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Apuesta peligrosa

La violencia xenófoba que ha sacudido a Alemania en las últimas semanas tiene dos componentes muy diferenciados. De un lado, los incidentes que evidenciaron el resentimiento de la población contra los extranjeros en algunos lugares de la antigua Alemania comunista, como lo sucedido en Hoyeswerda, Sajonia, donde durante una sernana grupos de neonazis cercaron un albergue de extranjeros jaleados por la población local. Se trata del clásico brote xenófobo, perfectamente identificable e incluso explicable en función de una situación muy deteriorada en una sociedad en descomposición, con un alto índice de paro, y donde, además, hasta la fecha, el contacto con otras culturas prácticamente no ha existido. Pero se trata de una reacción visceral, sin carga ideológica, contra un objeto preciso: seres conocidos de todos.La otra parte, la realmente peligrosa, es la protagonizada por oscuros comandos que operan, aparentemente en la más absoluta impunidad, contra albergues situados a todo lo largo de Alemania, contra gente que no conocen, contra entes abstractos. No hay emociones humanas, hay puras consignas ideológicas. Sospechosa es también la incompetencia de la policía, siempre tibia a la hora de enfrentarse a la extrema derecha.

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Para el canciller Kohl, las dos cosas parecen ser lo mismo. Su Gobierno quiere utilizar esta situación -y esta violencia- para conseguir una victoria política en el Bundestag cambiando el artículo 16 de la Constitución, que regula el derecho de asilo, -en contra del resto del espectro político, incluidos sus propios socios liberales. La derecha alemana debería recordar que, en un pasado no tan lejano, uno de sus líderes, Franz von Pappen, pensó que podría utilizar a favor suyo a un partido de extrema derecha. El resultado fue la llegada de Adolf Hitler al poder.

Los elementos neonazis en Alemania son numéricamente insignificantes, pero nunca han dejado de existir. La unificación les ha dado alas.

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