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Tribuna:LAS CIUDADES DEL 92
Tribuna
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Sevilla y la isla del tesoro

Fernando Savater

Fotos: Cristina García RoderoAntes, cuando estaba de moda la dialéctica y su troika sagrada de tesis-antítesis-síntesis, nada parecía más refrescante y prometedor que la oposición de los contrarios. Se daba por supuesto que arrimando el agua al fuego con suficiente tesón no podía dejar de obtenerse chispas húmedas, impulsoras de progreso revolucionario. ¡Lástima que la exposición universal llegue a La Cartuja de Sevilla en esta época que vivimos, tan descreída, en la que ya no tiene vigencia otro principio de sabiduría tradicional que el de simil similibus curantur! Temo que vaya a malograrse el potencial dinámico implícito en la vecindad forzada y prolongada entre la ciudad bética y la isla del tesoro cosmopolita que le está naciendo a sus pies. Porque el choque, desde un punto de vista dialéctico, merece sin duda atención. Si Hegel pudiera asomarse de nuevo durante un ratito a la historia que tanto le apasionó, seguro que ya no buscaba el espíritu del mundo en los caracoles de Napoleón trotando por las calles de Jena: lo descubriría más bien en la enorme carpa de estación que aguarda, trémula e imponente, la llegada del TAV a La Cartuja sevillana.

Por resumirlo en pocas palabras, se trata del choque -esperanzador o alarmante, según los gustos, pero sin duda brutalmente el mundo y los barrios. Que cada cual se pregunte a sí mismo, como yo lo hago ahora: ¿dónde vivo realmente? ¿en el mundo o en mi barrio? ¿en el ancho y abigarrado circo de lenguas, razas, enfrentamientos y desventuras que se me acercan cotidianamente a través de los medios de comunicación o en el pequeño charco de lluvia frente a mi portal, en el que se refleja una esquina gastada por la familiaridad y el ciego que vende cupones, acompañado por esa niño que le ayuda mientras charlan? Admito que esta contraposición tiene algo de fácil y de forzado. Nada impide que tengamos la cabeza en el universo y los pies en nuestro rincón. La pregunta es: ¿somos verdaderamente conscientes de lo que ello supone? Supone que la cabeza busca lo múltiple, lo cambiante, lo simultáneamente contradictorio, mientras que los pies reclaman acostumbrada fijeza y fiable equilibrio. Y supone también que allá donde vayamos todo el universo se resumirá visto de cerca en rincón, que lo único universal del universo es que, a fin de cuentas, nadie puede salir de su rincón. O de su barrio. Todo en el mundo es barrio para nosotros, salvo los últimos desiertos y selvas, salvo los grandes hielos polares y salvo el mar.

