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El sobrero que nadie pidió

Vasconcellos / Niño de la Capea, Espartaco, MoraToros de Vasconcellos e Souza D,Andrade, en general bien presentados, que dieron juego; sexto, con trapío, devuelto incomprensiblemente al corral y sustituído por un toro chico del mismo hierro.

Saltó a la arena el sexto y era el toro de la corrida. Un ejemplar de espléndida estampa, enmorrillado, serio y bien puesto. Tomó el capote que Juan Mora le presentaba sin demasiada intención de retenerlo allí; el toro siguió, sueltecito, su galopada; pareció que renqueaba un poco. Un espectador de sombra dio palmas de tango, media docena de sol pegaron algunos silbidos, y entonces, el presidente, fue y devolvió el toro al corral, poniendo en franquía un sobrero que nadie había pedido.El público se quedó atónito y el propio toro parecía no entender. El toro mugía, en sus soledades, mientras esperaba la aparición de los cabestros: "¿Qué habré hecho yo? ¿Le habré caído mal al lehendakari, que está allá arriba hablando para la radio? ¡Ah, mísero de mi; ah, infelice!". Llegados los cabestros, dieron par de trotecillos, evacuaron abundante cagallón y se llevaron al toro mísero e infelice. Y como lo que salió ya no era toro, la afición se puso a cavilar.

Niño de la Capea: pinchazo, bajonazo, rueda de peones y descabello (silencio); bajonazo (algunos pitos)

Espartaco: media estocada caída, rueda de peones, descabello y se acuesta el toro (silencio); bajonazo (petición y vuelta). Juan Mora: estocada trasera baja (oreja); media estocada tendida y descabello (silencio).Presenció la corrida desde el palco de honor el lehendakari José Antonio Ardanza. Plaza de Vista Alegre, 21 de agosto. Quinta corrida de feria. Cerca del lleno.

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Algunos aún estaban cabilando a altas horas de la noche mientras deambulaban Gran Vía de Don Diego López de Haro arriba, Gran Vía de Don Diego López de Haro abajo. Si durante lo que va de feria toros absolutamente inválidos; toros totalmente derrengados; toros que parecían el encierrillo txiki de Pamplona; toros que no habrían desentonado en la becerrada de los zapateros, permanecieron en el ruedo contra viento y marea sin que el presidente los devolviera al corral, ¿cuál era la razón para que devolviese un toro de trapío, serio y bien armado? Aquello parecía tener truco y, si lo tuvo, sería el truco del almendruco.

Extraños comportamientos tuvo el presidente en la tarde de ayer, casi siempre con Juan Mora por testigo. A Juan Mora, después de una faena desigual, fea, bastante desastrada, que remató de un sablazo lateral, le regaló una oreja, y a Espartaco, que no estuvo tan desatrado -ni mucho menos-, se la denegó, a pesar de que ambos tuvieron aproximadamente la misma petición; es decir, no mucha. Un compañero comentaba que no entendía a este presidente, y no era el único pues el público tampoco lo acababa de entender. En casos así, antes de empezar la corrida deberían repartir por los tendidos un Manual de uso del presidente, o la obra (actualmente en preparación) ¿Quiere entender al presidente de la plaza de Bilbao en siete días?

El toro que desorejó Juan Mora con ayuda del presidente era noble y el diestro feliz se ponía despatarrado para pegarle muletazos destemplados, metiendo exageradamente el pico y agarrándose a los lomos del an mal. El toro sobrero, ademas de no tener trapío ninguno, estaba inválido, acabó sin embestida, y le intentó algunos pases, aunque sólo fuera por cumplir.

Espartaco sufrío algunos achuchones, pasó ciertos apuros con un toro de genio y casta, y al quinto, de agradecida nobleza, le hizo una faena de su estilo, aburridísima para quienes ya se la han visto repetir cientos de veces, emocionante para los espectadores que habían acudido al coso por primera vez; es decir, unos 10.000. En efecto, Espartaco toreó con la suerte descargada, el brazo estirado cuanto le daba de sí y el pico puesto en el pitón contrario, al final se puso de rodillas, citó de espaldas, mató de un bajonazo, y todo esto provocó gran delirio. Es un profesional de la modalidad torera descrita, no cabe la menor duda.

A Espartaco le llaman profesional, y lo demostró, mientras al Niño de la Capea le llaman maestro y no lo demostró tanto. Niño de la Capea estuvo entre nervioso y mohíno. Niño de la Capea, con dos toros boyantones, aguantó poco las embestidas, corrió mucho al rematarlas, sufrió enganchones en los trapos, perdío alguno, y dió la sensación de que no se fiaba ni un pelín. Quizá tuvo mal día. A lo mejor fue que tampoco entendía al presidente y sus cosas, y en eso estaba pensando.

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