_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las eternas fantasías de los galos

Los franceses, aunque parezca lo contrario, no se pasan el tiempo manifestándose por el distrito 7 de París, barrio donde se concentra la mayor proporción de ministros, de policías y de monjas. Su principal ocupación no es, aunque lo parezca, la de alborotar a unos jóvenes estudiantes demasiado bien vestidos, ni la de pintar en unas paredes del metro en las que se han fijado algunas obras de arte, ni tampoco el dedicarse a poner trabas en las provincias a los nuevos trazados del TAV; ni siquiera lo es el volcar y arrojar sobre la vía pública las verduras y las carnes de unos camiones enviados por sus queridos socios europeos. Lo cierto es que coino, de una u otra manera, se pasan las horas viendo en la televisión a otros franceses haciendo justamente lo que acabamos de evocar, todos creen tener la sensación de estar participando en una algarabía nacional, en un acabóse parecido al de aquel de 1968. En fin, a unas semanas de las elecciones cantonales y regionales, los franceses se desparraman por un Estado contra el que protestan todas las mañanas, pero del que reclaman con fuerza su intervención todas las tardes.Quien venga a Francia ahora creo que deberá soportar una buena serie de inconvenientes, pero también, quién lo diría, podrá encontrar por las calles gente bastante equilibrada, deseosa de comer con refinamiento, de visitar uno de esos museos de provincias que tan magníficamente han sido revocados y enriquecidos, a gentes orgullosas de sus deportistas, de sus aventureros y de sus actores. Una observación, dicha sea de paso: es imposible en 15 días asistir a todas las nuevas exposiciones de pintura, a todos los conciertos, a todos los estrenos teatrales que se ofrecen en este país. Hablando con propiedad, nadie podría decir que todo eso sea el síntoma de una civilización en decadencia, ni tan siquiera de una crisis. Sin embargo, la palabra crisis es la voz más oída y repetida por los franceses, a no ser que uno se tope con un ciudadano con pretensiones culturales, en cuyo caso la palabra se torna entonces en la expresión "crisis de identidad".

Relativizar así un problema no significa hacer mofa de él ni tampoco subestimarlo. Es un hecho que los franceses están esquizofrénicos: viven en dos planos diferentes. Por un lado, actúan como si su país fuese próspero y ordenado; por otro, hablan de él como si fuera miserable y anárquico. Esta esquizofrenia es en sí misma un problema. Y tiene, como suele decirse, efectos multiplicadores. Sobre todo porque transcurre con unos decorados de fondo bastante particulares que convendría matizar. Los franceses asocian la democracia con el decenio. Si los equipos en el poder pretenden perpetuarse, es decir, sobrepasar los 10 años de mandato, lo primero que hay que decir de ellos es que están dando pruebas de mal gusto, luego de sospechosa indecencia y, por último, de un sentimiento antirrepublicano. Es un hecho con el que hay que contar, y del que el general De Gaulle ya tuvo una amarga experiencia; cuando alguien se impone en Francia durante más de 10 años, a continuación los franceses estarán en condiciones de encontrarle todos los defectos y llegarán incluso a preguntarse por qué extraña aberración mental se les ocurriría votar, hace 10 años, a unos hombres que insisten con sus tan desagradables maneras. En el origen de la impopularidad de los socialistas hay muchas cosas, pero por encima de todas está, evidentemente, la usura de poder. A los galos les gustaría ya cambiar de jefe. Y si hemos de hacer caso a la televisión, lo que los franceses detestan es tener que soportar todos los días el rostro del mismo presidente.

¿Será suficiente con el cambio? Hay que convenir en que no. La política, hoy, ha caído en un verdadero descrédito. ¿Tanto como en Estados Unldos? Pues casi. Las abstenciones son muy, muy numerosas. Repárese en nuestra propia corporación: si un periodista, por serio y respetado que sea, se atreve a defender hoy con calor la política del Gobierno, lo menos que suscita de inmediato es una seria inquietud acerca de su salud mental. Por el contrario, si ese mismo periodista a lo que se dedica es a elogiar a unos hombres de empresa obtendrá el derecho al reconocimiento de sus lectores. Una severa crítica a un hombre político lleva implícito el reconocimiento y la estima del prójimo. La misma crítica dirigida contra un hombre de empresa provoca, por parte de este último, una suspensión de la publicidad en el periódico en el que se ha publicado la crítica. Es una señal muy Inquietante, aunque se la considere con el buen tono que desde hace cierto tiempo se exige, el que la "cultura de empresa" sea la condición de toda cultura y que se piense que sin ella no hay futuro para el país.

