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Reportaje:

Africa exige democracia a sus dictadores

Los Estados subsaharianos luchan por buscar vías propias de cambio

El huracán del cambio barre el África subsahariana. El viento empezó a soplar hace dos años desde la turbulenta Europa oriental. Pero su epicentro se halla en el descontento y la desesperación de unas poblaciones condenadas por las interminables guerras civiles, sequías y corrupción de sus gobernantes a la más exasperante miseria y hambruna. En sus ansias por salir del infierno, las masas exigen a sus dictadores reformas democráticas. La clave ahora está en lograr el objetivo sin que se encienda la mecha de los siempre latentes conflictos tribales.

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Cuando hace dos años la fiebre de cambio se apoderó de África, comenzó la difícil búsqueda de una receta adecuada para contrarrestar la nueva epidemia. El diagnóstico de las masas airadas, en principio, es simple: la culpa del desbarajuste económico que, cada vez más, hunde a los africanos en la hambruna y una miseria exasperante, la tienen los regímenes autocráticos y corruptos que gobiernan el continente desde hace 30 años.Lo primero era hallar una fórmula para convencer a los reacios autócratas a tomar la medicina del cambio. La guerra civil que desde hace un año asola Liberia ha servido de trágico ejemplo para quienes se hayan sentido tentados por la vía de la lucha armada. Había que buscar la fórmula de lograr una transición indolora a la democracia de los regímenes autoritarios, que, con excepción de Botsuana y Senegal, imperaban hasta entonces en el resto del África subsahariana. Un pequeño Estado de la costa occidental africana, la ex colonia francesa de Benín, fue el laboratorio que dio con la receta. Su principal componente se llama Conferencia Nacional. Consiste en la reunión de representantes del poder que se resiste a marchar con los de todas las tendencias políticas -Incluidos los partidos clandestinos- y sectores sociales para que, a través de debates públicos y democráticos, se llegue a un acuerdo consensuado y gradual sobre el cambio.

Cuando, el pasado febrero, las autoridades de Benín autorizaron el comienzo de la Conferencia con poderes soberanos, el país parecía estar en una situación de colapso: la falta de fondos impedía desde hacía meses el pago a los funcionarios; las masas se lanzaban a la calle para manifestar con violencia y rabia su descontento y las huelgas tenían sumido el país en la confusión. En una decena de días, el presidente Mathieu Kerekotí declaró la extinción del régimen marxista-leninista y los más de 500 delegados que participaron en la conferencia eligieron como primer ministro a Nicephoro Soglo, ex funcionario del Banco Mundial, por la celebración de elecciones. Kerekou puso el broche efectista a su retirada declarando ante los atónitos miembros de la conferencia que se sentía avergonzado por los errores cometidos por su régimen.

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El efecto del éxito de Benín, sumado al de la feliz transición de las ex colonias lusas de Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe -donde los dictadores han aceptado su derrota electoral frente a los líderes de la oposición- han tenido un efecto inmediato. El Gobierno del Congo, antiguamente marxista, siguió el ejemplo con la organización de una conferencia presidida, al igual que en Benín, por la figura mediadora y neutral de unobispo. Los habitantes de Zaire, que no se han perdido los debates televisados de sus vecinos congoleños, han reforzado sus demandas de cambio a su dictador, Mobutu Sese Seko.Níger y Mali, donde las demandas de democracia conviven con el conflicto de la sublevación tuareg, también sufren por el síndrome de la conferencia nacional. En Gabón, Camerún o Madagascar, las masas se han lanzado a las calles para pedir a gritos lo que sus Gobiernos no quieren darles por las buenas.

Y es que la metodología de la conferencia, -calificada por algunos comentaristas de psicoanálisis colectivo-, corre el riesgo de convertirse en un incómodo proceso a los Gobiernos todavía en el poder. No es de extrañar que algunos autócratas se resistan a someterse a la prueba.

Un caso muy claro de ello es el de Togo, vecino de Benín, donde el Ejército acaba de sucumbir esta semana a una nueva intentona involucionista. Ya el pasado 28 de agosto los militares -en su mayoría de etnias del Norte- habían amenazado con suspender los trabajos de la Conferencia que acababa de nombrar como primer ministro del Gobierno de transición al carismático y popular abogado Kokou Koffigoh, presidente de la Liga de Derechos Humanos.

Ahora, una vez más, la mirada de los partidarios de la democratización se dirige a la reacción de las grandes potencias, en especial de la ex madre patria francesa. Como la mayor parte de las recién nacidas oposiciones africanas, confian en que el nuevo orden internacional esté a su favor y presione para obligar a los golpistas a entrar en razón.

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