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La Iglesia no perdona

El padre Jean-Bertrand Aristide, abandonado por el Vaticano por su rebeldía frente a las tesis oficiales de la Iglesia, ha encontrado precisamente en esta institución su más decidido enemigo en el interior de Haití durante estos cinco meses y medio de exilio en Venezuela. La Iglesia, contraria en este caso a los principios evangelizadores, ha apostado también por no perdonar.Mientras la comunidad internacional -primero con la retirada de embajadores y organismos de todo tipo de cooperación y después con el embargo- daba las espaldas a los títeres impuestos por el general Raúl Cedras -el verdadero hombre fuerte en la sombra-, el Vaticano se adelantaba a todos y, en jugada maestra, tendía la mano al Gobierno de Nerette. Con el nombramiento del nuncio Lorenzo Baldissert, además de romper el aislamiento, reconocía automáticamente el nuevo régimen.

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Aristide, en el ojo del huracán

Aristide abrazó en su día la teología de la liberación y se unió a los pobres y desfavorecidos de Cité-Soleil y Les Salines, los dos grandes estercoleros humanos de Puerto Príncipe. Allí, el hombre y la rata no sólo cohabitan, sino que luchan entre sí por la supervivencia. De estos y otros arrabales de Haití, el país más pobre del hemisferio occidental, emergió el presidente casi mágicamente arropado por una masa que hasta ese momento no entraba en los cálculos políticos. Tras un pasado sangriento de golpes y contragolpes, que tuvo su máximo exponente en el terror duvalierista, los dirigentes haitianos diseñaban, bajo presión internacional, una mínima y no complicada estructura democrática que les adentrara legítimamente, y sin aparente sobresalto, en el club de los países gobernados por las urnas.

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