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La rabia de los parias albaneses

La policía italiana utiliza gas y disparos al aire para reprimir la revuelta en Bari

Juan Jesús Aznárez

La nueva revuelta de los refugiados albaneses se produjo poco después de las diez de la mañana en el puerto italiano de Bari, y la rabia de los parias atravesó la niebla de gas lacrimógeno, los chorros de agua a presión. A punto estuvo de pasar por encima de los escudos policiales y de las porras de madera de los soldados. Desde uno de los altillos del espigón, puño en alto, uno de los rebeldes izó la bandera nacional, tan engrasada como sus calzoncillos, y llamó a la sublevación de sus compatriotas. Las piedras, las maderas, las botellas y los insultos llovían sobre la primera línea de las fuerzas antidisturbios italianas. Tras una batalla de una hora, la rebelión fue sofocada y se apagó en los muelles el violento clamor de los albaneses, su amargo lamento en contra de la forzosa deportación.

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Vigilancia marina conjunta

La cuarta noche del éxodo había transcurrido relativamente tranquila en los camastros del puerto y el viejo estadio de Bari. Por la mañana, después de varias duchas de desinfección, a la hora del rancho, sonaron tambores de guerra entre las filas miserables y los cabecillas más duros animaron a la acometida contra las fuerzas de seguridad.Buscaban en el tumulto evitar el embarque hacia Albania en el transbordador Angelina Lauro, fondeado a poca distancia de un solar portuario del que emana fetidez. Muchos de quienes llamaban a degüello, al grito de "¡somos hombres, no animales!", eran desertores del Ejército a quienes espera una petición de 25 años de cárcel en su País. No eran necesarios demasiados toques de trompeta para movilizar con furia a cerca de 2.000 hombres jóvenes con cuatro jornadas de palos a sus espaldas, poca comida, más de 30 grados de temperatura y ninguna esperanza de acogida.

Cola para comer

La fila india de albaneses para retirar la bolsa de comida se había movido con dificultad en el vértice del muelle, entre protestas y amagos de porrazos, cuando una piedra cayó cerca de los carabineros. Después otras más, y tablas, y botellas; sandalias rotas. La policía cargó entonces con escudos, y en un rápido avance empujó a los albaneses 100 metros, unos hasta el fondo del muelle, otros hasta el agua por el lateral que da al remanso de atraque.

Desde el flanco amurallado del corredor portuario, en una posición de ventaja, una cincuentena apedreó a los policías que cargaban y éstos tuvieron que retroceder, momento que fue aprovechado por medio millar de albaneses para correr tras los carabineros. Las bombas lacrimógenas y los disparos al aire disuadieron a los perseguidores, aunque la mitad de los proyectiles o no se activaban o caían al mar. La brisa marina repartía el gas entre policías y manifestantes. Allí lloramos todos. Las operaciones de embarque hacia Albania se suspendieron mientras continuaba el colérico toma y daca y 30 ambulancias transportaban a los heridos.

Similares muestras de cariño se habían registrado en el estadio cuando las, ganas de comer apretaron y el apetito y las ganas de bronca de los albaneses y la desorganización de las fuerzas de seguridad hicieron imposible una distribución ordenada del menú. Como el sábado, camareros y comensales se dispararon manzanas, botellas, restos de bocadillos, porrazos y patadas y se mentaron a la madre sin enfadarse más que lo justo, ya que los dos contrincantes inevitablemente siempre acaban por entenderse y volver a la mesa.

En la hora del almuerzo, entre bocado, imprecación y carga policial, siempre hay algún pie descalzo que busca y acierta la ubicación de los atributos viriles del contrario, que generalmente jadea y se ahoga en su dor en un uniforme verde oliva o azul marino y banda de cuero negro.

Las autoridades italianas de Bari apenas si han conseguido normalizar el reparto de alimentos en el estadio, y como ocurrió en el éxodo kurdo, son los más fuertes y hábiles quienes mejor comen. Con más éxito que en jornadas anteriores, ayer las mujeres y los niños habían sido incluidos en un grupo aparte y recibían su correspondiente ración de comida.

Cuando el del control es total y no hay modales en ninguna de las partes, los repartidores lanzan al aire las bolsas de comida, que son atrapadas por las piranas más ágiles. Algunos albaneses, ssobre todo en el estadio, se hacen con cuatro bolsas y otros con ninguna pese a la buena voluntad de los repartidores. Entonces se reinicia el lanzamiento de botellas y piedras, que igual hacen blanco en la cabeza de los despenseros que en la de los compatriotas cercanos a las furgonetas o plataformas de reparto.

Viento y motín

Por si fueran Pocas las desventuras que aquejan a los albaneses, algunos de los cuales se amotinaron tras avistar las costas de Albania en el transbordador jue supuestamente les conducía a Milán o a Turín, el viento de Bari barría ayer una montaña de polvo de carbón descargado en los muelles y cubría de tonos negros las pocas Partes de esos 2.000 cuerpos flacos; no cubiertas todavía por la brea o los cardenales.

Nuevos refugiados ingresan en los, hospitales y centros médicos de Bari, y los peligros de infección aumentan entre dos concentraciones humanas que apenas si disponen de los más elementales medios de higiene.

[Por otra parte, el jefe de policía de Ban afirmó ayer que los varios cientos de albaneses que han desertado del Ejército en su huida hacia Italia podrán perrnariecer en este país, informa DPA. Los desertores pudieron identificarse por su cartilla militar, por el pelo al rape o gracias a Pertrechos militares que tenian consigo. Ahora confian en obtener asilo].

[En Reggio Calabria, entre tanto, un niño albanés de 10 anos fue arrojado por sus padres al agua -desde un carguero que llevaba a unos 350 refúgiados rurribo a Malta- para que pudiera quedarse en Italia, según varios carabineros. El niño fue recogido por miembros de la escuela náutica de Locri, iniorma France Presse].

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