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La historia bajo la carpa

Antonio Elorza

Las conmemoraciones evocan siempre la tensión entre memoria e historia. Cada grupo social, cada sector político, cada generación busca el engarce con el pasado de acuerdo con su propia forma de inserción en la realidad. Ciertamente, la historia está ahí, fijando el repertorio de temas y los límites entre los cuales puede efectuarse aquella operación selectiva, pero también modificándose ella misma en cuanto historiografía según los impulsos procedentes de la sociedad, del poder e incluso de las modas. Recientemente, Mona Ozouf ha evocado esa tensión aportando el ejemplo de las ceremonias que siguieron a la toma de posesión del presidente Mitterrand en 1981. El político socialista eligió la visita al monumento símbolo de la memoria histórica republicana, el Panteón, y en él, la tumba de Jean Moulin, el héroe de la Resistencia. Creo recordar que una rosa roja en su mano indicaba la voluntad de enlazar con una tercera tradición, la del movimiento obrero socialista. Por contraste, unos minutos más tarde, Mitterrand era recibido por el alcalde de París, el conservador Jacques Chirac, en un recinto presidido por las imágenes de unos personajes que simbolizaban la otra forma de presentar la tradición nacional francesa: santa Genoveva, Juana de Arco y el general De Gaulle. Una nación, dos tradiciones y dos ejercicios de memoria contrapuestos. La bipolaridad reaparecería en los debates sobre la Revolución Francesa en tomo al bicentenario de 1989, aun cuando las corrientes enfrentadas coincidieran en aceptar el papel decisivo de la misma para la Francia contemporánea.Ahora bien, unas peculiares circunstancias políticas pueden convertir las conmemoraciones en ejercicios de amnesia. Entre ,nosotros resulta dificil imaginar a los gobernantes socialistas visitando las tumbas de Pablo Iglesias o Francisco Pi y Margall en una fecha significativa para el país. La tradición republicana no es asumida por la izquierda gubernamental. Recuerdo aún muy bien la participación oficial hace poco más de un año, en el cementerio de Montauban (Francia), para conmemorar el cincuentenario de la muerte del presidente de la República, Manuel Azaña. El ministro celebrante tuvo la escasa delicadeza de colocar una corona de flores sobre la tumba, con los colores de la monarquía. Ni siquiera se le ocurrió la discreción de una cinta blanca. Ahora mismo, en una buena serie televisiva de evocación, se habla por un lado de "Ia memoria nacional" y por otro de "la memoria vencida", siempre como si la República no hubiera debido existir. Y se sitúa como prólogo del episodio un ejercicio de equidistancia en la descalificación, poniendo verdes por igual a los dirigentes de los dos bandos; a cargo de nuestro personaje literario por excelencia. Así, Manuel Azaña, Indalecio Prieto o Juan Peiró son arrojados al mismo basurero que los generales que nos regalaron con una guerra y 40 años de dictadura. Claro que hay razones de pragmatismo político ara esta amnesia forzada, pero ello no deja de expresar una dependencia innecesaria, la mentalidad del Estado democrático respecto de su antecedente franquista. Otro tanto ocurre con la celebración en curso del Quinto Centenario, más cercana a la vieja noción de hispanidad que a lo que debiera ser una visión socialista de las relaciones entre España y el pasado y presente de América.

En este sentido, la recién inaugurada exposición-balance 500 años después. Imaginar el futuro ofrece una buena ocasión para evaluar cómo se ha construido desde el poder la conmemoración de 1492. Ante todo, el visitante es sometido a una cascada de imágenes carentes de toda significación. Se trata ante todo de suscitar la impresión de una gran labor realizada de acercamiento a Latinoamérica por un Gobierno dotado de una moderna tecnología. Un satélite de comunicación sustituye a las carabelas. La Conferencia de Guadalajara parece ser el punto de llegada de esa maravillosa labor, pero también aquí la acumulación de imágenes y extractos interfiere toda transmisión nítida de significados. Quizá porque se intenta crear la impresión de que ha cobrado forma la soñada Comunidad Iberoamericana, cuando en realidad lo acordado es sólo una sucesión de conferencias rituales. "Comunidad iberoamericana", anuncia el folleto de propaganda; "constituir la Conferencia", añaden los textos explicativos del interior. Por lo demás, el montaje es sólo una versión tecnocrática y posmoderna de los vieos recorridos en los llaberintos de feria, con las figuras supuestamente humanas, los efectos ópticos y los ordenadores en los puestos que ocuparan los espejos deformantes y los monstruos de cartón piedra. Las pomposas definiciones de los espacios -Plaza de la Cultura Iberoamericana, Travesía del Quinto Centenario- subrayan aún más el absoluto vacío de contenidos en lo que concierne a la conmemoración. Eso sí, se nos dice que el resultado del descubrimiento fue el mestizaje, y con él fue posible el encuentro de la familia extensa y de la familia nuclear. Gracias.

