La tradición en el arte y en la ciencia
Dada la naturaleza del hombre, en toda actividad humana es esencial la tradición, esto es, la experiencia social. Estamos tan inmersos en la tradición que parece justificada la conocida aseveración de Eugenio d'Ors: "Todo lo que no es tradición es plagio", que él, sin duda, refería a la literatura y al arte en general. El papel de la tradición me parece básico en las bellas artes y en la literatura, destinadas a expresar la realización de la mente en una conquista de armonía, de relaciones potenciales nuevas, es decir, en la vivencia de una conquista de libertad cuya transmisión al espectador o lector sería imposible sin que éste conozca las reglas del juego y, lo que es más, los datos objetivos sometidos a relación, en definitiva, a la tradición, todo cuanto, de estar él en circunstancia favorable y dotado de inspiración, le habría permitido realizar la obra. En una palabra, el admirado gozo en la realización compartible de libertad que permite el arte no es concebible sino sujeto a tradición. Claro que las reglas mismas del ejercicio del arte se desplazan, pero han de serlo también inteligiblemente, esto es, conforme a tradición. El vuelo de la imaginación sólo nos maravilla cuando seguimos nítidamente su despliegue y percibimos mediante qué sabio y seguro ímpetu hemos pasado desde el punto de partida, admirados, autor y espectador somos transportados. En los grandes artistas y literatos cabe el intento de modificar a lo largo de la vida la propia tradición, ajustándola al creciente despliegue de los recursos imaginativos; a una liberación de trabas que (como en Picasso o en Juan Ramón Jiménez) es impuesta y, por tanto, inteligible (transmutable en tradición) precisamente por lo lo grado en cada obra, por la emoción que ella provoca. En todo caso, no hay belleza (conquista transmisible de libertad) sin un disciplinado dominio de la tradición en el que el autor apoya su creación y la hace imperecedera. Así, lo característico del arte o literatura verdaderos es fijar su tradición originaria en una nueva modalidad de tradición, en una obra de arte o de literatura lograda, en cuanto manifestación que es de todo un proceso imaginativo, está de algún modo patente -inmovilizada para nosotros- la tradición asumida por su autor, esto es, la circunstancia social desde la que podemos disfrutar de su capacidad creadora. Toda obra de arte emana de su tradición, de su patente substrato de experiencia social, por él fijada, condición indispensable para emocionarnos: desde una poesía popular llena de sabia sencillez hasta los grandes sonetos de Dante,de Shakespeare, de Camoens, de Góngora, de Lope, desde los bisontes de Altamira o la vigorosa escultura de un escultor, por ejemplo, africano, hasta las esculturas en que alborea el gran arte griego, o hasta los desnudos femeninos, en que -con la obvia levadura del románico y del gótico- se anuncia el Renacimiento y el inmenso etcétera que alcanza hasta nuestros días.Y ahora, ¿cuál es el papel concreto que la inevitable tradición, la experiencia social, desempeña en el quehacer del científico? Me parece que la ciencia es la experiencia social -la tradición- que la experimentación científica (la actividad ordenada de los hombres) va ganando de los tipos esenciales de seres, de fenómenos y de procesos, procurando comprenderlos desde el nivel más alto de abstracción, esto es, profundizando en lo posible en el conocimiento de las interacciones de unos con otros. El objeto, pues, de la actividad. científica es contribuir a la elaboración misma de una forma de tradición sui géneris, a saber, la que pretende la interminable conquista de un conocimiento progresivamente más verdadero -más sencillo y unificador- de los procesos naturales en sentido lato, sin excluir al hombre y a su entorno privativo, la sociedad humana.
De este modo, la tarea del científico es a primera vista algo desmesurado, a saber, oponer la propia experiencia personal a la experiencia social acumulada, de conocimientos verificables, en su grado de abstracción máximo. En suma, la tradición del quehacer científico es precisamente la negación de la tradición científica recibida en aras de otra un punto más verdadera o, si se prefiere, menos errónea. Podría parecer un combate insensato de la libertad individual contra el consenso social más autorizado. No es así. El único agente que opera en el medio social es el individuo humano y, obviamente, la ciencia es obra de individuos falibles cuyas circunstancias de creación -en contraste con la de los artistas- o nos escapan o no atraen nuestra atención, lo que abre la posibilidad del afianzamiento de prejuicios erróneos como hechos confirmados. De hecho; el camino principal de la ciencia está empedrado de antinomias, esto es, de pares de cabos de verdad que parecen ambos verdaderos y, no obstante, contradictorios, que ofrecen al científico la ocasión de sacarlos a plena luz, con ayuda de una exploración racional de la naturaleza, y de resolver la aparente contradicción en una síntesis fecunda. Sólo así, negando constructivamente la tradición científica, el científico, por una parte, contribuye a la dinámica íntima de esta tradición que -en contraste con la artística- tiene un despliegue conjunto e irrepetible y, por otra parte, él mismo se comporta conforme a la conducta tradicional del científico.
Terminemos con otra aseve ración célebre, ésta de Kant: "Atrévete a dudar" que parece dirigida al hombre de ciencia o, en todo caso, al filósofo entendido como punta de lanza del científico. Pero ¿de qué puede incitarse a que dude un científico? Parece obvio que sólo de la ciencia hecha para, satisfacien do su duda, hacerla avanzar un punto, enterrando -en con traste con el artista- el proceso de su pensamiento en una tradi ción colectiva, tanto más firme cuanto más trabada críticamente, que asimila las aportaciones particulares, lo que dará oca sión a futuras dudas resueltas en el proceso lento, a veces tanteante o extraviado, pero, en su conjunto, seguro como hijo de una realidad experimentable y complementariamente experimentante. En la ciencia, como en el arte y en toda actividad humana, prescindir de la tradición (aunque ésta se realice, procurando superarla irreversiblemente, como corresponde al científico) aniquila la libertad creadora del hombre.
es biólogo
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