Torquemada-Brando
Tan pronto como los medios de comunicación (televisión, periódicos) nos han servido las primeras imágenes del Columbus de los Salkind, con la presencia del codiciado Marlon Brando encarnando la figura del dominico fray Tomás de Torquemada, inquisidor general de Castilla, hemos contemplado -nada sorprendidos, sí abochornados y como nos temíamos- que John Glenn, Ridley Scott, Alexander e Ilya Salkind, los productores españoles Albarrán y Gómez -en lo que les toque-, más infinitos puestos intermedios, para un filme de escalofriante presupuesto (4.500 millones), ni tienen la más remota idea de cómo es, desde el siglo XIII hasta hoy, un hábito de dominico, ni han solicitado el más elemental asesoramiento.
Quienes derrochan en atrezzos, peluquines, maquillajes, figurinistas, hopalandás, alifafes y demás zarandajas hasta lo indecible, con una ignorancia tremenda del tema, sin requerir la exclusiva de ningún modista de postín (que tampoco saben de esto) y sin gastarse un duro, con asomarse a la portería de un convento de la Orden de Predicadores y solicitar que les mostrasen los elementos que componen un hábito de dominico -túnica, escapulario y capilla blancos, más capa y capilla negras encima-, nos hubieran permitido ver a un Torquemada-Brando comme il faut, y no con una capucha negra inmensa y desproporcionada, a la que le falta la mitad de la indumentaria, la capucha blanca debajo.
Obviamente, Brando, excelente y divo, se viste de lo que le echen; goza de la eximente de confundir a Colón con Richelieu; no es lo suyo. ¿Qué saben los americanos, que son de anteayer, del siglo XIII? Habrá que decirles por enésima vez que una cosa son los dólares y otra la historia.-
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