Un montaje por todo lo alto

Después de una promoción en emisoras de radio y televisión, el pabellón recibió a un numeroso público joven y en su mayor parte femenino, para la presentación de Alejandro Sanz en Madrid. El recinto ofreció un sonido pésimo, agudo y chirriante, que el encargado de la mesa de mezclas parecía no escuchar. La acústica inadecuada no ayudó ni a los músicos ni al técnico, lo que sí hicieron las fans, que absorbieron la música dando las claves para que el solista superara la confusión sonora.Unos temas sin un ápice de riesgo, de composiciones sencillas y con escasa variedad tímbrica, que no albergan en sí ninguna ambición creativa, funcionaron por su simplicidad.

Su discografía sólo le permitió poco más de una hora de concierto, en el que incluyó temas como Los dos cogidos de la mano, Pisandofuerte o Todo sigue iguaL Y para su primer bis, un tema flamenco, que interpretó en solitario con una guitarra y que posibilitó distinguir una voz educada y con una aceptable potencia sonora. Ésta fue la única sorpresa del recital, donde todo daba la sensación de estar estudiado al milímetro. La fórmula del estribillo y la temática romanticona y simplista funciona cuando lo único que se pide es un producto fácil y sin más complicación que una melodía con algunos toques de guitarra, para encubrir una personalidad blanda. En la voz, pero sobre todo en la imagen de Alejandro, estaba el soporte de un concierto que finalizó con éxito, si por éxito se entiende la capacidad para soportar el montaje de un lanzamiento por todo lo alto.