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Tribuna:EL MAPA DE ESPAÑA / 10 - CASTILLA-LA MANCHA / 1
Tribuna
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El sonido Albacete

Foto: Cristina García RoderoDurante tres días he recorrido 1.300 kilómetros de la tercera comunidad más ancha de este reino. Podría decirse: "Durante tres días, el viajero ha recorrido...". Pero no se trataba del viajero que suplanta, montado a hombros, al que guía el sentido de la escritura. Yo era, sin ambages, el único que conducía, echaba gasolina, comía, miraba y anotaba. Miraba y anotaba como un esforzado contable a menudo, como un remedo de fotógrafo otras, con una ínfula de escribidor en dudosos momentos de certidumbre. La escritura es vacilante y mendaz. Una y otra vez desanuda el paisaje, apiña el aroma de un sembrado, engarbulla la alegría de unas fiestas y embustea sobre casi todo. Lo importante es el efecto final. Y el destino, por tanto, del periplo no es otro que esta última carretera de letras por la que escribo. Porque, al fin, toda carne, toda ropa, todo líquido o barranco viene a convertirse en una bisutería fotosonora en el lenguaje.

El lenguaje es la película de los antiguos alfabetos, de los humildes aficionados, previos a la imagen. Antes de que existiera el cine, antes incluso de que existiera el cinc: panorámico y el dolby, existía el idioma castellano. Don Quijote (le la Mancha en colores cárdeno y rubianco, añil, pardillo, amarescente y rehogado. El paisaje de gran superproducción en planos apaisados. He aquí, en el sentido palabrero, la gran escena manchega en todos los sentidos. Para todos los sentidos, la lanzada del vocablo enmascarado.

Los castellanos se autodefinen como muy austeros, pero el habla los delata como grandes degustadores de la forma y el sonido. La lubricia castellana arranca de los fondos del lenguaje, llanea sobre sus lomos vírgenes (la Virgen de los Llanos), husmea en los resquicios, dibuja -como el agua que traza los paisajes- los relentes de la materia.

Existen arrebatos de pasión que se producen en le hueco azul de una noche helada. Pero existe un cortejo del vocabulario y una transcripción verbal de la emoción que al acertar asalta al cuerpo: toma el cuerpo, lo enciende y lo moldea. Ningún embate erótico es superior, ni más elegante, que ese que evocan palabras como amelgar, jadiar, alomar, forcatear, milpear, enronar, abancalar y muchas otras que componen el diccionario próximo.

Lenguaje propio

Los castellano-manchegos hablan de viñas y cereales, de encinas, morrenas y lentiscos, de abrigos de ganados en las invernadas o de pueblos enjutos en las quebradas. Hay que atenderles, hay que creerles. No hay que creerles, sin embargo, más allá de la extrema belleza del lenguaje. El lenguaje es la luna de la plaza y sus soportales (Almagro, Tembleque, Villanueva de los Infantes, San Carlos del Valle). El lugar de la cita y, la fuga, el aroma de las caballerizas y su libro de caballerías.

En Valencia, la obscenidad se come directamente en una Write de ensalada. En La Mancha es difícil hallar esa Iascivia expresa. Desde las amigas hasta los tiznaos, desde los mojetes hasta los duelos y quebrantos, el menú es una cohorte de sombras y abrigos. Resulta arduo encontrar un bar en Castilla-La Mancha donde las tapas se comprendan a simple vista y, en consecuencia, se deseen unívocamente. En una y otra especie, el apelmazamiento, la compacidad, lo inextricable y lo espeso dan el talante general. ¿Riñones en salsa? ¿Torreznos? ¿Pisto? ¿Callos sepultados en un zorongo de grasa? Es prácticamente imposible seleccionar un guiso desde La Roda a Priego, al margen de sus honrados sabores, sin verse rodeado por el acoso de la digestión. Y no digamos si se trata de agosto, donde todo se acohombra:

