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Reformatorio, corte y confección

María se escapó de su casa un día de 1986. Tenía 13 años. Había conocido a una pandilla de hampones de su barrio y decidió irse con ellos. "Nos íbamos a la calle a robar. Cuando teníamos suficiente dinero, pillábamos costo (hachís) y nos poníamos ciegos. Si sobraba dinero, comíamos algo. Después robábamos más para irnos de marcha por la noche". Hasta que un día la arrestó la policía. Y comenzó su travesía por el vacío legal que protege a los menores en España.La llevaron al centro de primera acogida, un pequeño edificio de dos plantas en Carabanchel que tiene capacidad para 15 chavales. Ahí la esperaba un equipo de educadores, psicólogos y médicos que durante las 24 horas del día dan la bienvenida a estos angelitos. Durante tres semanas, el equipo del centro estuvo preparando un informe detallado de su situación académica, emocional, social y familiar, mientras ella se dedicaba a hacer artesanía, a estudiar y a cuidar de la huerta del centro. El informe fue al juez de menores, que tenía tres opciones: amonestarla y dejarla ir, la libertad vigilada o el internamiento en un centro de reforma. Decretó un mes de internamiento para ella.

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Durante casi dos años, María pasó varias temporadas en estos centros. "Allí se está bien, aunque te molesta estar prisionero", dice. "Es como estar interna en un colegio: vas a clase, haces deporte y otras actividades". A María le fue asignada una trabajadora social, Aurora Herrero, para seguir su desarrollo y ayudarla a reintegrarse en la vida normal. "Se escapaba y regresaba con su pandilla. Volvía a robar y la volvían a arrestar", comenta Herrero.

María recuerda cómo al principio sólo pensaba en fugarse de los centros. "Una vez me arrestaron", cuenta, "y para que no me llevaran al reformatorio les dije que tenía 18 años". Estuvo 15 días en la cárcel. "Me di cuenta de que no podía seguir así. Mi lugar estaba con mi familia". Hoy, con 16 años, no fuma ni bebe y va a estudiar corte y confección, un oficio que aprendió en el reformatorio.

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