El grupo de los ocho
PROBABLEMENTE, LA cumbre de los líderes de las siete grandes potencias concluida ayer en Londres será conocida en el futuro como la reunión en la que la Unión Soviética consiguió anclarse al mundo del desarrollo. Los siete grandes se convirtieron en ocho. Un Mijaíl Gorbachov en dificultades, con una economía hecha pedazos, un país sometido a fuertes tensiones centrífugas y un proceso de liberalización política menos que franco, repleto de resistencias y reticencias, necesitaba urgentemente que le prestaran su legitimidad los principales países democráticos. Lo ha conseguido. Ha logrado más: recibir el compromiso de que su incorporación de última hora al G-7 será permanente. Todos los años se entrevistará con el anfitrión rotatorio del grupo. A cambio de ello ha prometido optar por la senda de la economía de mercado, para lo que recibirá ayuda técnica, la condición de miembro asociado del Fondo Monetario Internacional (lo que le permitirá acceder a las líneas crediticias del fondo dentro de dos años) y nada de cheques. Occidente, embarcado en un ejercicio de estímulos progresivos a la reforma soviética, piensa que haría un flaco servicio a Moscú tapando sus deficiencias estructurales con dinero que podría engordar un agujero negro.
Por otra parte, el resultado principal del análisis económico en que se embarcaron los asistentes a la cumbre de Londres fue el compromiso "inaplazable" de concluir favorablemente las negociaciones para la liberalización del comercio mundial (la Ronda Uruguay del GATT, tema ya objeto de consideración el ano pasado y en el que se inscriben las ácidas divergencias entre Estados Unidos, Japón y la CE sobre el comercio agrícola). En la letra pequeña del comunicado se afirma que, si persiste el bloqueo en las negociaciones, el primer ministro británico se compromete a convocar nuevamente al G-7 antes de fin de año.
En cuanto a los considerables problemas políticos del mundo, ¿nos prometen realmente un nuevo orden internacional las siete grandes potencias? Aun cuando el comunicado final de la cumbre contiene un análisis de todos los elementos que lo configurarían, su tono es preocupantemente blando. El año transcurrido desde que el Ejército iraquí invadiera Kuwait ha tenido dramáticos altibajos. Pero sobre todo hizo concebir la esperanza de que el mundo se encaminaba hacia un horizonte hasta entonces desconocido de concordia y buena administración. Para que diera fruto, sin embargo, hubiera sido necesario más generosidad y una mejor visión de futuro de la que han hecho gala los líderes del mundo libre. Cabe., preguntarse si la cumbre de Londres es un nuevo punto de partida.
El comunicado tendría probablemente mayor credibilidad si los anteriores esfuerzos por establecer un nuevo orden mundial no hubieran resultado deslavazados por la propia desconfianza de los grandes en la fuerza o eficacia de los instrumentos puestos a su servicio: la potenciación de la ONU, la eficacia de la amenaza del uso de la fuerza y la autoridad de todos para imponer soluciones en diversos escenarios de tensión. Por ejemplo, para disciplinar a Irak, democratizar a Kuwait u obligar a Israel a sentarse a una mesa y negociar la paz.
Dicho lo cual, la cumbre ha estado precedida de varios esfuerzos de racionalidad que no pueden ser descartados sin más. La rápida, aunque aún insatisfactoria, intervención de la CE en el problema yugoslavo. El acuerdo entre Washington y Moscú para proceder a la efectiva reducción del armamento estratégico (START), lo que da pie a una nueva cumbre que los presidentes Bush y Gorbachov celebrarán en Moscú a finales de mes. La primera reunión de los cinco grandes exportadores de armas del mundo en, busca de un control del tráfico por las Naciones Unidas. El apercibimiento a Irak frente a sus esfuerzos por hacerse con la bomba atómica o diezmar a kurdos y shiíes. El levantamiento -puede que prematuro- de las sanciones impuestas a Suráfrica. La búsqueda continuada de fórmulas para llegar a la solución pacífica del problema de Oriente Próximo.
Del comunicado político de la reunión de Londres -que cubre -todos los focos de tensión y todos los problemas de mayor cuantía- pueden destacarse dos temas en los que los siete sí pueden y parecen dispuestos a actuar inmediatamente: el fortalecimiento de la ONU (con la creación de un organismo de vigilancia global de conflictos y otro para el registro del comercio de armas) y el incremento de presión sobre las partes del conflicto de Oriente Próximo para que accedan a negociar. Si a la hora de las crisis a los siete grandes no les falla la confianza en lo que ellos mismos formulan, se habrá dado un paso de gigante hacia un mundo más tranquilo.
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