Damas
Me pregunto a qué luminoso cerebro se le habrá ocurrido organizar una cumbre de primeras damas en Ginebra para tratar de los problemas de la mujer rural. Y al decir primeras damas nos estamos refiriendo a unas señoras cuya razón para estar donde están es la de ser esposas de sus maridos. También me pregunto qué sabrán ellas de la problemática de la mujer rural: a lo mejor lo mismo que yo, o sea nada, y a lo peor saben incluso menos, porque con tanto programa oficial y tanta reunión de altísimo nivel allá en Ginebra, deben de tener poquísimo tiempo para pisar el campo. Y además, ¿qué capacidad ejecutiva y decisoria tienen estas cónyuges de presidentes? ¿O es que al volver a sus países van a llamar al ministro de Agricultura y van a decirle: "Dupont, a ver si me arreglas de una vez lo de las campesinas"? La posibilidad de semejante intromisión política aún me estremece más.Sin duda todas ellas han ido allí con la mejor de sus intenciones, para potenciar con su presencia la solución de una situación de injusticia. Y quizá hasta tengan razón y sirvan de plataforma publicitaria, porque por desgracia nuestro mundo se priva por los nombres rimbombantes. La pifia, pues, no es de ellas, sino de los Estados. Porque irrita que los problemas de la mujer rural, que seguro que son complejos y duros, sean tratados con semejante amateurismo, con este aire vistoso de ropero benéfico. Imagínense ustedes que alguien montara una cumbre de damas para tratar de los conflictos de los mineros de Asturias y de Inglaterra, pongo por caso: se podría organizar un escándalo estupendo. Alemania y Canadá han enviado a la cumbre a sus consejeros para el desarrollo, y ese es un ejemplo de seriedad que hay que seguir. Porque para solucionar el problema de verdad habrá que tomárselo en serio y dejarse de adornos.
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