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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Tres interpretes fuera de lugar

Nina Simone. Donovan. Michel Petrucciani

Velódromo de Anoeta. 1.300 personas. Precio: 1.800 pesetas. San Sebastián, 21 de julio.

Nada estuvo en su lugar en la segunda noche del festival de San Sebastián: Nina Simone volvió a demostrar que ya hace bastante que debería haber abandonado los escenarios, Donovan ejerció de pulpo en un garaje, y Michel Petrucciani, perdido totalmente el rumbo de su música, navegó a la deriva en aguas de nadie.Donovan podría haber entusiasmado a cualquier audiencia en un local acorde a su música, y Petrucciani derrochó dosis de virtuosismo que en otro contexto musical tendrían que haber levantado al personal de sus asientos. El caso de Nina Simone es ya muy diferente. No sólo la voz de la cantante ya no es lo que era y su toque pianístico no tiene la fuerza de un lejano pasado; es lógico que ambas cosas mengüen con el paso del tiempo, pero lo que ya es intolerable es su desidia sobre el escenario y su desprecio por la música que está vendiendo.

Sólo ella es capaz de desafinar a placer y sonreír mefistofélicamente después o machacar hasta destrozarla una canción tan intensa como I love you Porgy, de Gershwin, o conseguir una versión patética hasta lo enfermizo de su insospechado éxito My baby don't cares for me, que esa noche en Anoeta no tuvo aromas de Chanel, sino el amargo sabor de la tomadura de pelo.

Donovan

Una vez que el humo del cigarrillo de Simone se hubo disipado, fue Donovan el que tomó el escenario del velódromo donostiarra.

En este caso, el tiempo no había pasado: pelo rizado, sonrisa eterna, camisa estampada, vaqueros, guitarra acústica, armóica colocada en un soporte al cuello y Universal soldier, de Buffy St. Marie, para comenzar a hacer boca. Un Donovan idéntico a sí mismo, con 45 años que no lo parecen y el aroma inequívoco de una generación de flores, amor y meditación trascendental que se niega a ser sólo historia.

Donovan demostró en Anoeta la perenne actualidad de su música. Con sólo introducir el nombre Sadam, canciones como Universal soldier cobran una triste actualidad que ni siquiera tuvieron en la época de Vietnam.

Cuatro días

Otras canciones como Colors, Catch the wind, Lalena o Mellow yellow podían haber sido escritas hace cuatro días, siguen conservando el frescor inicial y su belleza hipnótica y Donovan las canta con la simplicidad como arma y el entusiasmo del que está comenzando y necesita convencer a los que le escuchan.

Por desgracia, en Anoeta era difícil escucharle y su mensaje se perdía en las tinieblas de la sonorización de un pabellón insonorizable mientras su pequeña figura, a lo lejos, era deglutida por la negrura del escenario. Aquél no era lugar para Donovan, y su concierto cálido, alegre y comunicativo se quedó en nada por culpa de un entorno inadecuado.

Para cerrar la triple velada celebrada en Anoeta, el pianista francés Michel Petrucciani miró al futuro para presentar su nueva concepción musical. Petrucciani ha cambiado la ortodoxia de tiempos pretéritos por un eclecticismo saturado de electrónica y percusiones afro-caribeñas que le acercan más a la música de ascensor que a la fusión étnica que otros han puesto en marcha con mejor pie.

Bajo eléctrico, sintetizadores y percusiones envuelven el piano de Michel Petrucciani, que ahora se adentra sin miedo en ritmos funky y se pierde en fusiones a la moda que no le favorecen en lo más mínimo, en especial porque no sabe conducir sus ideas con seguridad, el contexto de trivialidad le puede a su piano y su virtuosismo se queda en sólo eso: un derroche de técnica que no le lleva como intérprete a ningún puerto.

Michel Petrucciani es un músico con mayúsculas, y ya no necesita demostrarlo, pero desviaciones erróneas del calibre de la demostrada en el Festival de San Sebastián pueden pagarse caras a la larga.

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