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LA REVOLUCIÓN DE AGOSTO

Música en San Petersburgo

Los ciudadanos de Leningrado aprovechan los últimos días del verano y viven al margen de los sucesos del resto del país

JAVIER AYUSO ENVIADO ESPECIAL,

Los ciudadanos de la antigua San Petersburgo viven felices los últimos días del verano, disfrutando de la música que se puede oír por toda la ciudad, olvidando todo lo que sucede en el resto del país.El alcalde de Leningrado, Anatoli Sobchak, viajó el pasado miércoles a Kiev, capital de Ucrania, dentro de una comisión que intenta evitar el desmembramiento de la Unión Soviética. Pero en su ciudad la gente de la calle parece vivir al margen de todos los problemas que sacuden al país.

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Hay colas, como en el resto de las poblaciones soviéticas, y los ciudadanos buscan comida o ropa para el próximo otoño, pero el ambiente es mucho más relajado que en Moscú. Puede que sea algo congénito a esta ciudad histórica, capital del imperio ruso durante décadas, que supo contener al Ejército y al propio KGB (Comité para la Seguridad del Estado) fuera de sus límites durante los días del golpe militar frustrado.

Vida relajada

La vida en San Petersburgo -así la llaman sus ciudadanos desde hace meses- transcurre de forma relajada. Los turistas inundan sus calles y los monumentos históricos. Manadas de japoneses y norteamericanos, cargados con máquinas fotográficas, visitan la fortaleza del zar Pedro el Grande, el palacio de Invierno, la catedral de San Isaac o los canales de lo que llaman la Venecia del norte, ajenos a lo que cuentan que sucede en Ucrania, Moldavia o Azerbaiyán.

Ni los visitantes ni los ciudadanos de Leningrado parecen preocupados por la independencia de estos Estados o por las negociaciones que se llevan a cabo en Moscú para decidir el futuro del país.

La música ha vuelto a las calles. Prácticamente en cada esquina y, sobre todo, junto a cada monumento histórico, se pueden encontrar músicos que tocan sus instrumentos, solos o en grupo, con rostros concentrados.

"La música es el símbolo de la libertad", dice un joven trompetista que interpreta piezas de jazz junto a la fortaleza de Pedro y Pablo.

"Antes no podíamos tocar en la calle como lo hacemos ahora. Nos dan dinero los turistas que pasan por aquí, pero lo más importante es que la música que hacemos nos recuerda que estamos vivos y que somos libres. Eso es lo que vale", añade.

Cien metros más lejos, un niño de ocho años maneja torpemente un violín, y al fondo se oye la música tradicional rusa que interpreta una banda de seis jóvenes ataviados con trajes de época. En una de las orillas del río Neva, muy cerca del lugar donde está atracado el célebre crucero Aurora (su cañonazo sobre el palacio de Invierno inició la revolución bolchevique de 1917), se puede encontrar un club con un rótulo que dice: Centro de la Música de Jazz de Leningrado.

Ahora está en obras, pero su responsable cuenta que "se trata del único gran club de jazz de la Unión Soviética y uno de los mejores de Europa. Lo abrimos en enero de 1989 y se llena prácticamente todas las noches. Caben 200 personas y no suele haber sitios libres".

"Los días del golpe de Estado no estábamos abiertos, porque estaban arreglándolo, pero nos quedamos muy preocupados cuando los golpistas dieron la orden de cerrar todos los locales públicos durante seis meses. Por suerte, la intentona no tuvo éxito y el próximo 6 de septiembre volveremos a abrir nuestras puertas", comenta.

También volverán a abrir sus puertas los centros de enseñanza el próximo lunes, después de las vacaciones de verano.

Las universidades y los institutos de enseñanza media y superior recibirán nuevamente a los estudiantes, que inician un curso que, sin duda, estará lleno de sorpresas. En la escuela, los maestros contarán la historia de forma muy diferente y llamarán San Petersburgo a Leningrado.

En la Universidad, los estudiantes tendrán ocasión de discutir sobre los movimientos independentistas que triunfan por todo el país.

Independencia

En Leningrado, como en la mayoría de las ciudades de Rusia, los jóvenes se muestran algo reacios a aceptar la independencia de Estados como Ucrania, aunque tampoco lo ven como algo muy grave.

"Si se quieren ir, que se vayan", dice un joven que pasea junto al Museo Ermitage. Algo parecido dijo Borís Yeltsin a las pocas horas de fracasar el golpe militar. Pero luego se arrepintió y tanto él como Mijaíl Gorbachov o el propio Anatoli Sobchak luchan ahora por evitar el desmembramiento.

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