Podrá objetarse que los socialistas franceses no han hecho gran cosa para revalorizar la política, lo cual es cierto desde muchos puntos de vista. Pero no por ello se debe meter en el mismo saco la meritoria adaptación a las realidades capitalistas y la falta de imaginación social. ¿Existe hoy entre el personal político francés más corrupción y prevaricación que antes? Yo no lo creo. ¿Se comportan peor los políticos que los hombres de negocios? No estoy nada convencido de ello. ¿Le han tomado gusto los socialistas a los cargos, a las prebendas, a los privilegios que el poder concede en Francia a quienes lo detentan? Eso sí. Rotundamente sí. Y también es cierto que determinadas actitudes se soportan peor en los socialistas, pues en otros tiempos ellos las denunciaron de otros, y con toda razón.

Tal vez estén ustedes esperando que pase ya a otras cosas más serias. Ahora voy a ellas. Aunque permítanme decirles que las frivolidades evocadas me parecen más determinantes que todo lo demás. Y llego, en efecto, al hecho de que Francia posee el infamante privilegio de tener la extrema derecha más poderosa del mundo, fenómeno ligeramente corregido por el hecho de que los ecologistas están abriendo unos claros impresionantes. El tiempo trabaja a favor del Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen porque tiene un depósito de reserva inagotable: la emigración. Un día podrían desaparecer todos los problemas, pero no se acierta a ver por qué habría de desaparecer el de la inmigración. Más bien al contrario: todas las previsiones concernientes, por ejemplo, al Magreb van en la dirección de un crecimiento de los flujos migratorios; por lo que parece inútil pretender Pasa a la página siguiente Viene de la página anterior contenerlos mediante la vigilancia de las fronteras. Por otra parte, es cierto que aumenta el paro, pero los magrebíes deben pensar que un parado en Europa, y sobre todo en Francia, es más feliz que un trabajador no especializado en el Magreb. El paro suscita verdaderas angustias, y la prueba es que por primera vez estamos viendo a franceses haciendo de basureros con los camiones de la limpieza urbana. El señor Le Pen podrá seguir diciendo que los magrebíes quitan el puesto de trabajo a los franceses, ya que estos últimos ahora aceptan todo tipo de tareas mientras que antes dejaban encantados las faenas del basurero a los inmigrados.

El miedo al paro y la constatación de que los equipos, de izquierdas o de derechas, no han conseguido encauzarlo constituye el único y serio malestar de la sociedad francesa, digan lo que digan todas las descripciones complacientes, a propósito del fin de la historia y de la ausencia de trascendencia. Pero, una vez más, hay que contar con la eterna fantasía de los galos.

El ejemplo más conmovedor nos lo ofrecen las manifestaciones universitarias contra las tímidas y razonables reformas propuestas por Lionel Jospin, ministro de Educación Nacional; reformas que, por otra parte, habían sido reclamadas por todas y cada una de las partes. Y así la Universidad, que en este momento es el microcosmos caricaturesco de todos los defectos y de todas las irresponsabilidades de la Francia próspera, empieza a agitarse. Denuncia la selección cuando de ella no hay ni rastro en las reformas. Firma peticiones, congrega a autoridades morales y religiosas, moviliza los medios de comunicación, se manifiesta en los Campos Elíseos. Y todos esos manifestantes son jóvenes, guapos y simpáticos. Si no aparecen provocadores entre ellos, hasta se divierten mucho. Se gustan. Pero están un poco fuera de lugar: caminan al lado de sí mismos. Es la crisis de la Francia de nuestros días.

Traducción: J. M. Revuelta.

Jean Daniel es director del semanario Le Nouvel Observateur.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_