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Brasil se hunde en la crisis política

A poco más de un año y medio de haber llegado al poder con los votos de 34 millones de esperanzados electores, el presidente de Brasil, Fernando Collor de Mello, se encuentra hoy aislado, sin base parlamentaria y ante el umbral de lo que parece ser la más grave crisis política de los últimos años. La visita del Papa Juan Pablo II a Brasil la pasada semana, en el marco de la crisis social reinante, ha puesto en evidencia ante la opinión pública internacional la débil estabilidad política del país. Entre tanto, una reforma constitucional parece condenada a la parálisis.

La palabra "ingobernabilidad" se encuentra cada vez más en las columnas políticas de la prensa local y en los corrillos del Congreso. Entretanto, la recesión que paraliza la economía brasileña desde el año pasado se agrava día a día, aumentando el desempleo y estimulando el descontento, al tiempo que la inflación se acelera y ya se ha asomado al 20% mensual. En este cuadro de severa crisis, las denuncias de corrupción que salpican a colaboradores inmediatos de Collor de Mello, ya obligaron a la primera dama, Rosane, a renunciar a la presidencia de una entidad filantrópica estatal, acusada por la prensa de favorecer a sus parientes en licitaciones públicas. El sociólogo Helio Jaguaribe quien dirige un instituto dedicado al estudio de la crisis brasileña y de sus posibles soluciones pronosticó que si el Gobierno y el Congreso no llegan en breve a un entendimiento, dentro de pocos meses las llamas de la hiperinflación devorarán la precaria estabilidad de Brasil, con consecuencias aún más dramáticas que las que caracterizaron la tragedia argentina de 1989: "La población brasileña es mucho más pobre y en pocos días de huelgas generalizadas, grandes masas se verán reducidas al hambre y saldrán a las calles, tornando al país ingobernable", predijo.

El veterano diputado Ulysses Guimaraes observa que "la crisis que el país atravesa hoy es peor que la que en 1954 llevó al suicidio a Getulio Vargas", un ex presidente que dominó la escena política brasileña durante un cuarto de siglo hasta que, privado de apoyo, dio fin a su vida con un tiro en el corazón.

Menos dramático, el líder laborista y gobernador de Río de Janeiro, Leonel Brizola, señala que por ahora no existe el peligro de una ruptura institucional. No obstante, compara la crisis actual con el clima que se respiraba en Brasil en 1964, en vísperas del golpe militar que inauguró una dictadura militar que se extende ría durante 20 años.

El propio Gobierno, interesado en arrancar del Congreso una reforma constitucional que permita liberalizar la economía, enarbola la amenaza de la "ingobernabilidad" y del "colapso del Estado". El poder ejecutivo presentó al Parlamento una propuesta de alteración de la Carta de 1988, proponiendo medidas para enjugar el déficit crónico que las cuentas públicas brasileñas arrastran desde hace décadas, entre ellas una reforma fiscal.

Entre los principales puntos del texto figuran la desestatización de las importaciones, del refinado del petróleo y de las telecomunicaciones. Asimismo, se eliminan la mayoría de las restricciones que pesan sobre el capital extranjero. La propuesta gubernamental prevé también acabar con la estabilidad de los funcionarios públicos.

Escepticismo general

Sin embargo, hay un agudo escepticismo en medios políticos en relación a la posibilidad de un acuerdo. "Le están engañando señor presidente, no alimente esperanzas: el Congreso no aprobará la enmienda", advirtió a Collor el diputado conservador Amaral Neto. Jaguaribe, por su parte, estima que "hoy por hoy el caos parece más probable que un acuerdo entre el Gobierno y el Congreso", pero admite que "tal vez, los políticos se detengan al borde del abisino". Los observadores políticos de Brasil estiman probable, que el Congreso se fimite a aprobar una reforma ¡inpositiva y medidas que faciliten la apertura de la economia, pero, dificilmente tocará la inamovilidad de los funcionarios públicos. La orfandad política del presidente brasileño no es un dato nuevo, pues llegó al poder como candidato contestatario, sin apoyo de los grandes partidos y postulado por el diminuto Partido de la Reconstrucción Nacional, creado en 1989 al sólo efecto de sustentar su candidatura.

Collor de Mello asumió el gobierno de Brasil en marzo del año pasado, cuando la inflación galopaba al frenético ritmo del 84% al mes y los empresarios, atraídos por las suculentas tasas del mercado financiero, se rehusaban a invertir en la producción. El segundo día de su gestión, el nuevo mandatario, que había prometido "matar el tigre de la inflación de un solo tiro", congeló los precios y los salarios y bloqueó por 18 meses los depósitos bancarios de más de 700 dólares, retirando así de la circulación unos 115.000 millones de dólares.

La inflación cayó entonces a un nivel de 3% al mes, pero en pocos meses el tigre ya daba nuevas señales de vida y a fines de febrero de este año el frenesí alcista obligó al Gobierno a aplicar un nuevo "plan de choque" contra el alza del costo de vida, congelando los precios y salarios por quinta vez desde 1986. Nueve meses después, el tigre está despierto otra vez y en septiembre la inflación sufrió un zarpazo del 20%.

En casi 20 meses, la recesión económica y los sucesivos fracasos en el control de la inflación consumieron la popularidad que el mandatario brasíleño extrajo de las urnas. Resta saber cómo ha de arreglárselas durante los tres anos y medio que le quedan de gobierno para administrar sin apoyo político el caos económico, el descontento creciente y el problema social que representan 45 millones de pobres, casi la tercera parte de la población.

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