Un justo olvido

Entre las novedades que nos ofrece la presente temporada el Teatro Lírico Nacional figura la resurrección de Doña Sancha de Castilla, ópera seria de Donizetti sobre un muy reprobable libreto de Pietro Salatino, que subió a la escena del San Carlos de Nápoles hace 160 años.El porqué de desempolvar este Donizetti irrelevante es algo que se me escapa, como no se deba a la creencia tan de moda de que toda obra olvidada lo fue injustamente y, por tanto, merece reparación. Lo curioso es que unos meses antes Donizetti había dado en Milán L'elisir d'amore, que, con Don Pasquale, de 1843,

constituye hoy lo más apreciado del compositor, quizá porque la ópera más seria que compuso fue la cómica.

Ahora bien, estas intrascendencias belcantistas -aunque corra la sangre, jueguen los odios, se consuma el veneno y se practique la traición- permiten el lucimiento de una cantante de la categoría de Montserrat Caballé, que, desde el escenario de la Zarzuela, se hizo acreedora, una vez más, al más admirativo aplauso. La voz y la técnica de Caballé se elevan hasta cotas importantes, bellezas sin cuento y esplendores sin mácula.

En el fondo, tanto da que Donizetti musicalizase cosas trágicas, como las que se dicen en el aria de la escena séptima (Sola son io ferai silenzo) con un melodismo superficial, o que asuma, en otros casos, un repertorio de mayor, interés y expresividad. Al final, el protagonista no es Donizetti, ni mucho menos Solatino, sino Montserrat Caballé, hecha puro belcantismo y pura dramaturgia, aun tratándose de una versión de concierto.

Estuvo bien acompañada en el reparto por Itxaro Mentxaka, notable mezzo vizcaína, el barítono croata Borís Martinovic y el tenor José Sempere. Muy bien los coros y la orquesta titular, y seguro, brillante y expresivo el maestro José Collado.