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Crítica:JAZZ
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La púa rauda

John McLaughlin es uno de los músicos que más activamente han participado en el proceso de inquietante metamorfosis sufrido por la guitarra en nuestro siglo. Los albores de su carrera le sorprenden junto a Pete Deuchar and his Profesors of Ragtime, y sus primeras influencias de Big Bill Broonzy a Tal Farlow auguran un futuro bastante convencional. Pero en cuanto tiene ocasión le busca las vueltas al instrumento y comienza a tocar su variante eléctrica utilizando la púa como si fuera un gatillo de arma de repetición. Practica con denuedo y le da gusto al dedo hasta convertirse en el más rápido del mundo.A punto de cumplir los 50 años, McLaughlin ha madurado y utiliza el instrumento acústico exclusivamente, pero, como ha viajado mucho, está acostumbrado a que le espere una guitarra en cada puerto y comete la torpeza de convocarlas a todas en sus conciertos para no desmerecer a ninguna: a la brasileña, a la flamenca, a la de country y, cuando se aburre de éstas, también a la de jazz. Inevitablemente surge el problema de los celos, y todas disputan por su cariño, provocando que la música acabe sonando a popurrí, muy democrático y equilibrado, pero a popurrí.

John McLaughlin Trío

John McLaughlin (guitarra acústica), Dominique di Piazza (bajo eléctrico) y Trilok Gurtu (percusión). Teatro Alcalá. Madrid, 11 de noviembre. Aforo: 1.100 personas. Precio: 2.000 y 2.500 pesetas.

Para agravar la situación, McLaughlin acusa las secuelas de su pasada relación con el guru. Sry Chimoi, y no se conforma con explorar músicas occidentales, sino que se sumerge en el misterioso terreno de la raga india ayudado por Trilok Gurtu, un percusionista eficaz y creativo que lo mismo puede asumir el papel desempeñado por Billy Cobham en la Mahavishnu Orchestra que aportar algunos de los más exóticos aires orientales.

Dominique di Piazza, fluido y de notable técnica, abre todavía más la música hacia horizontes próximos al experimentalismo europeo, vía ECM, aunque el sonido eléctrico de su bajo carece de la nobleza necesaria para justificar los amplios espacios como solista que le reserva el líder del grupo.

McLaughlin sigue deslumbrando con su portentosa técnica. Lástima que a menudo su discurso se quede en eso, en puro lucimiento de agilidad y virtuosismo, en escaparate insípido de clichés y en muestra insustancial de estéticas que pertenecen, por mucho que se empeñe en demostrar lo contrario, a culturas que le son ajenas.

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