Cuando la luz viene de Moscú
Los periodistas, que han dado muestras de una gran lucidez, han reprochado a los políticos, y en particular a Mitterrand, haber analizado mal la situación y haber reaccionado con demasiada poca dureza contra el golpe de Moscú. Pero el rápido fracaso de los golpistas ha llevado a la opinión a ir demasiado deprisa en sentido contrario al de los políticos, demasiado pesimistas o demasiado prudentes. Hoy se nos da la imagen de un puñado de privilegiados del régimen brezneviano, defendiendo un orden social y político desaparecido, nostálgicos del pasado y sin ningún proyecto de futuro. Lo que lleva a decir, conforme al espíritu hiperliberal del presente, que todos los sueños autoritarios y voluntaristas son obligatoriamente barridos por el viento de la historia. Y se concluye que lo único serio es la instalación de la economía de mercado y el desarrollo del espíritu de empresa en un país más habituado al sometimiento, a la adulación y a las trampas que a la innovación y a correr riesgos.Sin minusvalorar de ninguna manera la debilidad y mediocridad que en gran parte explican el fracaso de los golpistas, se puede dar una explicación bastante diferente de los dramáticos acontecimientos que acaban de producirse en Moscú. En primer lugar, ¿puede reducirse a los golpistas a un puñado de defensores del viejo orden? Todo el mundo ha observado que procedían del entorno directo de Gorbachov y que no combatían la perestroika. Podría calificárseles con justicia de andropovianos, es decir, de partidarios de una modernización económica asociada al fortalecimiento del aparato del Estado. El hecho de que hayan dado muestras de mucha mayor debilidad y mediocridad que Deng Xiaoping en China no impide que exista un parentesco real en lo que inspiraba esas dos políticas, una de las cuales tuvo éxito, al precio de centenares de muertos en la plaza de Tiananmen, y la otra acaba de fracasar en Moscú. ¿Cómo no pensar también en el razonamiento de los generales latinoamericanos que tomaron el poder durante los años sesenta y setenta en Brasil, Chile, Argentina y Uruguay? Ellos también querían modernizar su país, sacarle de la crisis económica y política, prohibiendo los partidos políticos, reprimiendo los movimientos revolucionarios y reforzando la intervención de un Estado autoritario.
A Occidente le gusta pensar que la economía de mercado y la derriocracia política son las dos caras de una misma moneda, inseparables la una de la otra. Lo que seguramente es falso, aunque se deba pensar que la democracia política tiene una absoluta necesidad para su supervivencia de la economía libre, ya que si el Estado dirige a la vez la economía y la vida política, su poder absoluto destruye la democracia. La URSS está en una crisis profunda y amenazada de descomposición. Pero no es sólo por mirar al pasado por lo que los golpistas se han decidido a intervenir; ha sido eligiendo la vía que ya eligieron Deng Xiaoping y Pinochet.
Lo que ha hecho fracasar la intentona no ha sido no sé qué necesidad histórica que llevaría a todos los países a la economía de mercado y a la democracia; ha sido el compromiso político de Borís Yeltsin y la valentía fisica e intelectual de millares de moscovitas. Ni en China ni en Brasil, ni en Chile o Argentina había dirigentes populares que hicieran llamamientos a la resistencia, y las multitudes fueron rápidamente dispersadas al precio de una violenta represión en China y en Chile. Lo que hace recordar que no se construye la democracia sin voluntad democrática y sin capacidad de movilización popular. Yeltsin se apoyó sobre fuerzas nacionales y religiosas tanto como sobre intelectuales y fuerzas democráticas. Devolvió de este modo al pueblo ruso las riendas de su historia. Ese pueblo, que había sido reducido al estado de objeto, volvió en dos días a ser actor de su propia historia.
Eso debería llevar a Occidente a reconsiderar su política respecto a la URSS. Hasta ahora ha puesto toda su conflanza en los mecanismos econórrilcos. Ha llegado hasta a acoger rnal las declaraciones de Jacques Attali que daban al Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (BERD), con toda razón, una misión más Política que financiera. Sus expertos han comprometido a Polonia, y después a Checoslovaquia, en una política económica que no debe ser condenada en absoluto, pero que da la impresión de haber sustituido toda intervención política de los propios interesados, reduciendo de este modo la vida de una sociedad a la búsqueda de una visión económica coherente. Y Borís Yeltsin era tachado, con desprecio, de populista. Hay que recordar la manera insultante con la que el Grupo Socialista del Parlamento Europeo, presidido por Jean Pierre Cot, lo recibió en Estrasburgo. La victoría, no de la razón frente a la locura de algunos, sino de Borís Yeltsin frente a una interitona de solución a la china, debería permitir descubrir la evidencia de que la democracia no puede descansar más que sobre la voluntad del pueblo de tomar en sus manos sus propios asuntos. No es el mercado el que crea la democracia, es el valor al servicio del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Lo qur también debería tener consecuencias en los países occidentales. En el curso de los últimos años, para dichos países, y especialmente para los países latinoeuropeos, da la impresión de que lo esencial ha sido liquidar las ideologías y las organizaciones del pasado, lo que implicaba un cierto triunfo del economicismo, seguramente preferible a las nostalgias de los viejos bolcheviques. Pero es el momiento de reconocer la importancia de una reconstrucción de una vida política, sin la cual nuestra democracia no tiene fuerza, no vive más que de la debilidad y desaparición de sus adversarios mientras se desarrollan nuevas desigualdades e injusticias sociales. El periodo de descomposición del comunismo se consuma; no debe desembocar en un liberalismo absoluto, satisfecho de haberse desembarazado de los actores sociales 31 de sus pasiones, sino, por el contrario, anunciar el renacer del espíritu democrático del que acaban de darnos admirable ejemplo los manifestantes moscovitas, animados por Borís Yeltsin.
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