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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Matones

LA ACTITUD de un pequeño grupo de encapuchados -aunque uno de ellos con uniforme de la empresa- al propinar una paliza a un conductor de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) de Madrid, que requirió la asistencia hospitalaria del afectado, revela un talante y un modo de entender el mundo con un calificativo preciso y descriptivo: fascismo. Son aquellos que llegan a unas conclusiones, discutibles como todas, y a partir de ahí basan sus argumentos en la violencia, el chantaje y, cuando haga falta, la paliza. Es evidente que no se puede generalizar de ningún modo el comportamiento de los trabajadores, y menos en unos días como los actuales en los que los conflictos son múltiples, dispersos y mayoritariamente pacíficos, pero también lo es la proclividad a imponer los argumentos por la fuerza en muchos de los denominados piquetes. La anécdota del apaleamiento es, ciertamente, un detalle, pero resulta significativa de una manera de entender las relaciones laborales.Treinta y cuatro jornadas de huelga en un periodo de 38 días -tales son los datos del conflicto de la EMT- generan tensiones de simple supervivencia, sobre todo en aquellos trabajadores que no están pluriempleados. Si se describe con algo de detalle la cronología del conflicto habrá que añadir que de los 34 días de huelga, el primer mes lo fue de huelga continuada, y de ellos, la primera semana, sin servicios mínimos. Es decir, una ciudad de más de tres millones de habitantes sin transporte público de superficie.

La actuación de matones contra un trabajador que por razones cuando menos tan respetables como las de sus oponentes decide optar por continuar en el trabajo, probablemente por la necesidad de cobrar el salario íntegro, muestra lo sencillo que resulta el surgimiento de la violencia y el fascismo entre quienes no aceptan otra verdad que la propia. Se puede reclamar el advenimiento de cualquier demagogo al uso y actuar como una partida de la porra. Lo que resulta más complicado es convencer a propios y extraños de lo correcto de unas reivindicaciones en base a la hospitalización de los discrepantes.

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