El vendedor de automóviles
DUDOSA RENTABILIDAD la obtenida por el presidente Bush de su reciente viaje a Japón, adonde llegó acompañado por una veintena de empresarios -encabezados por los directivos de las principales industrias automovilísticas- con la intención de reforzar su posición con vistas a la designación por su partido como candidato a la reelección. La lenta recuperación de la economía norteamericana, insensible a todas las terapias tradicionales, era, antes del viaje, la principal dificultad en esa carrera por la renovación de la presidencia; después del víaje, al mantenimiento de ese obstáculo -el viernes se supo que el desempleo alcanzó en diciembre la tasa del 7,1%, cota máxima desde 1986- habrá que añadir probablemente los relacionados con su relativo fracaso para hacer valer sus argumentos en favor de una mayor apertura comercial de Tokio y, en última instancia, los vinculados a las dudas sobre su propia salud física.El mensaje de que es el déficit comercial bilateral con Japón, debido al proteccionismo de este país, la causa esencial de la recesión estadounidense tiene tan débil sostén que cabe dudar haya resultado válido incluso para consumo interno norteamericano. Nadie ignora, que las verdaderas causas son estructurales y afectan a la pérdida de competitividad de la industria norteamericana.
La decidida asunción del papel de vendedor de automóviles que ha presentado Bush en Tokio no se ha traducido en resultados que permitan anticipar reducciones significativas en esos 41.000 millones de dólares en que hoy se cifra el déficit comercial bilateral con Japón; de ese saldo, las tres cuartas partes corresponden al sector del automóvil. El compromiso alcanzado, mediante el que los fabricantes japoneses doblarán el número de componentes de automóvil de procedencia estadounidense en el ejercicio fiscal de 1994, tampoco garantiza la recuperación de esa industria; los tres fabricantes expedicionarios -General Motors, Ford y Chrysler- han exportado a Japón 15.000 automóviles en los 11 primeros meses de 1991, frente a 1, 8 millones de coches japoneses exportados a EE UU, que alcanzan los 3,8 millones si se incluyen los fabricados en EE UU por compañías japonesas. Las quejas norteamericanas quedan huérfanas de argumentos cuando sé observa la mayor penetración de exportaciones europeas en el mercado nipón: sólo los fabricantes alemanes consiguen vender siete veces más coches en el mercado japonés que esos tres grandes norteamericanos. Cuestionable predicamento el de esos tres máximos ejecutivos de la maltrecha industria del automóvil estadounidense cuando, como ha recordado The Wall Street Journal, sus remuneraciones anuales superan más de 125 veces en promedio las correspondientes a las de los trabajadores de sus fábricas, frente a una relación de apenas 16 correspondiente a sus colegas japoneses.
Rentabilidad cuestionable la de ese viaje también en términos de la normalización del sistema mundial de relaciones comerciales articulado en torno al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), cuya ronda de negociaciones se encuentra estancada. Es en el seno de ese foro en el que han de manifestarse las profesiones de fe en el libre comercio y la simultánea eliminación de todo tipo de barreras, incluidas las estadounidenses en no pocos productos, a la competencia de las importaciones en igualdad de condiciones que los bienes nacionales.
Por todo ello, más útil que buscar chivos expiatorios en el proteccionismo ajeno sería, para Bush y sus asesores económicos, concentrar su atención en la administración de sus finanzas públicas, cuyo principal exponente, el déficit fiscal, es por sí sólo expresivo de las diferencias de fondo existentes entre la economía norteamericana y la nipona.
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