Efectivamente, en un viaje, el tecnicolor de la comida costera se amarrona muy pronto en los mesones manchegos. Desde Alicante a Albacete, Almansa es el último punto que preserva restos de la dicción culinaria periférica, pero más allá del bar Los Rosales, Bonete inicia un rosario de poblaciones que cubren desde El Villar de Chinchilla y Chinchilla, La Gineta, Mota del Cuervo y otros más, expresivos de una fauna que anuncia el paso a una gastronomía más maciza y oscura. Sus habitantes no son de esta condición individualmente. Uno a uno, con sus diferencias, el biotipo es un personaje con la brújula ajustada. Ni distante ni dicharachero; caritativo y no derrochador; atento pero no obsequioso, presto para la faena pero opuesto al titán que sigue partiendo troncos en las fiestas o abriéndose paso en el barbecho. La Mancha es una mancha estricta.

Comunidad heterodoxa

Pero también Castilla-La Mancha es una comunidad heterodoxa, muy determinada por ese mar invertido y mediatizada por el constructo político que representa la extirpación de Madrid, más el nuevo riñón de Albacete. La sensación de que lo castellano se difunde y diluye de norte a sur es pertinente. El conquense acaba en jienense a través de una suave secuencia espacial cuya evolución sigue un rumbo que arrastra un frente anchísimo de hombres, música y arquitectura, lengua, comidas y acentos. La serranía de Cuenca, los montes de Toledo, la Alcarria se portan como la presidencia de una metamorfosis interna que frena metros antes del colapso de Despeñaperros.

¿Pero qué pasa con las lindes, el intercambio, la comunicación, el dinero, el sexo? Acaso el idioma catalán sea capaz de traficar mejor con los sentidos, el castellano-andaluz mejor con los compases, el castellano-leonés con los conceptos y el castellano-manchego con la supervivencia. No se trata, sin embargo, de una supervivencia apegada á la salud. Los castellano-manchegos, en lo que pueda generalizarse esta trama, parecen conocer las lindes entre los necesario y lo contingente, entre lo preciso para vivir y lo que forma parte del placer de seguir viviendo un paso más allá de ese cercado vivencial. La super-vivencia en La Mancha es el arte de sentir el continuo regreso a la vida. Acaso la densidad de sus comidas se relacione con ello. Con yantares o pitanzas para salvar circunstancias de vida o muerte. Para restituir la fuerza desmayada o para resucitar a un difunto. Se trata de una gastronomía de campaña en la cual su sobredosis alude con frecuencia a una cuestión de ser y sexo.

Mi ambición sexo-intelectual fue, durante mucho tiempo, contar con una pareja castellana. Una chica valenciana, supuestamente desinhibida y de faldas vistosas constituía, no cabe duda, una golosina, pero entonces, durante una época determinada, adquirí un gusto seudoconceptual y anti hortícola. Una preferencia bauhaus por la cabeza ordenada y el talle sin aderezos.

Las valencianas sabían mejor lo que querían contando con el valor de los intercambios. Pero las manchegas y las castellanas sólo sabían lo que deseaban: sin adehalas. O eso me parecía a mí. Me parecía a mi raíz de conocer a una muchacha con un traje de piqué blanco en la terraza del casino de Santa Pola y comprobar que su máxima voluntad de estilo consistía en que los pasos de cualquier baile (el twist, el mambo, poco importa) no la desplazaran de un cuadrado definible por una loseta de 30 por 30. Para ella, la difícil misión de no salir de ahí significaba un reto y, acaso, como después vi, una asunción seglar de la continencia. ¿Se trataba del placer del sexto encerrado en una cripta de Criptana? ¿Un placer, en efecto, de la su pervivencia?

Era de Albacete. Me gustaba sin restricciones. Ella, sin embargo, flaqueaba respecto a las ideas del canje. Más tarde, en la playa de Levante, advertí que todas las amigas, centrípetas o periféricas, ponían la vista sobre un mozo moreno, muy largo, que tomaba el sol con un meyba de color blanco. Estudiaba para piloto. Me resistía a aceptarlo, pero Maribel, una observadora, me aconsejó que lo diera todo por perdido. No quise darle crédito enseguida.

Mañana: Castilla-La Mancha /y 2 El parto de las mil cabras Vicente Verdú

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