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FERIA DE BILBAO

Inválidos y peligrosos

Una miurada horrible. Otra miurada mala, descastada, peligrosa se lidió ayer, y aún habrá quien la justifique, por mantener viva la leyenda de esta ganadería. En vez del hierro y la divisa miureños tienen otros los toros lidiados ayer en Bilbao, y dicen que los crió el Tío Picardías.Con este género infame, los tres diestros se jugaron la vida. Se la jugaron con una torería y una generosidad que para nada merecían los toros, ni se ha visto igual en toda la feria. Ruiz Miguel, principalmente, rayó la heroicidad con su valor sereno, y estuvo hecho un maestro. Si el cuarto toro no le partió en dos con sus terribles gañafones, esa fortuna se deberá atribuir a la protección de la Virgen de Begoña, muy venerada por la afición bilbaína. Ellos no lo dicen, pero los aficionados -incluso los más ateos y rebecos- rezan mucho cuando hay en la arena toros peligrosos y los coletudos les plantan cara con torería.

Miura / Ruiz Miguel, Campuzano, Sánchez

Toros de Eduardo Miura, bien presentados, varios sospechosos de pitones, inválidos, descastados y peligrosos, excepto quinto, manejable. Ruiz Miguel: estocada saliendo trompicado (vuelta); dos pinchazos bajos, otro hondo delantero atravesado, descabello -aviso con retraso- y cinco descabellos más (ovación y también pitos cuando sale al tercio). Tomás Campuzano: estocada (ovación y también algunos pitos cuando sale al tercio); tres pinchazos, estocada delantera, rueda de peones -aviso con retraso- y dobla el toro (vuelta). Sergio Sánchez: pinchazo, estocada saliendo volteado y descabello (vuelta con algunas protestas); estocada baja y dos descabellos (aplausos). El banderillero El Madriles, cogido aparatosamente por el tercero, fue asistido en la enfermería de varetazos múltiples; pronóstico leve. Plaza de Vista Alegre, 25 de agosto. Novena y última corrida de feria. Cerca del lleno.

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A peor

La Virgen de Begoña también salvó al banderillero El Madriles, a quien el tercer Miura cogió como para matarlo. Aquí nadie tuvo la culpa, ni siquiera el Miura. Acababa de prender un par de banderillas Sergio Sánchez, El Madriles acudió a poner en suerte el toro, tropezó con el capote... Lo que sucedió después fue realmente horroroso. Ver caer el toro al banderillero, se le abalanzó, lo estrelló contra las tablas, le tiró cornadas múltiples, pasándoselo de pitón a pitón. Una eternidad duró aquella cogida, pues cuando un torero voltea indefenso entre las astas, los segundos son eternidades.

El Madriles se incorporó, ensangrentado, y s e lo llevaban a la enfermería cuando Sergio Sánchez volvía a prender otro par, con mayor decisión que el anterior. ¿De qué pasta están hechos los toreros? ¿Conoce la ciencia cuál es esa urdimbre especial que convierte en una especie de héroes a los seres humanos vestidos de luces?

Sergio Sánchez le aguantó a ese toro los parones de morucho, con auténtica temeridad. Lo mismo repetiría en el sexto, igual que antes habían hecho Tomás Campuzano y Ruiz Miguel en sus respectivas intervenciones. Poco después llegaría la gesta de Ruiz Miguel, que el público tardó mucho en comprender y agradecer. Este público, tan benevolente con las figuras y sus borregos, presenciaba con frialdad la brava pelea de Ruiz Miguel con el Miura traicionero. Y así era -paradas siniestras del toro, coladas, gañafones, uno de ellos en la pura boca del estómago- mientras Ruiz Miguel se pasaba cerca al enemigo, intentaba obligarle a humillar. Hasta que en un derrote bestial el pitón le rajó el chaleco de abajo arriba, dejándolo hecho un guiñapo. Ruiz Miguel ni se miró siquiera. Un peón le quitó el rebuño de sedas y lentejuelas. Y siguió toreando, aún más ceñido, indiferente a la cornada aquella que pudo abrirle en canal. Y entonces fue cuando ya el público tomó conciencia del peligro del Miura, de los méritos del diestro, y le jaleó con olés y ovaciones. Si no llega Ruiz Miguel a matar de cualquier forma, le habría otorgado el triunfo clamoroso que tenía merecido.

El quinto toro tampoco era fácil hasta que Campuzano, a base de aguantarle parones inciertos y consentirle, consiguió encelar su moruchez y sacar una faena larga, reposada, muy bien medida, en la que incluso se permitió el lujo de dar pases mirando al tendido.

Demasiado para lo que merecía el toro. Demasiado cuanto hicieron los tres espadas para lo que merecía la corrida entera, acaso la peor de la feria. Porque sobre peligrosa y descastada estaba inválida. Llega a criarla el Tio Picardías, y no habría salido tan mala.

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