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Tribuna:EL MAPA DE ESPAÑA / y 28 - BALEARES / y 2
Tribuna
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Meditación de Mallorca

Manuel Vicent

Foto: Cristina García RoderoSiguieron los días de perfección y hasta ese momento de la travesía por las Baleares yo no había visto sino popas de yate llenas de aparentes ricachones, marineros solícitos en los pantalanes, mujeres hermosísimas que baldeaban las cubiertas a la hora del crepúsculo cuando el sol se entreveraba con los palos, jarcias y gallardetes de los barcos en el náutico y después bajaban los navegantes rasurados, perfumados, vestidos con prendas deportivas a cenar en restaurantes de moda y entonces uno descubría en tierra a duques británicos con un Mouse en la camiseta y a banqueros conocidos haciendo el chorra ante una pizza. La clase media europea se alimenta de popas de yate y en todos los puertos que tocamos había parejas de gorditos carniceros del Mercado Común de paseo por los muelles tratando de descubrir a las princesas en el salón de los fastuosos veleros comiendo tortilla. Hasta ese momento de la travesía también había compartido las calas con el resto de la flota que fondeaba abarloándose hasta formar una sola cubierta que tapaba las aguas y en ese gran escenario comenzaba muy pronto el millonariado a desarrollar gestos unívocos de felicidad: música de salsa que se lleva la brisa, profundas fiestas de los cachorros que anoche bailaron en una discoteca hasta media mañana y ahora están derribados a proa, sonido de algún chapuzón o del latigazo del viento en la toldilla que se funde con el resplandor de los párpados cerrados, voces que se oyen en la otra parte del sueño, un perfume de ajo frito que se apodera del fragor de las chicharras que baja de los pinos y alguien que pregunta: "¿Qué hora es? ¿os apetece tomar algo?". Nadie responde. El mejor paisaje de Ibiza es este silencio y las cornisas de las calas que lo coronan.

Zarpamos de Santa Eulalia rumbo a Mallorca un mediodía sin viento y al doblar el cabo entre islotes y escollos, a babor apareció la playa de Es Caná y pronto a proa avistamos el islote de Tagomago en forma de cetáceo y con la brújula y el piloto automático fijados en los 45 grados noreste para dirigirnos a Andraitx. Dejamos que todo fluyera según los sentidos puesto que la mar es el inconsciente y el anticiclón con luna menguante lo mantenía en calma chicha y había clima dorada en la costa. Después de cinco horas de navegación aparecieron en el horizonte las sombras de la Dragonera, pero en medio del canal con 700 metros de agua transparente bajo la quilla aún había algunos ritos que cumplir: detener el barco y bañarse a la deriva manteniendo a flote los genitales libres sobre el abismo, seguir navegando dormido, pensar con el cerebro en blanco, echar el curricán para ver si mordía algún pez. Esta vez hubo suerte. Cuando ya el sol comenzaba a ponerse meloso a media tarde vibró el sedal con fuerza y al cobrarlo se vio aparecer en la superficie espumeando un atún de dos palmos y al rato picó otro más. En alta mar el barco pronto estuvo inundado de aroma de aceite que crepitaba en la cocina y mientras las montañas de Mallorca se concretaban con toda la luz a proa también arribos atunes se iban dorando en la sartén.

Cuando ya atardecía se definió el faro sobre el cabo de la Mola que cierra a estribor el puerto de Andraitx con un acantilado calcáreo en cuyas grietas crecen las higueras que plantaron los pájaros con sus garras. Había en la dársena del puerto una multitud de barcos fondeados y un enjambre de chinchorros que zascandileaban alrededor de los yates más lujosos donde había fiestas nocturnas. En la cubierta de un velero de tres palos fornicaba al aire libre una pareja mientras a su lado un tipo leía impávido el Financial Times y otra señora de pelo blanco con pareo se pintaba las uñas y sobre los cuerpos de los amantes saltaban unos niños rubios también desnudos jugando. Un jeque se rascaba la espalda por dentro de la camisa de seda y bostezaba sin encontrar sentido a la vida a bordo de un trasatlántico de su propiedad y junto a él había tres putas del mejor plástico alemán que parecían formar parte de los aparejos. La dársena se llenó de oro podrido, muy dulce.

