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Cuernecitos al sol

Sobral / Portillo, Joselillo, RodríguezToros de la condesa de Sobral, muy desiguales de presencia, varios con cuajo, sospechosos de pitones, 3º descaradamente romo; de escaso juego. Mauricio Portillo: pinchazo y estocada corta caída; estocada corta perpendicular perdiendo la muleta. Joselillo de Colombia: pinchazo, estocada tendida atravesada que asoma perdiendo la muleta, pinchazo pescuecero y estocada; dos pinchazos, estocada atravesada y tres descabellos. Miguel Rodríguez: espadazo enhebrado por el morrillo y tres descabellos; estocada corta tendida. Hubo silencio en los seis toros. Plaza de Valdemorillo, 4 de febrero. Primera corrida de feria. Lleno.

La providencia premió a la afición conspicua con una inesperada temperatura de suave primavera y los toros, que debían de creerse caracoles, sacaron sus cuernecitos al sol. Se pudo comprobar entonces que, efectivamente, eran cuernecitos, quizá tocados de lima también. Había división de opiniones entre la afición conspicua: los de acá decia que las tocaduras estaban hechas a lima, ciertamente; los de allá, que a formón. La afición conspicua, ya se sabe, aquilata mucho y no admite inexactitudes de ningún tipo. A veces, por discutir si un derechazo de Joselito el Gallo fue dos centímetros más largo que otro de Juan Belmonte, hubo hasta bofetadas.

En realidad, lo de los cuernecines, la lima, el formón y restantes efectos de barbería, no habría extrañado a nadie -es asunto normal en la fiesta- de no ser porque el alcalde de Valdemorillo (nuevo en esta plaza y PP) había manifestado de vísperas que ésta sería la feria del toro-toro, rigurosamente limpio de pitones, y no como en la feria anterior, que organizaron otros y trajeron alguna corrida sospechosa de afeitado. Y, claro, le había puesto la miel en los labios a la afición, creándole unas ilusionadas expectativas que, llegado el momento de la verdad, resultaron fallidas.

El primer toro se hizo notar antes de saltar a la arena por los ruidosos porrazos que pegaba en los corrales, y pareció justificado que saliera con los pitones convertidos en escobas. Ocurrió, sin embargo, que los restantes también salieron con los pitones convertidos en escobas, excepción hecha del tercero, que ese los tenía como plátanos. La afición conspicua, en contra de lo esperado, no se enfadó mucho por estas descaradas mutilaciones; más bien se mofaba un poco y lo dejaba correr.

En el ruedo no sucedía nada; los toros apenas embestían; fuerza tampoco les sobraba; los diestros carecían de inspiración o de técnica para sacarles partido; salvo dos pares de banderillas realmente buenos que prendió Gustavo García, alias Jeringa, en las postrimerías de la función, ningún lance merecía los honores del olé, ni la lidia tenía el menor interés. Pero el sol era una bendición de Dios.

La afición conspicua había acudido a Valdemorillo provista del equipo habitual para la feria: abrigos forrados de piel, sofisticados macferlanes, capotes de caballerizo, zamarras, plumíferos, ponchos, mantas palentinas, todo ello para la parte de fuera; y para la de dentro, whiskies, ginebras, anises, botas de buen tentar, vinos espirituosos o licores más prosaicos capaces de abrasar las entrañas de todo el colectivo de arrieros. Muchos aficionados tienen en una maleta el equipo de Valdemorillo, que sacan para la feria y lo vuelven a guardar en naftalina hasta el año siguiente, porque en Valdemorillo, por los tradicionales fastos taurinos de San Blas y la Candelaria, o llevas completos los equipos de fuera y de dentro, o puedes morir de un pasmo.

Sestear dulcemente

Por eso, al encontrarse de improviso con aquel dorado sol de suave primavera valdemorillana, la afición se sintió suficientemente complacida. Que los toros estuvieran desmochados y se cayeran, los diestros abusaran del pico, su fantasía lidiadora no pasara del derechazo y el natural, metieran atravesados los espadazos, no les iba a impedir sestear dulcemente. Bueno, sí: Mauricio Portillo consiguió en el cuarto algún derechazo al mexicano estilo (por algo es de México); a Joselillo de Colombia se le vio muy voluntarioso en el manejable segundo, aunque demasiado crispado para crear arte; Miguel Rodríguez, con el peor lote, apuntó el toreo de mejores calidades. Todo esto pudo apreciarse en el transcurso de la corrida inaugural de la feria, es cierto, mas no era como para tirar cohetes y la afición no los tiró. Pero se marchó contenta y bronceada. Cuando Valdemorillo se pone en plan balneario, es jauja.

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