Obstinación israelí
CUANDO, EL pasado mes de julio, la cumbre de los siete decidió en Londres afrontar el problema árabeisraelí mediante la convocatoria de una conferencia general, introdujo un elemento que era clave para el desbloqueo de la situación: si los árabes debían interrumpir todo boicoteo de Israel, éste debía suspender la "política de asentamientos en los territorios ocupados". El Gobierno conservador de Isaac Shamir aceptó las condiciones, pero no se tomó en serio la que le afectaba. Es más, pese a que algunos de sus ministros dijeron que la petición podría ser atendida, Shamir, solapadamente, y su ministro de Vivienda, Ariel Sharon, con claridad, aseguraron públicamente que nunca se interrumpiría la construcción de asentamientos.En efecto, los asentamientos (especialmente de judíos soviéticos, que multiplicaron su llegada a partir del desmoronamiento de la URSS) son cuestión esencial para el Likud. Desde 1989 han llegado a Israel cerca de 400.000 inmigrantes, de los que, naturalmente, muchos han pasado a engrosar la cifra de habitantes de Cisjordania. Lo malo es que la operación, además de políticamente intolerable para los palestinos, resulta muy cara: Tel Aviv estima que en los próximos cinco años costará casi 30.000 millones de dólares (aproximadamente tres billones de pesetas), que hay que añadir a los 16.000 millones de la deuda pública. Por esta razón, en septiembre pasado, el Gobierno israelí pidió al de Estados Unidos que le diera garantías para obtener créditos por valor de 10.000 millones de dólares con que hacer frente a los nuevos asentamientos en los próximos tres años.
El secretario de Estado norteamericano, James Baker, solicitó del Congreso que pospusiera durante cuatro meses la discusión del tema. Presionaba así a Israel para que acudiera a la mesa de negociaciones, finalmente fijada en Madrid, y, de paso, demostraba a los árabes que Washington se enfrenta con la cuestión israel o palestina con imparcialidad. Cuatro meses más tarde y tras cuatro sesiones de conferencia, el problema está lejos de resolverse. Aunque era evidente que las negociaciones de paz progresarían con lentitud -y debe hablarse de progreso-, el viejo asunto de los asentamientos ha contribuido a dificultarlas.
Washington mantiene su posición. James Baker ofrece, todo lo más, prestar las suficientes garantías crediticias a Israel para que concluya los asentamientos que tiene en marcha, especialmente alrededor de Jerusalén; 6.000 según Washington, pero cerca de 20.000 según Shamir. Washington no cederá, al decir del presidente Bush, incluso si esta negativa le cuesta los votos de la comunidad judía en la campana presidencial. Si Estados Unidos mantiene su posición como debe, habrá un claro ganador: la causa laborista de Isaac Rabin en las elecciones generales de junio en Israel. Y un ganador en justicia: el pueblo palestino de los territorios ocupados, que ha visto que Israel pretende recortar su deseo de autodeterminación hasta un mínimo autogobierno apenas circunscrito al exiguo espacio que le dejarían los colonos judíos. La situación acabaría recordando irresistiblemente el doble rasero del apartheid.
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