Barrio supremo

Pero ocurre que, según se ha dicho, "Sevilla es el barrio más hermoso del mundo". Dejemos de lado la hipérbole encomiástica, disculpable fruto del amor. Lo cierto es que la hermosura patente de Sevilla proviene precisamente de sus caracteres de barrio supremo, asumidos sin sonrojo ni rebozo. No es una ciudad de perspectivas abrumadoramente abiertas, desparramadas hacia afuera en avenidas de majestad y gloria. Sevilla no se gana su encanto acumulando diversidades radicalmente variopintas, provinientes de gustos y rincones remotos, amalgamadas al fin como en un gran bazar. La jairé de la vieja ciudad pausada, su gracia, es parecerse a sí misma y multiplicarse en su similitud. El arrobo que suscita prescinde de estruendos: la rumorosa brevedad de un patio, la tertulia de comadres en la calle estrecha, el balconcito bajo de la esquina, la inmovilidad perfumada de un macizo de adelfas en el crepúsculo, el fulgor manso y concentrado de una copa de manzanilla. Y las risas y los cuchicheos, y los ojos oscuros de sus mujeres, las unas guapas y todas acostumbradas a ser tratadas como si lo fueran.Gracias de barrio antiguo, sin duda. Y que suscitan en sus cotidianos beneficiarlos una delicada teoría de rituales, a la vez despaciosos y vivaces, labrados con mínimos gestos, con airosos desgaires, con deliberadas pausas. Como en toda vida auténtica de barrio, hay algo siempre de autorreferencial, de paladeo masturbatorio. El barrio se conmemora sin cesar a sí mismo hasta ponerse al borde del regodeo en el estereotipo. El poeta y ensayista Joaquín Romero Murube, autor de Sevilla en los labios (uno de los clásicos modernos de la interpretación de la ciudad para y por sus hijos devotos), habla sin tapujos de "egocentrismo espiritual" y señala con suave inquietud: "En Madrid, en Lisboa o en Barcelona se vive en el mundo, con ventanas a Europa y a los acontecimientos de otros continentes. En Sevilla no se vive más que en Sevilla y para Sevilla". Se trata, desde luego, de un dictamen expedido hace por lo menos medio siglo. Pero, pese a la avalancha de exterioridad caída sobre la capital del Guadalquivir durante los últimos años, es dificil considerarlo rotundamente obsoleto. No soy quién para decir si esta actitud merece aplauso o denuncia, si lo oportuno es socavarla o apuntalarla. El problema ya no se limita al ámbito de los gustos privados, más o menos académicos, pues lo irrefutable es que ahora este mágico barrio egocéntrico tiene que vérselas con la Expo.

Terremoto

Supongo que para cualquier ciudad la tremenda (y magnífica también) excrecencia de una exposición universal ha de suponer algo pocos grados menos conmovedor- que un terremoto. En el caso de Sevilla, este antibarrio por definición que es la Expo resulta particularmente provocador, en todos los sentidos -mejores y peores- de la palabra. La duda es hasta qué punto los sevillanos se han querido o podido incorporar a la gran feria en algo que vaya más allá de soportar las incomodidades de las obras o rentabilizar en lo inmediato la subida de precio de alquileres y servicios. La verdad es que nunca se había hecho uno de estos grandes experimentos enuna ciudad tan pequeña , con una tan escasamente dotada para asimilar la desconcertante avalancha que se le venía encima. Se trata de una de las regiones con una renta per cápita más baja de España -la tercera por la cola o algo así- y va a afrontar un reto del que incluso abrumadoras megalópolis han salido dudosamente ilesas. El viajero recién desembarcado en el aeropuerto de Nueva York, que cruza Queens rumbo a Manhattan, puede vislumbrar aún esqueletos devastados de la muestra mundial de 1939 que la gran urbe no ha podido digerir y aprovechar: ¿tendrá más suerte nuestna villa andaluza con la inersión de futura chatarra que se le viene encima.Desde luego, ya la sabiduría popular advierte que todo lo que no mata, engorda. Muchos de los dones; de la Expo son conquistas ventajosas que ni siquiera los más remisos pretenden poner en duda: por ejemplo, las nuevas instalaciones de] aeropuerto debidas a Rafael Moneo, que han despertado alborozada expectación (dicen que el arquitecto está particularmene satisfecho de la solución dada parking de la estación aérea), la magnífica nueva estación de ferrocarril o la recuperación de parte del Guadalquivir, tras la desaparición del muro que aislaba simbólica y efectivamente a la ciudad de la isla de La Cartuja. No hay que olvidar que la exposición del año 1929 aportó a. Sevilla, entre otras cosas, una estupenda ampliación urbanística de cuyo beneficio nadie duda. Sin duda ha de haber también abundantes logros de provecho en esta gran movida actual, y se conseguirá en meses lo que de otro modo no se hubiera obtenido en años o quizá nunca. Pero bastantes sevillanos reflexivos se duelen de lo que les parece la superposición, antagónica de dos ciudades, la abundancia súbita de recursos de una de las cuales hace resaltar aún más las tradicionales carencias de la otra. Por un lado, la nueva Sevilla-Expo de la tecnología punta y la fibra óptica, del césped y arbolado conseguido a precio de oro: por otro, la ciudad de trileros y guardacoches espontáneos (si no se aceptan sus servicios puede uno encontrarse con las ruedas del vehículo rajadas con experto rencor), que carece de presupuesto suficiente para remozar el parque de María Luisa o para tener permanentemente abiertos sus tres museos. Es difícil no sentir como hiriente esta disparidad, aunque los optimistas sostienen que la abundancia de la isla del tesoro terminará por rescatar las deficiencias de la Sevilla de la escasez.

