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GOLPE A E.T.A.

"¡Venid a por nosotros, cabrones!"

Los terroristas desafiaron a la Guardia Civil mientras eran apoyados por grupos de vecinos

Francisco Peregil

María Eugenia Muñagorri se entregó ayer a la policía gritando "no sé nada y no tengo culpa de nada", mientras que sus compañeros decían "¡gora ETA!"' y "¡venid a por nosotros, cabrones!". Varios vecinos lo oyeron y pensaron que los que gritaban aquello serían mártires al poco tiempo.Morlans, el lugar en que se mantuvo durante cuatro horas el tiroteo entre etarras y agentes, es un barrio donde nunca pasa nada, de clase obrera y gente tranquila.

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Cuando terminó la refriega, una familia que había visto y oído todo a pocos metros salía de su casa preocupada porque iban a llegar tarde a una boda.

Unos vecinos, por orden policial, tuvieron que encerrarse en sus casas, y otros, desobedeciendo y enfrentándose verbalmente a la Guardia Civil, lo presenciaron todo a menos de 100 metros del caserío cercado. La decena de personas que se encontraba en ese momento en la calle apoyaba verbalmente a los "chicos de dentro", y después, cuando murieron, se compadecieron visiblemente. Los otros vecinos siguieron las operaciones por radio y televisión, y, por supuesto, sin salir de casa.

María Eugenia Muñagorri salió del antiguo caserío de Tolaretxe descalza y gritando: "¡No tengo culpa de nada, no sé nada!". Sus compañeros, según infomaron varios vecinos, decían: "Gora ETA. ¡Venid a por nosotros, cabrones!". Después se oyó la mayor ráfaga de tiros, y a la policía gritar: "¡Al suelo, al suelo!". "No le arriendo la ganancia a la pobre chica", decía una vecina, "porque es que la han metido en el coche como si fuera un trapo". El barrio de Morlans, de clase obrera, ubicado entre montes, vivió cuatro horas de máxima tensión.

El barrio tiene dos entradas principales. En la de abajo, a las diez de la mañana, un borracho, ante la sonrisa de periodistas y vecinos y el tamborileo de los disparos de fondo, se enfrentaba a los policías: "Dejadme pasar a mi casa, que quiero sobar (dormir). Sois pocos y cobardes. Os estáis tirando el moco con las sirenas y las pistolas, pero no sé qué vais a hacer cuando haya un fregado de verdad".Allí todo se tomaba con Filosofía; no había apenas intranquilidad por los hijos y los maridos, que permanecían en sus casas durante las cuatro horas que duró el tiroteo. "Vaya gracia", decía una señora gruesa, "pues nos vamos a quedar hoy sin comer".

Derecho a comer

Carlos, otro vecino, se empefiaba en pasar el control con su furgoneta blanca, porque decía que tenía que comer: "Un hombre que trabaja tiene derecho a comer; y si usted no me deja pasar, me firma un vale donde conste la prohibición". Los otros ciudadanos le convencieron para que no insistiera.En la parte de arriba, sin embargo, el enfrentamiento entre: vecinos y los números de la Guardia Civil era mucho más violento. De entrada, en la parte de arriba no había periodistas, y el tiroteo no sólo se oía, sino que se veía a 25 metros, se escuchaban las balas penetrar las persianas de las casas próximas y los ojos picaban ante la proximidad de los gases.

Kepa, Chechu, sus amigos y familiares -unos 10 aproximadamente- bajaron a la calle en el momento en que la Guardia Civil entró en la primera casa.

"Primero entraron en la de Consuelo, como si fueran los hombres de Harrelson", cuenta un vecino, "y después vimos cómo se cambiaban la chalecos antibalas, los cascos, se hacían senas con las manos y bajaban rodando el monte en plan peliculero cuando lo podían haber hecho andando".

Esos vecinos, los de la parte alta del barrio, se enfrentaban verbalmente a la Guardia Civil, en pleno tiroteo, mientras, en la otra parte, otros habitantes del barrio ofrecían botellas de cerveza y refrescos a los periodistas, que debían pasar ya la veintena, sin que nadie conociera más que rumores sobre lo que ocurría. Lo que pasaba por la parte de abajo no eran más que ambulancias y coches con sirenas y guardias, que, cuando veían las cámaras de televisión, hundían el pie en el acelerador y se tapaban la cara.

Abajo, los vecinos ofrecían cerveza a los periodistas, que ya pasaban de 20, mientras arriba un guardia civil intentaba que los vecinos se metieran e sus casas, y Kepa le contestó así: "A casa te vas tú, español, que nosotros estamos en nuestro pueblo". "En ese momento", relata otro vecino, "una mujer se encaró con un guardia civil, que la enganchó por el brazo para llevársela detenida; y el tío llegó a cargar la metralleta, pero su compañero le dijo que se tranquilizara y no pasó nada".

Los guardias se felicitan

A las tres de la tarde, concluido el tiroteo, los guardias se felicitaban. Después, ordenaron a los vecinos que cerraran las persianas y que no sacaran fotos ni rodaran con vídeos caseros. Introdujeron un robot en la casa y anunciaron por tercera vez con un megáfono: "¡Señores, métanse en sus casas; cierren las persianas, que vamos a hacer una explosión controlada y puede haber heridos". Las personas que estaban fuera siguieron fuera, la bomba estalló dentro de un cepo, con un ruido tremendo, y los vecinos comentaron jocosos: "Menos mal que era controlada la explosión..., y casi me echa la fachada abajo, ahora que la he pintado. Si no llega a ser controlada, no sé lo que hubiera pasado".Después, aburrimiento y espera, hasta que se llevaron los cadáveres, pasadas las cinco de la tarde. "Los más exaltados le decían a la Guardia Civil que la bomba la habían puesto los propios policías, y los rnás moderados se metieron en sus casas para seguir el acontecimiento que se vivía enfrente a través de la radio y la televisión. Los que seguían en la calle, sencillos y hospitalarios, se dolían por lo mal que lo tenían que haber pasado ellos.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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