Voluntad de libertad
Hace algunos años, una universidad española ofrecía un ciclo de conferencias de Ignacio Ellacuría en tomo a la recién publicada obra de Xavier Zubiri sobre la Inteligencia sentiente. Al mismo tiempo, estudiantes y grupos de solidaridad le preparaban, fuera del programa, una disertación sobre el conflicto en El Salvador. Diversidad de organización, de público y, en buena medida, de intereses. Sin embargo, era una situación que para Ellacuría no supuso nunca una dualidad de ocupaciones casi contradictorias, sino dos aspectos profundamente consistentes de una misma tarea vital. "Ni el pueblo ni los propios revolucionarios quieren que nos hagamos guerrilleros", decía, "sino que seamos auténticos pensadores al servicio de las mayorías populares".Semejante intento se concretó en muchos quehaceres, que van desde la colaboración con Zubiri en Madrid hasta el rectorado en San Salvador y la actividad eclesial y política. Por una parte, se trataba de elaborar una filosofía de la liberación en perspectiva latinoamericana. En el campo teológico, de repensar la historicidad de la salvación y el significado esencial de los pobres para el cristianismo. En la vida pública, de acompañar a las nacientes comunidades de base y de participar en la difícil tarea de alcanzar una paz justa en El Salvador.
Desde un punto de vista teórico, aquello que dotó de unidad a tan múltiples menesteres fue su esbozo de una filosofía de la realidad histórica. Su inacabado libro sobre este tema quiere reformular los conceptos básicos con que la modernidad ha pensado la historia, para evitar tanto su desarrollismo unilineal y eurocéntrico como el simple recurso posmoderno a la fragmentación cultural que termina pasando por alto la vinculación real y estructural de toda la humanidad actual. Y es que, desde la perspectiva del Tercer Mundo, los objetivos emancipatorios de la Ilustración aparecen aún dotados, por vía negativa, de toda su gravedad y vigencia. Allí no solamente se constata que en la mayor parte de las naciones no han sido alcanzados, sino que, más radicalmente, la misma vida internacional no parece precisamente caracterizada por la libertad e igualdad democráticas, sin que los países pobres sean, ni muchos menos, los únicos responsables de tal situación. Para Ellacuría, la nueva etapa abierta con la caída del bloque socialista inaugura justamente la posibilidad de una efectiva democratización de la sociedad mundial como alternativa al continuo empobrecimiento del Tercer Mundo, a la crisis ecológica y a los nuevos conflictos militares.
El mantenimiento, en una perspectiva mundial, de los anhelos de la modernidad no es compatible, sin embargo, con la concepción de la historia en la que fueron fundados. Para los grandes pensadores ilustrados, la historia consistiría en un proceso universal y necesario de desarrollo de las naciones tanto en la dimensión técnica como en la moral y política. Este ingente proceso estaría últimamente originado y garantizado por su presunto sujeto, entendido en términos de naturaleza humana (Kant), de espíritu absoluto (Hegel) o de leyes dialécticas de la materia (Engels). A la cabeza se encontrarían justamente las naciones europeas, y su universalidad vendría dada por la ubicación de todos los pueblos en una única e imaginaria línea temporal según su mayor o menor acercamiento al paradigma occidental. Desde ese punto de vista, el mal experimentado por los pobres en la historia queda en cierto modo justificado como elemento constitutivo de un dinamismo que indefectiblemente conduce hacia la consecución final del bien y la justicia.
Ni que decir tiene que este esquema de la Ilustración, considerado desde el Tercer Mundo, tropieza hoy no sólo con la imposibilidad meramente ecológica de universalizar lo que se presenta como paradigmático, sino que además plantea problemas de índole estrictamente filosófica.
Ante todo, no es claro que la historia pueda ser concebida como el necesario des-arrollo por actualización de algún tipo de potencialidades contenidas ya al principio de los tiempos en un sujeto o sustancia universal. Aquí es donde Ellacuría puede recurrir a Zubiri para sostener que tal esquema proyecta sobre el decurso histórico categorías aristotélicas diseñadas para el mundo natural. Frente al modelo inconsciente de potencia y acto habría que pensar la historia desde el concepto de posibilidad, que se refiere directamente a una praxis humana irreductible a sujetos materiales o espirituales exteriores a ella. Esta irreductibilidad, fundada en la inteligencia sentiente, es lo que permite entonces evitar la legitimación del mal como un precio necesario del progreso y referirlo, en cuanto male-ficio -esto es, en cuanto daño efectiva y sentientemente infligido-, a una responsabilidad ética inconculcable. Igualmente, la universalidad de la historia no viene dada por la inscripción de todos los pueblos en una hipotética línea temporal de desarrollo, sino por su coetaneidad -esto es, por la unificación fáctica, en buena parte mediante el colonialismo moderno, de las distintas líneas históricas-, que ha dado lugar a una auténtica sociedad mundial que hoy reclama la creación de estructuras políticas que vayan haciendo posible la libertad e igualdad de todos los hombres.
De este modo, la libertad, bien supremo del hombre para Zubiri, es contemplada por Ellacuría tanto en su concreción histórica como en sus implicaciones éticas y políticas mundiales. Sin embargo, tal vez no es esta reflexión apenas incoada su mayor contribución a ese proyecto de una filosofía de la liberación ni lo que últimamente da unidad a su trayectoria como pensador. Se ha dicho que la gran originalidad de Sócrates no se encuentra en una determinada tesis a él atribuible ni en su novedoso interés teórico por la polis, sino, ante todo, en haber transformado la filosofía misma en un estilo de vida humana auténtica. Quizá podría también afirmarse que lo característico de la personalidad intelectual de Ellacuría no consiste tanto en haber puesto la liberación histórica de la gran mayoría de la humanidad actual en el centro de sus reflexiones filosóficas y teológicas, sino en haber hecho de la filosofía -y de la filosofía pura- un principio constitutivo de una existencia entregada a la liberación.
Tal vez este estilo de existencia ética, y no su producción teórica o sus posiciones públicas, era lo que más enemistad le granjeaba a Ellacuría dentro y fuera de la Iglesia y a ambos lados del océano. Un conocido dirigente de la extrema derecha de El Salvador supo traducir con absoluta precisión, refiriéndose a él y a sus compañeros jesuitas, la acusación de los jueces atenienses contra Sócrates: "Envenenan las mentes de la juventud salvadoreña". Fue también la fórmula de su sentencia de muerte.
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