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Un toreo reposado

Lupi / Jiménez, Paquiro, RosaNovillos de José Samuel Lupi, bien presentados, mansurrones y dificultosos. Mariano Jiménez: media trasera tendidísima perdiendo la muleta, espadazo bajísimo enhebrado en la piel, estocada -aviso- y descabello (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio). Paquiro: volteado, pasa a la enfermería, vuelve a salir cuando Jiménez ya había entrado a matar dos veces y cobra una estocada (ovación y salida al tercio); cuatro pinchazos y dos descabellos (palmas). Angel de la Rosa: estocada corta atravesada -aviso- y descabello (ovación y salida al tercio); media trasera tendida y seis descabellos (aplausos). Plaza de Valdemorillo, 5 de febrero. Segunda corrida de feria. Cerca del lleno.

JOAQUÍN VIDAL

Se vio torear ayer en Valdemorillo y además se vio torear muy bien. Su autor, el valenciano Ángel de la Rosa. Tiene mérito. Ángel de la Rosa es novillero y cabría esperar de su condición esa fogosidad característica de los novilleros con ganas de comerse el mundo, cuyo empeño es comunicar a los públicos la evidencia de que van para figuras, y lo han de demostrar sin demora ni reserva alguna, incluso atropellando la razón; eso, o acabar en la enfermería. También tiene mérito, desde luego, mas quizá sea un camino ya muy andado por la novillería y no necesariamente indicativo. En cambio, sujetar los nervios desatados, conducir la temperamental embestida del toro cumpliendo las reglas del arte, requiere unos conocimientos de la técnica taurómaca y una templanza que no son propios de novilleros. Y, sin embargo, así estuvo de reposado y cabal Ángel de la Rosa en su primera faena.

Fue una faena en progresión. La buena embestida del novillo iba mejorando con el buen toreo; las pocas asperezas que pudiera tener de principio se diluyeron en la desmayada cadencia con que el torero instrumentaba los pases, y la última tanda de naturales constituyó una excelente muestra del arte de torear.

De manera que la tarde valdemorillana, aunque sólo hubiera sido por esta faena, resultó muy gratificante. Pero hubo también otros motivos de complacencia. Por ejemplo, la actuación de Paquiro, que se encuadra en el grupo de novilleros inquietos y valerosos. "Quiere ser torero", comentaban los aficionados al ver cómo se crecía ante las inciertas embestidas de su primer novillo, que le buscaba los alamares y en una de sus coladas los encontró. De forma dramática, por añadidura: metió el pitón en un muslo, campaneó de mala manera al torero y lo dejó conmocionado en la arena.

Las asistencias se llevaron en volandas a Paquiro. Salió Mariano Jiménez a matar al toro y había pinchado ya dos veces, cuando regresé Paquiro, presuroso y sorprendentemente ileso; reclamó los trastos toricidas, se perfiló en corto y por derecho y tumbó patas arriba al animal de un estoconazo. Todo un rasgo de pundonor y de torería, que premió el público con una gran ovación. Ahora bien, ni pidó la oreja, ni le permitió dar una vuelta al ruedo. Al parecer, la presencia de la afición madrileña, tan exigente de suyo, imprime carácter, y por los fastos de San Blas y la Candelaria convierte Valdemorillo en sucursal de la cátedra de Las Ventas.

Paquiro estuvo igual de valiente en su otro novillo, menos peligroso. No boyante, desde luego. Con excepción del tercero, no hubo ningún novillo boyante. Mariano Jiménez se doblaba afanosamente por bajo y ya estaba recibiendo en las mismísimas hombreras las tarascadas de sus violentos enemigos. Ángel de la Rosa sólo sacó algún derechazo al sexto, pues se le puso de media arrancada y no podía repetir el toreo reposado de su anterior faena. Lo lamentó la afición, naturalmente, lo cual no quiere decir que se marchara contrariada. Antes al contrario, las correosas reses habían amenizado la lidia y, además, le quedaba el recuerdo de aquellos naturales cadenciosos, para irlos paladeando despaciosamente al regreso, durante la caravana.

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