Ocurre, sin embargo, que el vacío también tiene su significación. El montaje expuesto bajo la carpa de San Francisco de Sales ilustra claramente la opción asumida por los organizadores: montar un enorme despliegue de recursos desde y para un poder de hoy, imponiendo la amnesia sobre el referente de la celebración, por lo que ésta podía tener de conflictivo. Es muy curioso: hay que conmemorar, luego hay que olvidar. Y como el presente es más bien complejo y angustioso, todo se centra en un ritual de jefes de Estado. Pueblos y realidades de la América hispana de hoy quedan fuera de campo. Por eso el eslogan es "imaginar el futuro" (que tampoco se imagina, como es lógico), ya que no se puede establecer ni la memoria histórica de 1492 (y los procesos subsiguientes) ni encarar una realidad social y política para la cual nuestras posibilidades de acción son mínimas. La metapropaganda, de la cual es buena muestra la exposición de la carpa, tapa el vacío sobre el cual se alzan la Expo y el conjunto restante de ceremonias previstas.

Cabe preguntarse entonces para qué sirve una conmemoración si no permite conocer a españoles y a americanos mejor cuál fue la secuencia histórica del descubrimiento y la conquista, borrando injustificados eurocentrismos y justificados resquemores, y tampoco permite acercarse de verdad en el presente a españoles y a latinoamericanos. Así las cosas, sólo cabe esperar que los festejos resulten brillantes, nuestros gobernantes salgan bien en televisión durante los mismos y que el déficit no sea demasiado gravoso.

Sin olvidar una rogativa para que no sea consumada la sustracción a nuestros vecinos portugueses del emblema del rey Manuel el Afortunado, la esfera armilar, tan bella en las janelas del convento Do Cristo en Tomar, construyendo en las afueras de Madrid un armatoste costoso e irreversible.

Pasa a la página siguiente

La historia bajo la carpa

Viene de la página anteriorEn realidad, lo que pone de relieve la celebración es una vez más el papel dominante que la imagen juega en la concepción política del presidente González. Y la bola de nieve de sinrazones que puede surgir del encuentro de esa prioridad con las fallas de una concepción tecnocrática de la política y con la heterogeneidad de los propios recursos humanos de que dispone el partido del Gobierno. Por esta vía se cuela también la corrupción, aunque las partidas contables encajen, sumándose a la herencia de un pasado clientelar fundado en los amigos políticos (de la Restauración al franquismo) y al enlace entre intereses del poder económico y miembros de la clase política. En ese capítulo entran el dislate del AVE Madrid-Sevilla, los enormes desfases entre presupuestos y gastos, y el derroche de recursos empleados en obras en torno a la Expo. Así, cualquier indocumentado puede escalar posiciones claves en una estructura de poder que canta todos los días loas- a los criterios supremos del pragmatismo y la eficacia (recuérdense los gatos blancos y negros) y, recíprocamente, cualquier propuesta que exija criterios de rigor y competencia puede verse arrastrada a ser la expresión de intereses personales. Recordemos aquel momento estelar de la tan exhibida política de investigación, hace un par de años, en que se montó un área científica donde confluían la antropología, el arte dramático, la ciencia política y la gimnasia. A pesar de las críticas, como ahora, nadie rectificó. La Unesco debió quedar tan asombrada como pueden estarlo hoy los historiadores o científicos-sociales latinoamericanos no subvencionados cuando vean cómo los gobernantes de la madre patria huyen de la historia y del presente, y de paso montan una ceremonia de glorificación de sí mismos. El único consuelo consiste en comprobar cómo bajo la carpa de ilusiones del Quinto Centenario asoma, a pesar de todo, la historia, porque también es historia la comprensión de la dinámica social y política que corta la línea del presente.

es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

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