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'Hello, Armstrong'

Se cumplen 20 años de la muerte del famoso trompetista de jazz

El 5 de julio de 1971, Louis Armstrong salía del Beth Israel Hospital aparentemente aliviado de sus múltiples problemas de salud y dispuesto a actuar de nuevo en público. Fue sólo un acto de voluntad ciega: fallecía al día siguiente en su casa de Corona (estado de Nueva York). La noticia ocupó lugares destacados en los principales periódicos de todo el mundo, incluyendo el Izvestia soviético, y el funeral se transmitió por televisión a toda Norteamérica. Más de 25.000 personas desfilaron por delante de un ataúd en el que yacía un hombre negro, nacido en fecha indeterminada, criado de mano en mano y que ni siquiera tuvo nunca a su lado a nadie a quien pudiera llamar padre.

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Una historia enigmática

Armstrong fue maestro de todos los músicos de jazz posteriores a él sin haber sido nunca alumno directo de ninguno anterior. Creador pionero de sonidos urbanos, mezcla de fango espeso de las calles de Nueva Orleans y de la excitante vida de sus gentes, en su trompeta explotaban el ambiente, las costumbres, lo evidente y lo oculto de la peculiar comunidad que le dio cobijo.Revolucionó el jazz de manera natural, casi inconsciente, como en un divertido juego de sucesivos hallazgos casuales. Una lección ignorada por los vanguardistas nominales que ahora, obcecados en urdir calculadas estratagemas para poner patas arriba el arte desde la prepotencia de la intelectualidad mercantilizada, desatienden la llamada a flor de piel del corazón. A pesar de los años transcurridos, la de Armstrong sigue siendo la aportación más brillante y duradera que el arte norteamericano haya hecho a nuestro siglo.

En un hogar de expósitos vio por primera vez una corneta, pero nadie le dijo entonces cómo llevársela a los labios. En un primer torpe gesto de adolescente sacó de ella sonidos que, no mucho después, se convertirían en sublimes de puro sencillos y sinceros. Los críticos blancos intentaron sin éxito descubrir las claves de su estilo; escudriñaron su técnica sin darse cuenta de que pretendían diseccionar algo que no era materia sino sustancia intangible: la vida hecha música.

Artista íntegro

Fue un artista íntegro, tímido pero resuelto, desenfadado pero profundo. Como resultado de su ajetreada niñez, arrastró una enorme inseguridad en sí mismo que le empujó a confiar en personas que, en muchas ocasiones, abusaron de su candidez. El amplio reconocimiento que para él. buscaba su representante Joe Gasser y su propio miedo a defraudar, le obligaron a desvirtuar su portentoso talento y a sacar todo el partido posible a su afable ronquera de simpático gigantón.Más tarde, cuando el jazz comenzaba a avergonzarse de ser espectáculo y aspiraba a convertirse en tribuna crítica, sus llamativos despliegues gestuales ante audiencias blancas fueron enjuiciados ceñudamente y tachados de traición por colegas de su raza. Quienes le criticaron con tanta acritud y le convirtieron en un fósil prematuro pecaron de superficialidad. El Armstrong músico y el Armstrong showman no eran personas diferentes; el gesto risueño de su cara era prolongación del guiño optimista de su trompeta, con los dos enternecía, con los dos conquistaba y remitía a un mundo idílico: a su mundo imaginario.

Nadie como él ha teñido el blues de dulce esperanza, ni ha visto tan de cerca la cara esquiva del swing. En sus primeros años dibujó el paisaje del jazz, insinuó sus horizontes y ensenó a sus personajes a otearlos; pero fue sólo en plena decadencia cuando pudo desbancar momentáneamente a los Beaties del número uno de ventas con una cancioncilla llamada Hello, Dolly! Recompensa menor, casi un drama, para un hombre que no llegó a ser popularmente aceptado por su verdadero arte, ese arte de los años 20 y 30 reflejado en discos que, a pesar de ser reeditados sin cesar siguen siendo, para la mayoría, perfectos desconocidos.

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