Guasa sevillana

Por el momento, la guasa sevillana aprovecha para sacar a cada paso punta humorística a los acontecimientos. Al flamante teatro de la Maestranza, destinado principalmente a ópera, cuya apariencia es demasiado cerrada, corno si no quisiera admirar ni la torre del Oro, ni el Hospital de la Caridad, ni el Guadalquivir, highlights de su entorno, ya le han bautizado "la olla exprés". Otros se ceban con el "edificio inteligente" de la Expo, donde tiene (o tenía, antes de que le cesaran) su despacho el comisario de la muestra. "¿Inteligente? Listillo, todo lo más", comentaba uno el otro (lía, abanicándose. Ya que estamos en ello, reconozco que no estoy muy seguro de lo que pueda ser con exactitud un edificio inteligente. Bastante problema me supuso enterarme, durante la pasada contienda del Golfo, de que existen bombas inleligentes. Claro que es menos prudente discutir de inteligencia con una bomba que con un edificio. Quizá se llame edificio inteligente al que se esconde cuando ve venir una bomba inteligente.Pasear por lo que va siendo poco a poco la Expo es un empeño que sin duda merece la pena. Despierta respeto, para empezar, saber que allí están trabajando, un día con otro, 8.000 personas. Por ahora, la construcción que quizá suscita más curiosidad, por ser una de las más completas, es el pabellón de Japón, diseñado por un ¡arquitecto nipón de primerísima fila, cuyo nombre me repitió todo el mundo 40 veces y que mi culpable ignorancia en arquitectura japonesa actual se ha obstinado en olvidar. Es una gran estructura de madera que recuerda un poco al arca de Noé que tripulaba John Huston en La Biblia, pero con algo de la ligereza enigmática del templo de oro, cuya inmolación por amor inspiró una de las más hermosas novelas de Mishima. Ha de ser algo digno de verse cuando esté concluido, como sin duda muchos otros del recinto. A mí el conjunto, con su lago artificial, su monorraíl elevado, sus locales de maravillas, las atracciones festivas que se le programan, las largas colas que cabe suponer a la entrada de cada edificio, endulzadas por grupos de animación callejera, etcétera, me trajo a la memoria el grato recuerdo de Disneylandia. Por favor, en modo alguno quiero ser irrespetuoso o despectivo. Como no padezco la estereotipada pedantería altanera de George Steiner, creo que Disneylandia es un parque que está muy requetebién en lo suyo: de todas las posibles imágenes a las que asemejar un escaparate optimista del mundo no me parece la peor. Esperemos que no falten, sin embargo, algunas brujas de las que ofenden con sus manzanas envenenadas a los enanitos y otras honradas referencias a esa casa del miedo que nuestro mundo, por desgracia, aún es para la mayoría.

