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La línea recta de Pedro Salinas

"¡Que fácil, sí, perderse en una recta!" es un endecasílabo perteneciente a uno de los poemas del libro de Pedro Salinas Todo más claro y otros poemas, que apareció en 1949 y en Buenos Aires, en congruencia con la ubérrima miseria de la España de posguerra. El poema se titula Nocturno de los avisos, es sumamente representativo del periodo de madurez del poeta y ha suscitado específicos estudios críticos. No sólo para mi gusto contiene este libro la más valiosa poesía de Salinas, aquella que soporta la relectura sin una arruga del tiempo. Para algunos jóvenes que en 1949 estábamos a punto de terminar los estudios, serpenteando por las quebradas y curvas de la ignorancia, de los prejuicios y de la información tendenciosa, nos fue fácil, efectivamente, perdernos en el recto camino del conocimiento de la obra de Salinas. Así sucedió, aunque ahora la memoria se sonroje.El pasado 27 de noviembre se cumplió el centenario del nacimiento en Madrid de Pedro Salinas y apenas una semana después, el 4 de diciembre, se cumplen los 40 años de su muerte en Boston. Los seguros azares de la cronología carecen por sí mismos de significado relevante para el estudio de una obra literaria, pero bienvenido sea el fetichismo de las cifras redondas para compartir la novedad con la historia y recordar, al menos, que de algunas parte venimos, rehaciendo el camino por el, que hemos llegado a donde estamos. Las peripecias y avatares del aprecio y del gusto pueden enseñarnos algo más sobre nosotros mismos y sobre la obra de un escritor que el análisis crítico, que paulatinamente va petrificándose en las historias de la literatura y en los manuales de enseñanza. ¿Qué representó Salinas para los jóvenes durante la década de los años cuarenta en aquel barranco de cultura borriquera que fue la España clausurada?

Para algunos, el principal atractivo de Salinas radicaba en ser el traductor de Proust. Su condición de exiliado republicano y su pertenencia con todos los honores a la Generación del 27 no eran motivos suficientes para esforzarse en buscar sus libros, ni para compartir la devoción que sus poemas suscitaban en las compañeras y compañeros de aula más sensibles que intelectualizados. Posiblemente, con la excepción del Romancero gitano de Lorca, los poemas de La voz a ti debida eran los más conocidos de la ya famosa generación y no resultaba raro oír a alguna amiga o amigo recitarlos de memoria. Por lo mismo, a una minoría viriloide y cacasena se nos hacía sospechosa aquella refinada popularidad de una lírica amorosa, de apariencia cristalina y en exceso conversacional. Para quienes nadar contra corriente constituía la primera exigencia estética, mal podíamos valorar aquel libro, que desde hacía 15 añosvenían regalándose las parejas de novios.

Cuando años más tarde, y partiendo de sus últimos libros, llegué por fin a leer la poesía más difundida de Salinas, me asombró reconocer en ese universo poético el mundo de mi infancia. Con independencia de su precisión, de la originalidad' de la voz y de la sensualidad, espontánea y simultáneamente cribada por la reflexión, los correlatos objetivos de esos poemas pertenecen a la época del final de la dictadura y de la república. En esos poemas de Salinas, la ciudad, por supuesto, pero también las actitudes, la visión, irónica, la autenticidad emotiva, el comportamiento con la nueva mujer que ha surgido y que establece un sistema de relaciones más libre, la presencia, en suma, de la mejor España del siglo constituyen el escenario y el decorado de esa lírica peculiar. España ha cambiado desde el 98 y en estos primeros años treinta ha cuajado ya una sociedad civil que autoriza la esperanza. En su sentido más riguroso, la modernidad sólo se produce en nuestro país durante los diez años que precedieron a la guerra.

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En 1939, aquel proyecto de civilidad es aniquilado. Una vez más salta por los aires en pedazos una España moderna. En los inacabables años del exilio se consumirán hasta las cenizas los restos desperdigados tras la derrota. Por mucho que se pretenda asumir la herencia de aquellos hombres que iluminaron fugazmente las tinieblas de la tradición, su legado pertenece al museo de las experiencias frustradas. Aunque la nostalgia de aquella empresa remedase las voces y enmascarase el rostro de la realidad en los tiempos de realidad insufrible, nada fue ya igual a lo que nunca pudo ser.

Conforme identificaba mi infancia en un jardín apenas entrevisto y bruscamente transformado en campo de batalla, fui comprendiendo la obra de Pedro Salinas. De aquel mundo perdido surgía además una imagen del hombre. Salinas, que vivió entre los mejores de su tiempo siendo uno de ellos, se distinguió por sus méritos personales sin pretender sobresalir por los méritos del grupo. Laborioso, afable e inteligente, ingenioso hasta la adversidad y responsable en la desgracia del destierro, Pedro Salinas, a causa de su generosidad, planeó sobre las rencillas tribales de su generación y practicó la amistad con una maestría en la que pudieron mirarse años después otros escritores, también convencidos de que la vanidad únicamente resulta útil para afianzar el pulso ante el espejo a la hora del afeitado.

A pesar de la reiterada edición de sus libros, no contamos con una obra completa que fije críticamente su producción, y que se correspondería con la labor de investigador y catedrático que ejerció Salinas. Si a la poesía, el ensayo, la narrativa y el teatro se incorporase la correspondencia, se habría completado con una parte esencial la obra de quien supo, como escribió en El Defensor, "que el primer beneficiado por una carta puede serlo el que la escribe", en días en que el género epistolar estaba ya mortalmente herido por la comunicación instantánea.

Una fotografía tomada ante el palacio de la Magdalena, en los años en que, como secretario general, regía los cursos internacionales de la Universidad de Santander, me hizo adivinar que Pedro Salinas, como no suele ser frecuente en los poetas, había nacido destinado para la felicidad y en una época calculada para la dicha y el progreso. En nada contradice esta adivinación que la historia la negara, porque la predestinación no exime de la prueba de la realidad, ni tampoco impide extraviarse en la recta previamente trazada. Si cuando el día acaba releo algún poema de Salinas, he de admitir, sin más, que la tarde que en el poema declina es la misma tarde que en la ventana está dando por acabado este día.

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