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Bastaba con bajar a tierra para percibir enseguida la diferencia que Mallorca guarda con Ibiza o Fonrientera. En Mallorca hay mucho vejestorio, si bien aquí la luz es más tierna. Al bajar a tierra supe que era domingo y por las calles del puerto de Andraitx vi a algunos próceres en bermudas terribles y en el Miramar, donde la noche anterior habían cenado los Reyes, nos dieron a mitad de precio la caldereta de langosta que había sobrado. Pese a que Ibiza es hoy el paraíso de la chancleta y el macuto conserva todavía la energía de la libertad que dejaron en otro tiempo los soñadores de chicharras y allí los palacios son las sombras ofuscadas de las higueras en los barrancos; en cambio, Mallorca tiene catedral, obispado, audiencia y aristocracia con mansiones de piedra arenisca y patios empedrados que conservan todavía el sonido de las carrozas y de los cascos de las caballerías. Esta Ibiza de cal y mampostería ha levantado un monumento romántico a sus corsarios que luego quedaron en nada, pero en Mallorca los piratas han fundado dinastías y eso da mucho peso interior a la existencia.

Nudistas con flores

Navegando desde Andraitx hasta la punta de cala Figuera se veían fondeados en la ensenada de Santa Ponsa fortalezas náuticas sobrevoladas por helicópteros que guardaban las espaldas desnudas desde el aire a magnates de la salchicha y te rayaba un poco la mente comprobar la dulzura de las aguas vulneradas por esa agresividad, pero entre los islotes de Malgrots y los farallones de Enguixa había nudistas con llores en la cabellera y un recién nacido dormía encima de un escollo batido por el oleaje a la sombra de un paraguas, mientras sus padres exploraban grutas con la Zodiac. Un viento amable nos llevaba ahora hacia la bahía y ya entonces la mar estaba violada por las motoras terriblemente diseñadas para volar; un ejército de desembarco parecía dirigirse a puerto Portals y esos cacharros fabulosos eran pilotados por jóvenes con un rictus de dolor en el rostro, aunque no exento de sadismo, a una velocidad que les dejaba la musculatura muy atrás hecha jirones. Puerto Portals es un nido de millonarios, una creación artificial al servicio de un tipo de gente que sólo ve el mundo a través del talonario y allí se mostraban desplegadas como colas de pavo real las popas de los yates y en ellas se veían a muchos matones relajados con gomina en el pelo.

Comenzamos a costear por el interior de la bahía y arribamos muy cerca de los edificios portuarios de Palma. Contemplar la catedral desde el barco tomando ron con anchoas era una nueva forma de ver la historia; atravesar la regata real tumbado a proa con el viento largo por la aleta sin pensar en nada era otra forma de modernidad. Con la mayor y la génova muy pletóricas pusimos rumbo a cabo Blanco, una singladura presidida por la música de jarcias, por el golpe rítmico del agua en las amuras y el estertor de los obenques vibrando. Se produjo una resurrección cuando al final de una larga encalmada el viento comenzó a soplar. Entonces cada aparejo cobró vida y también el alma de los navegantes se puso en tensión.

En esa latitud avistamos muy pronto los desolados pedernales de Cabrera. Puesto que no se podía recalar en esa reserva natural nos limitamos a descubrir de lejos los pliegues de su costa. Esa reserva natural está ahí para educar la mente. Se trata de una purificación interior aunque los militares, por desgracia, la continúen vulnerando con su presencia. Después de hacer este ejercicio de perfección seguimos rumbo a la ensenada de la Rápita y al final del día llegamos al puerto de pescadores de S'Estanyol, tan lejos del impudor náutico de los millonarios, tan cerca de aquella infancia que se fue. En este poblado marinero había niños bañándose entre las rocas y adolescentes melancólicas como las criaturas de Espriu junto a barcas varadas buscando conchas en la arena con la mirada perdida. A la sombra de la terraza de un bar jugaban a las cartas unas señoras y al lado había una tertulia de viejos cartagineses o fenicios de rostro arañado por la sabiduría.

Había que navegar también hacia la isla de Menorca, pero en esta ocasión esa singladura se dejó como una parte de la inteligencia. El viento nos llevaba de nuevo hacia Ibiza con gran fuerza al través y la marea que iba creciendo también nos empujaba de popa. Después de ocho horas de navegación nocturna vimos el faro de Tagomago y debajo de la quilla el inconsciente estaba a punto de convertirse en mar gruesa con tramontana. Pudimos atracar en el puerto de Santa Eulalia cuando ya silbaban los estays con toda la furia. El milagro de este crucero fue que tanto el patrón Jolís, el capitán Goñi, el ayudante Juan Luis, Mar, Pepa Jiménez, María Pilar y yo nos seguimos hablando al término del viaje. El barco Palmyra se portó bien.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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