El "edificio inteligente"

El mundo, el barrio... Al saborear una copa de manzanilla acompañada de gruesas y jugosas aceitunas, en el precioso bar del hotel Alfonso XIII, a uno se le viene a las mientes sin remedio que precisamente ese hotel ocupa lo que pudiéramos llamar el .,edificio inteligente" de la exposición de 1929. Sin duda las cosas han cambiado mucho, pero sería un esteticismo irresponsable asegurar que del todo a peor. Claro que el civilizado fresco nocturno de una charla en la placita de los Venerables, o el sabor de una novillada vespertina en la Maestranza (llena de jóvenes, lo siento por los ecologistas antitaurinos, gracias al popular precio de las localidades), le devuelve a uno, de forma casi dolorosamente punzante, el encanto de la vida de barrio, del mejor de los barrios. Pero no hay que olvidar que Sevilla también ha sido tradicionalmente una villa de comercio y de esfuerzo, en la que el nombre de alguna de sus calles (de los Alemanes, etcétera) sigue conmemorando a laboriosos extranjeros que se instalaron en ella, y no precisamente para tapear. Aunque sin duda tapearon, claro, en cuanto conocieron la tortilla de camarones, la caña de lomo, el Fino y las lindezas de la vida, sin las que el trabajo no es más que afán estéril.¿No es acaso esta ciudad la capital europea de la ópera? Desde luego, otras la ganan por el momento (si la olla exprés no llega a remediarlo más adelante) en lo tocante a representaciones de arte lírico: para disfrutar de los mejores y más frecuentes hay que ir a la Scala milanesa, al Covent Garden londinense, a la Fenice de Venecia, a París, a Viena... Pero yo no me refiero a las representaciones de ópera, sino a verse representada en óperas. En ese punto, Sevilla se lleva la palma victoriosa. ¡Y cómo! ¡Menudo póquer de ases la tienen por escenario: Don Giovanni, Las bodas de Fígaro, Carmen y El barbero de Sevilla! Supongo que buenos montajes de todas ellas podrán, disfrutarse durante el próximo ano , con el lícito orgullo de mostrar uno de los más bellos rostros de la leyenda sevillana. Pero esta vinculación con la ópera muestra también el parentesco de Sevilla con el gran artificio a la par barroco y sutil, melodramático y jocundo. En lo que respecta a la obra de arte total, Sevilla ya se las sabe todas (y todas saben de SevÍlla): ¿por qué no se las ha de arreglar bien con la Expo? ¿No es también a fin de cuentas la Expo una ópera, la más abigarrada y compleja del mundo, quizá la más disparatada también, como el mismo mundo al que representa? ¿Podía la gran ópera del 92, posmoderna y neobarroca, tener otro escenario quela patria más acreditada de la ópera? E incluso noto que a los políticos sevillanos se les pone aire lírico: Rojas Marcos puede ser Don Giovanni, Soledad Becerril será Zerlina Vorrei o non vorrei?), Luis Yáñez es Fígaro, aquí y allá, Jacinto Pellón parece Don Bartolo y Manuel Olivencia volverá quizá como el Comendador...

Un magnífico regalo

En la obra ya mencionada, Romero Murube proclama: "Queremos una Sevilla universal, dentro de esas normas propias y características que hacen de las ciudades valores apartes y comunes como rosas de distintos aromas y colores". Para concluir: "Hay que hacer Sevilla para el mundo, ya que también sabemos hacérnosla -recreación- para nosotros". Supongo que no otro es el reto que ahora se le plantea a este barrio sin par, que, además, ha de proponerse ser una ciudad de primera en todos los órdenes. Aunque no lo haya podido determinar a su gusto, aunque tenga algo de impuesto y quizá de cosmopolitismo triunfalista, hortera, la Expo es, sin duda, un magnífico regalo para Sevilla. Lo preciso es aprovecharlo del mejor modo posible, para que sus gratil5caciones menos perecederas empiecen a disfrutarse cuando la carpa sea retirada, a fin de que 1993 no tenta solamente sabor a resaca. De momento, sin embargo, es cordura sevillana recibir esa isla del tesoro caída del cielo sonriendo entre lágrimas o llorando la sonrisa, como hace en su dramático trono de luces la virgen Macarena.

Mañana: EL MAPA DE ESPAÑA CASTILLA-LA MANCHA / 1 Vicente Verdú

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