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Tribuna:EL MAPA DE ESPAÑA / 13 - CASTILLA Y LEÓN / 1
Tribuna
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Infantas, páramos y alcores

BriviescaEl prolongado arrebato de felicidad que se apoderó del ánimo de mis dos acompañantes, ayer tarde, en Logroño, en las amigables tascas de las calles del Laurel y del Peso, fue la causa de nuestro posterior retraso sobre el horario previsto. Retraso que sólo tuvo un inconveniente, pero grave: la noche impidió contemplar el magnífico espectáculo que es la entrada a Castilla por el desfiladero de Pancorbo. Ya de, camino, confié en que los Ojos de la memoria me ayudarían a reconocer soberbias cresterías y gamas de tostados y rojizos donde sólo había sombras. El auxilio del recuerdo se reveló más bien, ineficaz y endeble. Por lo visto, con los años, el poder evocativo de la memoria se independiza de los dictados de la voluntad del individuo y actúa por cuenta propia, como cualquier víscera de nuestro organismo.

Por el momento, y en contra de mis temores, el trato entre mis dos acompañantes -una centroeuropea adicta a la reflexión pura y un joven baterista barcelonés- discurre por los, caminos de una suave cordialidad. Ella, Anke, ha convertido el coche en una especie de biblioteca ambulante en la que las guías turísticas y literarias sobre Castilla y León se mezclan con el Romancero, las obras completas de Santa Teresa, Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Unamuno, Ortega y Gasset, Azorín, Caro Baroja, Delibes... En maletín aparte, del que no se separa un instante, guarda monografías dedicadas al estudio de varios personajes femeninos castellanos (Juana la Loca, Teresa de Jesús, Jimena, distintas Urracas, Isabel la Católica, etcétera), objeto, al parecer, de sus intereses viajeros. Mis dos acompañantes mostraron cierto desconcierto a nuestra llegada al hotel de Briviesca, debido a los primeros contactos con la dueña del establecimiento en el que, en principio, nos aguardaban cobijo y alimento. Un refrigerio nos aguardaba en la barra del bar. El tono expeditivo de la hotelera sorprendió al joven Martí, que tardará sin duda un par de días en advertir que la rotundidad y ausencia de florituras en la expresión de los castellanos no significa, en absoluto, falta de cordialidad. La centroeuropea, familiarizada con el país a través de los textos de los clásicos, se sorprendió por hallarse en un hotel europeamente acondicionado, regido por una mujer que, en lugar de llevar vida retirada en convento de clausura, impartía órdenes, con temple de directora de empresa, a un par de camareros taciturnos y más bien reservones. Por cierto, empiezo a temer las ideas preconcebidas de Anke sobre este país y sus gentes. Para ella, Burgos es el poema cidiano, sudor y calor, y esta mañana las huertas con árboles frutales que rodean Briviesca, las tierras que disfrutan la alegría del regadío y la temperatura más bien fresca la han sumido en un mar de desconfianzas en cuyas corrientes aún se debate preguntándome, de vez en cuando, si no habremos equivocado la ruta y nos hallaremos en Navarra o en La Rioja. Afortunadamente, el paseo por Briviesca la ha devuelto ligeramente a su realidad libresca, en la que ha acabado por reintegrarse ante el torno del convento de Santa Clara, habitado por monjas de clausura- Luego, el encantador templete de música, en la plaza. Mayor, ha mitigado su disgusto por no poder visitar la iglesia gótica de San Martín, cerrada, según nos han explicado, porque abre sólo en invierno ("es la que tiene calefacción"). En verano, los oficios se celebran en la de Santa María.

Santo Domingo de Silos

Descanso placentero, suaves paseos por las afueras de la diminuta, casi enternecedora localidad, por caminos que huelen a tomillo y a jara, rodeados de lomas grises, algo azuladas según la cambiante intensidad del anublamiento del cielo. Para quien aquí está de paso (y va al paso y no al trote), el lugar es un escenario casi nirvánico a cuyo encanto contribuyen, además del monasterio románico de Santo Domingo, el lirismo -tan preciosamente escueto- del paisaje y la apacible cordialidad de sus habitantes, expresada con ese empaque verbal que, como en toda la provincia de Burgos, mece el oído del visitante a los sones de la perfección fonética. Aunque el impacto del habla burgalesa no obedece sólo a su fonética: el rigor expresivo, la precisión léxica y el reposo gramatical sorprenden al oyente hasta el extremo de cerrar los ojos y ver, revestido con toga de magistrado, al campesino o camarero que le está hablando. Magistrados, como es lógico, no hay en Silos. Los profesionales del sector terciario acabarían cantando gregoriano con los monjes del monasterio, sin nada que hacer en un pueblo de 170 habitantes. Apenas dos docenas de muchachos y ocho niños constituyen la población joven de Santo Domingo de Silos, habitado sustancialmente por ancianos que viven solos y mueren bajo la insuficiente asistencia de un médico que acude al pueblo dos veces por semana. Buena parte de la vida económica del lugar depende del turismo, según nos contó su alcalde, Emeterio Martín. La conversación tenía lugar en el amesonado restaurante del hotel y un catalán hombrón, que se regalaba con un lechón asado en la mesa de al lado, le interrumpió con voz recia: "Eso del turismo se acabó". ¡Desafortunado comentario! La expresión del alcalde delató honda preocupación: la única salida para los pocos jóvenes que quedan en el pueblo es la hostelería. Ir a Salas de los Infantes o a Burgos supone estar de regreso a las cinco de la madrugada.

