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Pobres, prudentes, orgullosos y socialistas

Los Juegos Panamericanos han sido la llave que han abierto las puertas a Cuba como nunca desde el triunfo de la revolución. La imagen que describe la prensa norteamericana es la de una isla pobre, orgullosa, fielmente socialista, patética y preocupada por su porvenir. Como siempre la figura casi mítica de Fidel Castro domina el panorama y define la cobertura informativa.La paradoja más graciosa de las retransmisiones de televisión por parte de las cadenas estadounidenses ABC y TNT ha sido la de tener diariamente a Castro como protagonista. No hay acontecimiento importante o final que ignore. El sábado, en cuestión de una hora, presenció los saltos de trampolín y pruebas de altletismo y baloncesto femenino, siempre a tiempo para ver una victoria cubana. Es precisamente lo que los políticos norteamericanos denominan photo opportunity, el arte de fomentar publicidad.

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El escaparate de Castro

Todo el mundo sabe que é mismo entregó la medalla de oro al estadounidense Mike Herbert después de que éste venciera al cubano Ángel Pérez, en la final de 1.000 metros de kayak. Pero el gesto que si guió fue inesperado: Castro fe licitó a Herbert con un saludo militar mientras sonaba el himno estadounidense.

Los cubanos han organizado los Juegos Panamericanos a costa de su propio sudor. Está claro que la mayoría de las obras se finalizaron a última hora, a veces con ayuda extranjera. Todas las llamadas telefónicas, no importa que se hagan desde un piso en Santiago de Cuba a otro, tienen que pasar por una central en La Habana, y seguir por satélite a Italia antes de llegar a su destino. El equipo canadiense tuvo que traer 125 retretes para sus baños. En un acuerdo extraordinario entre el Departamento de Estado de EE UU, el Comité Olímpico norteamericano y el Gobierno cubano, se permitió la entrada de un buque cargado con 50.000 litros de agua potable, canoas, jabalinas, ordenadores, equipos de oficina, medicamentos y numerosos detalles para facilitar la estancia del equipo norteamericano.

El Malecón, el famoso paseo marítimo de La Habana, sirve para distraer a la gente de sus penas y fomentar fuertes críticas. Para evitar problemas, los jóvenes se refieren a Castro tocándose una barba imaginaria. Otro truco es tender la manos hacia delante cuando se refieren al comportamiento que puede provocar la detención.

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