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Tribuna
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Los decanos

Hay reacciones para todo tras el romance Fraga-Fidel. La izquierda de granja ha puesto el grito en el cielo y la derecha literaria ha mandado sus adjetivos a la nevera. Todas las interpretaciones políticas son posibles en este curioso episodio, tal vez porque la política siempre es como el borgiano jardín de los senderos que se bifurcan. Pero en el encuentro caribeño del decano revolucionario y el longevo conservador se percibe más humanidad que cálculo, más profundidad que diplomacia. Imagino tras los abrazos públicos de la guayabera y la guerrera algún denso crepúsculo, mojito en mano, hablando del poder y de sus pompas. Dos ballenas del siglo varadas junto al balcón de la experiencia intercambiando frases bruñidas por el uso y por los ecos. Donde antes se decía: "Patria o muerte, vencerernos" o "La calle es inía", ahora se.escucha algo así como "Todo el mundo es bueno". Y los decanos ríen, y beben, y se abrazan, porque cuando las ideologías van disolviéndose ya sólo nos queda la quelmada.Esa queimada de La Habana es algo así como el suquet de Portabella, un pebetero espiritual donde el hombre se desnuda de todo aquello que ha creído y se reconoce en los pequé¡íos gestos del poder a punto de caducar. Quisiéramos creer que tras el Fraga verbal, sanguíneo y obcecado se encuentra un silencioso jugador de dominó que entiende su mesa como una almadía en un océano de jóvenes escualos. Y que bajo la guerrera retórica de Fidel hay un escritor de cuentos con final feliz. No es nada extraño que esos personajes congenien. Habitan el mismo territorio de los años y gozan del perfume de una galleguidad impregnada de infancia. Tal vez algún día, Fidel regresará a España para hacer un programa en Tele 5. Y caminará del brazo de don Manuel por la pista de aterrizaje. Y como en Casablanca, uno de los dos dirá: "Este es el principio de una hermosa amistad".

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