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Reportaje:

Aristide, en el ojo del huracán

Los poderes fácticos de Haití comprometen la vuelta del presidente

ENVIADO ESPECIALLa vuelta de Jean Bertrand Aristide a Haití, pese a los buenos oficios de la comunidad internacional, se presenta incierta y difícil. Los cinco meses y medio pasados desde que el Ejército se hiciera con el poder y maquillara su presencia en él con el régimen títere que preside el anciano magistrado Joseph Nerette no han hecho más que agudizar la profunda y trágica polarización cultural, social y política, no exenta de tintes sangrientos, que sufre este país caribeño.

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La Iglesia no perdona

Haití vive hoy en un callejón sin salida y Aristide está en el ojo del huracán de un sector de la población, minoritario pero dominante, que no perdona a quien, sin la malicia política de un gobernante profesional, quiso cambiar la historia cruel e inhumana de este territorio insular de América Latina que hace 500 años supuso el comienzo de una nueva civilización.Jean Bertrand Aristide cuenta hoy con un documento, sellado en Washington por los sectores enfrentados y avalado por la Organización de Estados Americanos (OEA), que le permite su restitución como presidente constitucional de Haití. Hacia él, sin embargo, se dirigen unos sentimientos de venganza de los poderes fácticos que ponen en peligro su seguridad personal dentro de la isla. Mientras la mayoría del pueblo le espera como a un mesías que cuenta con los dedos sus últimos días de destierro, quienes verdaderamente mandan le dan por muerto nada más pisar tierra haitiana.

En Petion-Ville, el barrio de los ricos de Puerto Príncipe, los adolescentes se divierten exhibiendo las armas automáticas que sus padres guardan para un día X, a modo de arsenales individuales en sus lujosas mansiones. Petion-Ville es el alcázar ajardinado de esa minoría burguesa de color, motor del limitado sector productivo del país que se resiste al cambio radical y que reniega de ese otro 92,5% de su misma raza que las estadísticas internacionales denominan iletrados y sobre los que se sustenta el poder de Aristide.

'No pasará'

El sacerdote salesiano Aristide sorprendió al mundo por su capacidad de aglutinar electoralmente ese gran sector de población negra que, pese a sus casi 200 años de independencia, no encuentra oportunidad para salir de la miseria y malvive de forma primitiva e inhumana más cerca de la esclavitud que del progreso que abraza el mundo. El padrecito se ha convertido en la bestia negra que amenaza a los ricos haitianos. Sobre él pende un no pasará.En el fondo, lo que está en juego es una comidilla para las 630 familias dominantes de Haití, las que constituyen el verdadero poder del limitado sector productivo del país. Junto a ellas, un Ejército desprestigiado exteriormente y maltrecho de autoridad por la ambición de sus jefes y una pequeña legión de funcionarios y burócratas sedicentes a cualquier oportunismo. Los intelectuales y profesionales que regresaron del exilio después de 1986 tampoco contaron con la presencia en las urnas de una masa popular analfabeta que, guiada por sus creencias y ritos africanos, el vudú, encontró en Aristide y en su fácil forma de comunicarse al redentor frente a tanta injusticia y pobreza.

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Aristide arrasó por su populismo con el certificado in situ de 400 observadores internacionales. Se vio consolidado como líder cuando, en vísperas de su toma de posesión, la masa que le había apoyado salió en desbandada para aniquilar el golpe de Estado en ciernes del que fue jefe de los tonton macoutes de Papá Doc, el terrible Roger Lafontant, asesinado misteriosamente meses después, la noche en que otro cuartelazo, esta vez del general Raúl Cedras, mandó a Aristide al destierro venezolano.

Los colaboradores del régimen golpista durante estos cinco meses y medio han presentado al presidente derrocado como un cruel asesino, que al llegar a Haití ordenará a la "masa salvaje" subir a la montaña, arrasar los cuarteles y "acabar con el único estrato de civilización occidental que existe en el país". El mensaje oficial, sin embargo, no hizo me lla entre los desfavorecidos que todavía adoran a Aristide y que esperan silenciosos, por el temor de las bayonetas, su llegada triunfal.

Aristide, arropado por la comunidad internacional, sigue siendo el líder legítimo de Haití. Pero este país, salpicado por la sangre a lo largo de su corta historia, respira venganza. El presidente electo, detestado por el Ejército y por quienes controlan la economía, forma parte de una sociedad trágicamente dividida que no presenta visos aparentes de solución.

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