El 'hadj' del siglo
Multitudinaria peregrinación del mundo islámico a La Meca, después de la guerra del Golfo
"¡Labayka!" ("¡Heme aquí, oh, Dios mío!"). Millares de autobuses, camionetas y coches, llenos a reventar de peregrinos vestidos de blanco, llegan, en contra de todos los augurios, a La Meca. Es el hadj (peregrinación) del año 1411 del calendario lunar musulmán. El sol calcina el paísaje rocoso y hace brillar enormes paneles publicitarios -Sony, Samsung, Sanyo- en fila continua hasta la entrada misma de la Gran Mezquita. Asia, la inevitable Asia.
La Meca, maniatada por cintas de autopistas" sesgada por rampas, aplastada por puentes colgantes, devora sus viejos barrios, como el del Zoco de la Noche (Suuk el Leil), que roza completamente con la casa natal de Alí, primo y yerno de Mahoma, cuarto califa de los suníes y primer imam de los shiíes. Hoteles de lujo, del estilo del Intercontinental, brotan del suelo sagrado, flanqueados por centros comerciales y oficinas de cambio.El dinero fue y seguirá siendo el rey de La Meca. La especulación inmobiliaria eleva el precio del metro cuadrado de terreno para construcción hasta casi tres millones de pesetas. Todo se puede comprar en este lugar sagrado: aparatos de vídeo, freidoras eléctricas, neumáticos, pero también las alfombrillas para rezar provistas de brújulas que indican la dirección de la Kaaba, made in China o Japón. De nuevo, Asia.
También se pueden ver personas fuera de lo común. Abdellah Siradj, alias Serge Bard, cineasta francés de vanguardia de finales de los años setenta, es ahora voluntario (mutauá) en la policía religiosa y hombre de negocios en sus horas libres.
Los eunucos abisinios, encargados del buen desarrollo de la oración alrededor de la Kaaba, se ponen al servicio de su piadosa ocupación. ¡Cuánta piedad y abnegación en el seno de este millón y medio de peregrinos, reunidos bajo un océano de tiendas, en la llanura desértica de Arafat, antes de la salida colectiva hacia el barranco de Mina! Allí vivirán juntos durante tres días. Cada peregrino ha comprado previamente un bono de sacrificio que le da derecho a tomar parte en la inmolación de una bestia -en beneficio de su espiritualidad- en mataderos ultramodernos. La carne será donada a los países islámicos necesitados, y los industriales del cuero de Mazamet, en la región francesa de Tarn, se quedarán con las pieles. Mina, el palestino de Galilea, ciudadano de Israel, cae en los brazos de su hermano, emigrante en Brasil. El exiliado político marroquí encuentra de nuevo a sus padres. El habitante de China confraterniza con el de Togo, el de Yugoslavia con el de Turquía. Y en la cima de las colinas rocosas, dominando este barranco populoso, se encuentra el trono del pequeño Versalles del rey Fahd, donde recibe a las visitas oficiales y a los periodistas.
Sultanes y boxeadores
Allí están el sultán de Brunei; Nabih Berri, jefe de la milicia shií libanesa Amal, vestido de padrino latinoamericano; los muftíes de Tashkent (URSS) y de Constanza (Rumania) y el antiguo campeón de boxeo Muhammad Alí, inexpresivo y titubeante como tantos parkinsonianos. Discursos y comidas copiosas.Una peregrinación excepcionalmente fraterna. Habría que añadir que 400 iraquíes emprendieron el viaje a expensas del soberano de Riad. El hadj del año 1411 del calendario lunar musulmán se desarrolló de la manera más normal del mundo. Todos aquellos que predecían una anulación de esta reunión mundial del islam, originada por un boicoteo de los fieles a una Tierra Santa "mancillada por los wahhabíes heréticos [los soberanos de Arabia Saudí] y sus aliados americanos, nuevos cruzados", y, puestos en lo peor, una sublevación de los peregrinos, se habrán quedado burlados.
Ya ningún camino conduce a Bagdad. A partir de ahora, todos los caminos llevan a La Meca. Este peregrinaje debía ser la meta de millones de musulmanes que rompían mediante el destierro con las petrocracias del Golfo: el peregrinaje ha atraído -coincidencia providencial- no solamente a los invitados de Alá de todos los rincones de la casa del Islam, sino también, llamando a redoble, a los musulmanes olvidados durante medio siglo detrás del telón de acero.
A los ojos de estos curados por milagro sólo hay un libertador, el rey Fahd Ben Abdelaziz, "servidor de los Santos Lugares" de su Estado, desde el 7 de octubre de 1986, cuando cambiar el título de majestad por el de esta piadosa carga, inaugurada por el gran Saladino, del que Sadam Husein se presentó como heredero.
Los saudíes no paran de reprochar a los Estados como Argelia, Libia, Siria e Irak el no haber usado en el pasado su amistad con los rusos para pedir que aflojaran sus garras sobre los creyentes soviéticos. Hoy recuerdan que no ahorraron esfuerzos y dinero fresco con el fin de devolver al islam Tashkent, Samarcanda y Bujara, la patria del imam El Bujari, el más ilustre estudioso de los hadits (los dichos y gestos del profeta).
No se trata aquí de caridad islámica. La dinastía saudí se obstina en ampliar el campo de expansión del islam en dirección a Asia, que formará en adelante el centro de gravedad demográfico.
El peso de Asia
Sólo Indonesia tiene el mismo número de fieles al Corán que la totalidad de los países árabes, es decir, cerca de 200 millones de almas. ¿El islam, una religión asiática? Absolutamente.. No hay más que pasearse por La Meca o Medina para tocar con la mano, a cada paso, esta realidad. Conductores de autobuses, obreros de la construcción, restauradores, barrenderos -pero, sobre todo, peregrinos-, proceden en su mayoría de Malasia, India, Bangladesh y Pakistán. Sin contar con los refugiados llegados del Cáucaso, el Daguestán y el Turkmenistán justo antes de que cayera el telón de acero leninista.Prósperos capitalistas -el millonario mequense Adnan Kashogui ha nacido allí-, estos inmigrantes, hoy poseedores de la nacionalidad saudí, renuevan con una alegría emocionante lazos de familia radicalmente cortados durante 70 años. Gracias a los esfuerzos del "servidor de los Santos Lugares".
Éste se hace cargo, personalmente, de los gastos de peregrinaje de 4.774 soviéticos y albaneses. A estos últimos les regala, asimismo, 250.000 ejemplares del Corán. Todo ello por la cantidad de 35 millones de riyales (unos 1.300 millones de pesetas). La prensa saudí no encuentra suficientes columnas para albergar la prodigalidad del rey Fahd. ¡Sólo les faltaba a los turiferarios periodistas invitar a sus colegas extranjeros presentes a apoyar la "candidatura del rey Fahd para el próximo Premio Nobel de la Paz'!.
C Le Monde.
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