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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Deslumbrante 'Flauta mágica'

El balance del año Mozart, al menos en lo que a producciones operísticas se refiere, está más o menos claro: Salzburgo ha aportado la mejor contribución orquestal con la Filarmónica de Viena, sobre todo cuando la ha dirigido Solti o Muti; Glyndebourne, en su acogedor ambiente de campiña inglesa, ha apostado por las voces jóvenes y los sonidos de época; París ha jugado con fuerza la baza del riesgo escénico.Con La flauta mágica en la propuesta visual de Robert Wilson, la ópera de la Bastilla ha encontrado al fin una imagen de marca, un símbolo, lo que podríamos llamar unas señas de identidad. No le viene nada mal al teatro este encuentro consigo mismo en un momento de polítiéa de coproducciones -Lady Macbeth of Mtsensk con la Scala, Elektra con la ópera de los Ángeles, Boris Godunov con Boloniacomo inteligente salida para aminorar costes.

La flauta mágica

W. A. Mozart. Dirección escénica: Robert Wilson. Dirección musical: Friedemann Layer. Con Hans Sotin (Sarastroa), Hans Peter Blochwitz (Tamino), Cynthia Haymon (Pamina), Cyndia Sieden (Reina de la Noche), Philippe Duminy (Papageno). Orquesta y Coros de la Ópera de París. Teatro de la Bastilla, París, 5 de diciembre.

Más información
El universo de Wilson

Popularidad e innovación

Los dos ingredientes más deseados en las aspiraciones del nuevo teatro parisino están presentes en esta Flauta mágica: popularidad e innovación. La Bastilla se llena a diario (hay todavía 13 funciones desde hoy hasta el 14 de enero) y el espectáculo, aunque tenga sus detractores, fascina por la magia de las imágenes.Vuelve de nuevo a primer plano el viejo planteamiento de la "obra de arte total" en la ópera. Wilson, director escénico anteriormente de Parsifal, de Alceste o Einstein en la playa, había probado suerte como creador en Las guerras civiles o Ka mountain, obras desmesuradas en comparación con el sentido de las duraciones habituales (una dura 12 horas, la otra siete días y siete noches con cien actores en un monte).

La estética, la filosofia, el universo plástico de Wilson están a plenitud en La flauta mágica. La sorpresa domina de principio a fin la puesta en escena.

Láser y neón

La música de Mozart se ve acompañada por intensas imágenes pictóricas, iluminadas por una luz que acentúa los contrastes. El movimiento es irreal, como un ballet de autómatas o una obra de teatro de kabuki. El gesto es lento, múltiple y a veces congelado.El láser convive con el neón; los juegos de colores son acusados y valientes; los telones, sugerentes y expresivos. Las formas geométricas puras (un círculo, una línea, un cuadrado, dos planes convergentes) se alternan con figuras estilizadas (la Reina de la Noche con un cuerpo de diez metros, los dedos no uniformes de Pamina).

Hay un aire de happening o performance neoyorquino de los años sesenta-setenta. Se evoca a Arp, Galder o Giacometti, pero sobre todo a Robert Wilson.

Todo fascina, envuelve, deslumbra: es una apoteosis de creación plástica, una imaginativa sucesión de paisajes y distribuciones arquitectónicas. Las partes habladas de la ópera están sonorizadas electrónicamente con algún efecto especial de percusión o imitación de la naturaleza. El tiempo del movimiento escénico está más cercano a la abstracción de la música que a un planteamiento naturalista de teatro de prosa. Wilson incorpora con humor y talento a la música de Mozart aportaciones de lenguaje y sensibilidad actuales logrando un efecto de collage entre sonido e imagen, un collage imaginario donde no solamente hay uniones espaciales sino tem orales.

La Orquesta de la Ópera de París sonó notablemente dirigida por Friedemann Layer y el elenco de cantantes fue equilibrado, destacando Hans Peter Plochwitz, el Tamino de la reciente grabación de Harnoncourt; Cynthia Sieden, una Reina de la Noche lírica y muy precisa en las coloraturas, y Cynthia Haymon, emotiva Panina de color. Algunos espectadores prefieren ver un Mozart más tradicional y están en su perfecto derecho. Pero no se puede negar la capacidad convulsiva, excitante, atrevida e insólita de este montaje. El éxito fue enorme.

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