Martí se mostraba impaciente por acudir temprano al monasterio. Creo que su conversión se produjo ayer, en Burgos, por obra y gracia del guía de la catedral. Al grito de "¡andando y mirando!", dicho guía conducía al grupo de visitantes por el templo compendiando, en inmoderadas rimas, las excelencias artísticas de retablos churriguerescos, capillas góticas, cruceros, cúpulas ojivales, sepulcros de condestables, escaleras renacentistas y Magdalenas rafaelianas, con el pasado histórico burgalés. Ya luego, en el paseo del Espolón, entre el puente sobre el río Arlanzón y el Arco de Santa María, con el monumento del Campeador a un lado, el joven baterista y la centroeuropea intercambiaron opinión sobre los guías de la jornada: una elogiaba a la profesional -metódica y concienzuda- del monasterio de las Huelgas (donde Anke halló sustanciosa huella de doña Ana de Austria y de sus legendarios amoríos), Martí prefería al rimador en consonante de la catedral. Me marginé de la discusión para abandonarme a las delicias que procuran al viandante esos cuidados paseos que, cual el burgalés del Espolón, acompañan el paso de los ríos por algunas ciudades españolas. El gris de la piedra de Burgués se azulaba casi al inicio de una atardecida que se prolongó hasta que llegamos a Covarrubias. Luminosa, rubia, dignamente acicalada, Covarrubias ofreció mucho trabajo a Anke: además de las tres infantas abadesas -las tres Urracas- que descansan bajo el retablo churrigueresco de la preciosa Colegiata, el lugar guarda los restos de otra dama histórica con la que nuestra centroeuropea no contaba. Se trata de Cristina de No ruega, que casó con el infante Fernando, hijo de Fernando el Santo, y murió de melancolía profunda, según la leyenda, o de malmaridada, según la cotillería histórica.

Valladolid

Los tinos de Cigales dejaron ayer en reposo las piernas de Anke y la arrastraron a la rememoración de sus orígenes: procede de la baja Austria y está genéticamente tocada por el brío mediterráneo. El paso por tierras palentinas exigía elecciones y, por tanto, renuncias: ¿ruta románica?, ¿camino de castillos? Anke se reveló infatigable e impía: Aguilarde Campoo, Ampudia, Astudillo, Carrión de los Condes, Dueñas, Frómista y, por supuesto, Palencla, donde, a orillas del río Carrión, se sentó y confesó cierto cansancio. Sin embargo, el vuelo de campanas de la catedral bastó para resucitarla al instante, y Anke propuso ir a reponer fuerzas practicando esquí acuático en los pantanos de la zona norteña de la provincia. Afortunadamente, Martí se negó en rotundo a cometer estragos con el cuerpo.

Al fin la convencimos para seguir viaje hacia tierras vallisoletanas, asegurándole, pérfida mente, que pretendíamos visitar el Archivo Histórico Nacional, en el castillo de Simancas. No sólo no nos recriminó el engaño sino que lo agradeció: a cambio visitamos la rica Medina, Peña fiel, y pernoctamos en Tordesillas, donde dejamos que nos re creara el delirio de doña Juana, que lo interpretara en clave freudiana y concluyera que fue empujada a la locura no sólo por el amor sino por el machismo de la época, que logró impedirle reinar.

Ya en Valladolid, nos volvimos a encontrar con el catalán hombrón que conocimos en Silos. Esta vez el encuentro se produjo en un mesón en una de las calles porticadas próximas a la plaza Mayor. El catalán nos acompañó al Museo de Escultura Polieromada. Las tallas de Juan de Juni, de Gregorio Hernández, de Berruguete, de Pedro de Mena, le arruinaron la digestión: "Mire usted, yo no entiendo de cristos ni de vírgenes: pero si piso otra vez este museo soy capaz de creer en lo que no creo".

Mañana: Castilla y León /y 2

Vuelven los vencejos

Ana María Moix

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