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Aprenden lo que ven

"Los niños aprenden lo que ven: si un niño vive con hostilidad, aprende a pelear", reza un viejo cartel que ilustra una de las paredes del colegio público Sixto Sigler, de Mancha Real (Jaén). Esta sabia recomendación debió de pasar inadvertida para muchas de las madres de los 1.370 alumnos del colegio que, a voz en grito y amparadas por su propia masa, llamaban "asesinos" a cuatro niños gitanos en los primeros días del curso.Tanto afán pusieron en los labios que sus propios hijos las imitaron. "¡Criminales!", gritaba una niña de apenas cinco años con la mirada distraída, fija en una goma de saltar. Otros niños, compañeros de colegio y aula de los niños gitanos, contagiados por el entusiasmo de sus progenitores, coreaban al son escalofriante de la letanía de sus madres: "Asesinos,asesinos".

La pequeña Francisca Romero, miembro de la comunidad calé de Mancha Real, dejó de ir a clase el tercer día de escuela. El miedo se le había metido en los huesos. "Yo no soy una asesina", "esas mujeres nada más que me decían asesina y me asusté", comentaba Francisca al día siguiente, una vez repuesta del bochorno. Los otros tres niños gitanos, Manuel, Isidro y Antonio Romero, ocultaban con estoica entereza su miedo.

Manuel Romero, de siete años, estudia segundo de EGB y dice que le gusta la escuela. "Me gusta venir al cole porque aprendo muchas cosas y escribo mucho". A Manuel le gusta olvidar los tragos amargos de su inicio de curso. Ellos me dicen asesino, pero yo les digo a ellos payos y racistas, espeta con decisión, influenciado por los comentarios de sus mayores.

Daño irreparable

Los profesores del colegio muestran su preocupación por el daño psicológico "irreparable" que muchas madres payas han causado a sus proplos hijos al hacerlos comulgar con la discriminación con tinte racial. "Ahora estamos tratando de mitigar las secuelas que todo esto ha podido producir en los niños, pero por lo pronto están reaccionando bien y sus relaciones en la escuela son las normales", asegura una de las profesoras. Manuel, Francisca, Isidro y Antonio, los cuatro niños gitanos, juegan ahora con sus compañeros. La inocencia y la candidez de la infancia han diluido en los vericuctos de la memoria la pesadilla que un puñado de mayores les han obligado a protagonizar.

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