de la propia Alhambra), las refinadas piezas de joyería y numismática, las alfombras, cortinas, capas y estandartes, los fragmentos arquitectónicos (destacando de forma soberbia el almimbar de la mezquita de Kutubiyya, de Marraquech), los alicatados, los instrumentos científicos -astrolabios y globos celestes-..., hasta ese capítulo verdaderamente admirable de los manuscritos, cuya relevancia, tanto en lo que se refiere a las ilustraciones, la caligrafía y las encuadernaciones como al propio papel, de una calidad tal que, 10 siglos después, no ha perdido nada de su suntuoso satinado, podría haber dado lugar por separado a una muestra monográfica memorable.

Trascendencia arqueológica

En realidad, insisto, es difícil tratar de reseñar el desglose de maravillas exhibidas, pues, incluso aquellas piezas que, desde el punto de vista de calidad artística, pueden comparativamente resultar más rudimentarias, su trascendencia arqueológica es de primer orden.

Por todo ello, más que esforzarse en este vano intento de rememorar un sinfín de detalles sin duda memorables de Las artes islámicas en España, lo que hay que hacer es aprovechar la ocasión e ir a la Alhambra de Granada, haciendo nuevamente ese por siempre inigualable recorrido, pero ahora cargado de sorpresas añadidas.

Marco y contenido temporal convierten esta cita en un acontecimiento único, cuya honda impresión estética no puede traducirse en palabras, como ocurre siempre con las obras de arte maestras. ¡Ay, Al Andalus o Andalucía, cómo se comprende la congoja del último rey moro que suspiró por ti!

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