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El azote de la estación

Las citas homosexuales llevan la tensión a la nueva terminal de Atocha

Gabriela Cañas

Ingenieros, ministros y arquitectos se devanaron los sesos para edificar una nueva estación de Atocha de multimillonario presupuesto. Escaleras mecánicas, diseño de vanguardia y un gran aparcamiento con mirador de vistas privilegiadas. Pero ni ingenieros ni ministros, sabían, seguramente, que la antigua terminal era punto de encuentro de homosexuales poco cuidadosos y que se iban a trasladar a la nueva. Los resultados son paradójicos: un mirador vedado a los mirones, un estacionamiento regado de orines, unos lavabos vigilados y una pelea entre un fornido controlador y un jubilado.

Una especialidad de la estación de Atocha son los contactos de homosexuales con menores. Los que conocían bien la antigua terminal aseguran que era tradición, y el jefe de la misma corroboraba ayer que el problema le trae de cabeza desde hace tiempo.El sistema ideado para erradicarlo le tocó de cerca el martes a un jubilado de 64 años, de profesión encofrador, cuyo delito es su entusiasmo por las mastodónticas obras de la terminal en la que pararán los trenes de alta velocidad, y su resistencia a abandonar el espléndido mirador del aparcamiento, diseñado precisamente para eso: para ver pasar en el futuro los ferrocarriles y contemplar una inmensa parte del sur de Madrid.

Ricardo Polo García, el jubilado, asegura que el joven controlador del aparcamiento le conminó con malas maneras a abandonar un lugar que es público. Al resistirse, el controlador le propiné un par de puñetazos -le rompió las gafas- y le tiró al suelo. Uno de los obreros, José Luis Saceda, intervino cuando vio a Polo derribado. "Si no le aparto, le pega todavía más fuerte", dice Saceda, que ahora es metalúrgico, pero que en el pasado fue guarda jurado.

Pero el controlador asegura que sólo invitó a Polo y a otros 50 mirones más a abandonar el lugar. "Él me insultó", dice el guarda Juan José Lamela, de 22 años. "Luego, empezó a pegarme. Lo único que hice fue separarme de él. Al darle con la mano tuve la mala suerte de romperle las gafas, aunque creo que también tiene desprendimiento de córnea".

Ambos contendientes se denunciaron mutuamente en la comisaría, pero Polo, además, fue asistido en una casa de socorro, donde se le observó, fundamentalmente, un hematoma en el lado izquierdo de la cara.

Ricardo Polo tiene apuntada la fecha exacta en la que se empezaron a hacer las obras de la terminal de alta velocidad. Se asombra de cómo han cambiado los métodos de trabajo. Señala las enormes vigas de hierro y asegura que hay un operario que trepa por ellas como si fuera una ardilla. Vive cerca y acude a la estación casi todos los días.

Otro jubilado se preocupa por su estado de salud después del incidente. José Junco López era ingeniero, trabajé para la Renfe y por eso mata el tiempo también acudiendo a este lugar. "Aquí venimos muchos", dice Junco, "porque esto es curioso de ver. Por la tarde vienen más familias con niños".

Cámara en los urinarios

Los que trabajan en la estación no consideran las cosas tan bonitas. Los homosexuales, dicen en la estación, se hicieron dueños de los ascos. Un abogado de 25 años llegó a presentar una denuncia por verse un día rodeado por seis o siete de ellos con intenciones sospechosas. Además de la constante vigilancia, el jefe de la terminal decidió situar una de las cámaras del circuito cerrado de televisión apuntando a la puerta de los urinarios.

Ahuyentados del lugar, aseguran empleados y controladores, los homosexuales se fueron al aparcamiento, donde el sistema aplicado ha sido el más drástico: para impedir que ellos entren no se deja pasar a nadie.

Una tercera parte del estacionamiento, la que da al mirador más espectacular, ha quedado clausurada. Así, dicen en Renfe, se facilita el trabajo a los controladores. En Renfe informan de que se ha conseguido, de momento, echar a los homosexuales. También aseguran que en abril de 1992 el aparcamiento volverá a abrirse por completo.

Esta acera no es para caminar

El ambiente que describen los controladores del aparcamiento de la estación de Atocha resulta algo desagradable."Aquí, mire usted, se citan viejos con menores y se dan por el culo -hablando mal y proilto- sin importarles quién les vea", explica Juan José Lamela. Otro joven compañero de trabajo corrobora que el lugar "está lleno de maricas", y añade: "Los jubilados se orinan en todas partes, y cuando les llamas la atención te dicen que es que tienen problemas de próstata. Este sitio está lleno de excrementos, y no son de animales". Después, Lamela cuenta que algunas veces cierran los urinarios de la terminal por el problema de la invasión homosexual y que, efectivamente, no hay otro lugar cercano y algo más reservído donde aliviar la vejiga. Los controladores visten de forma similar a los vigilantes jurados, pero no llevan armas. Aseguran limitarse a cumplir las órdenes recibidas en su empresa -Protesol- de no dejar que la gente pasee por allí, tarea que defienden, aunque se les discuta entonces sobre la utilidad de aceras y miradores. "Esto es un aparcamiento para coches. ¿Ha visto usted alguna vez un sitio así al que vaya la gente a pasear?".

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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